Nuevas dudas de Ayotzinapa

JAQUE MATE / Sergio Sarmiento

«La duda es uno de los nombres de la inteligencia».

Jorge Luis Borges

No es común que los normalistas de Ayotzinapa se trasladen a Iguala. Por eso los igualtecos se extrañaron de verlos la noche del 26 de septiembre. Los chilpancinguenses están habituados a los ayotzinapos -así los llaman- porque llegan con frecuencia a realizar manifestaciones y plantones, secuestran autobuses y pintarrajean casas particulares y edificios públicos. Chilpancingo, sin embargo, está relativamente cerca de Ayotzinapa, a 156 kilómetros, quizá dos horas en auto.

La distancia a Iguala, en cambio, es de 258 kilómetros y el traslado se alarga a cuando menos 3 horas con 20 minutos. Además, para ir a Iguala desde Ayotzi- napa hay que pasar por Chilpancingo y el botín siempre es mayor en la capital, tanto porque ahí están los funcionarios que hay que presionar para obtener dinero gubernamental, como por la Autopista del Sol que los normalistas bloquean constantemente.

Tampoco es común que los normalistas realicen movilizaciones de noche. Usualmente hacen su trabajo -marchas, pintas, plantones, boteo- durante el día y por la tarde regresan a Ayotzi- napa. Ese 26 de septiembre, sin embargo, un numeroso contingente llegó a Iguala en la tarde-noche. Eran estudiantes de primer año. A ellos se les encarga con frecuencia el boteo y otras tareas difíciles. Los chicos, todos muy jóvenes, iban calzados con huaraches ya que el «Comité» les ordena usar huaraches y no tenis porque el aspecto de pobres aumenta las donaciones.

Ese viernes en la noche el gran evento en Iguala era un festival del DIF municipal organizado por María de los Ángeles Pineda, esposa del alcalde perredista José Luis Abarca. Nadie ha aclarado qué iban a hacer los normalistas a Iguala. Algunos guerrerenses piensan que tenían órdenes de reventar la fiesta de la primera dama, quien además aspiraba a suceder a su marido. Al día siguiente estaba programado el segundo informe de gobierno de Abarca. Cualquiera que haya sido el objetivo, los normalistas secuestraron tres autobuses en Iguala y cuando iban en ellos, a eso de las nueve de la noche, fueron interceptados por patrullas municipales. Ahí empezó la tragedia.

No sabemos por qué si los ayotzinapos fueron detenidos en Iguala la policía municipal los trasladó a Cocula y ahí los entregó a policías locales. Los propios policías de Cocula han declarado que los entregaron al grupo Guerreros Unidos, una de las bandas surgidas del «desmembramiento» de los Beltrán Leyva (una vez más se comprueba que descabezar cárteles sólo lleva a la multiplicación de grupos criminales). Tampoco sabemos por qué Guerreros Unidos querría ejecutar a estos jóvenes, lo cual necesariamente desencadenaría una enorme persecución en su contra.

Uno puede entender el ataque original, particularmente si es cierto que los normalistas les arrojaron piedras a los policías. El coraje puede hacer que los policías reaccionen fuera de protocolo. Pero el secuestro masivo, traslado de los jóvenes a Cocula, entrega a la policía de ese municipio y posteriormente a Guerreros Unidos no parecen tener sentido. Incluso los criminales suelen comportarse de manera racional. El secuestro y quizá ejecución de los ayotzinapos sólo se entienden por una venganza o por la intención de obtener un beneficio. Pero ¿venganza por qué o beneficio para qué?

Muchas piezas del rompecabezas aún no encuentran acomodo. Lo primero que habría que saber es cuál fue la razón de que los normalistas de reciente ingreso hayan recibido órdenes de hacer el largo viaje a Iguala. ¿Quién lo pidió? ¿El Comité? ¿Cuál era el propósito? ¿Era una simple acción de boteo o se buscaba realmente echar a perder la fiesta de la primera dama? Éstas son las primeras preguntas que deben responderse.

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