Jacobo Zabludovsky

Por Raúl Trejo Delarbre

“Cuando no esté yo… seré sólo una referencia nostálgica”, le dijo Jacobo Zabludovsky a Daniel Moreno en una entrevista para Reforma en noviembre de 1997. Por lo pronto, es mucho más que eso. Zabludovsky fue tan familiar para varias generaciones de mexicanos que su ausencia es como la de alguien a quien conocíamos de cerca. Todas las noches, durante décadas, lo dejamos entrar a nuestras casas para enterarnos de lo que había ocurrido, o de lo que quienes hacían el único noticiero relevante decían que había ocurrido en México y el mundo.

Jacobo Zabludovsky era el periodista más importante de la televisión mexicana en una época en la que sólo había una televisora nacional, en un país en donde, para efectos prácticos, únicamente había un partido político. Se ha dicho que fue vocero del poder. En realidad era el único vocero destacado en un México sin la pluralidad que conocemos hoy.

El gobierno propalaba versiones que pretendía también únicas y utilizaba para ello, antes que nada, a esa televisión monótona. Pero Zabludovsky era más que un lector de boletines. Hacía un periodismo vivaz, con preguntas ocurrentes a sus entrevistados, a veces con destellos de ironía y con una mirada culta. Amigo de escritores y artistas, era lector consuetudinario y ese bagaje contrastaba con la pobreza intelectual de muchos otros periodistas, tanto de entonces como de ahora.

No era un periodista crítico. La interesaba describir hechos, que a veces pueden ser más ásperos que los comentarios más adjetivados. Lo suyo era la nota periodística a la manera del reportero que describe una actualidad con cuyos cambios se entusiasma. El afán por la noticia, y de preferencia por la primicia, lo conduce a sus mejores trabajos. La narración de los funerales de John Kennedy en 1963, los lanzamientos satelitales desde Cabo Cañaveral y en 1969 la llegada de la Apolo 11 a la Luna, la archiconocida crónica del terremoto de 1985, la obstinación para saber el desenlace después del atentado contra Luis Donaldo Colosio en 1994…

A través de la mirada de Zabludovsky nos enteramos de hitos y cambios en la historia del mundo. Protagonista central de la televisión, que es un medio que se dedica a crear lo mismo que a desdeñar personajes, Zabludovsky moldeó su propia figura aliñada con sus bien conocidas aficiones: tango, toros, La Merced. Esa figura permaneció en el imaginario público gracias a una excepcional perseverancia que lo mantuvo en los medios durante siete décadas.

Zabludovsky era antes que nada un profesional de la palabra. Se inició como reportero y columnista en el periodismo impreso y nunca dejó de escribir. Su inquietud por la corrección gramatical, que lo acercó a las academias de la Lengua Española, estaba emparentada con esa vocación por la palabra. Sus mejores narraciones, como hemos recordado, fueron orales y con reconocible meticulosidad expresiva. Además era animado y enterado conversador. Por eso su tránsito a la radio, cuando dejó la televisión, fue tan natural.

Hay quienes distinguen entre el Zabludovsky que desde la televisión era virtual ministro de información del régimen autoritario y el que, años después, desplegó en la radio un talante más abierto. Pero se trata del mismo periodista, con los mismos reflejos profesionales, ubicado en dos circunstancias diferentes. El que descolló durante las tres últimas décadas del siglo XX fue un informador ceñido a la colusión entre la televisora única y el gobierno de partido único que dominaban en la vida pública mexicana. Los márgenes de maniobra eran escasos, cuando no inexistentes, ante un régimen alérgico a la información que no controlaba. Más tarde, en el contexto de apertura que hemos tenido desde hace dos décadas, ya fuera de la televisión Zabludovsky se dio incluso el lujo de expresar simpatías políticas por figuras de la oposición.

Voz casi única en años políticamente ominosos, a Zabludovsky se le adjudican complicidades con el autoritarismo diazordacista. No puede negarse que formaba parte del establishment mediático en donde no había posiciones discrepantes con el gobierno. Ningún medio cuestionó de manera abierta las versiones oficiales sobre la noche de Tlatelolco en 1968. Pero a él se le atribuye una frase que no hay evidencias para sostener que haya pronunciado.

Recientemente apareció el libro Muy buenas noches. México, la televisión y la guerra fría, de Celeste González de Bustamante, de la Universidad de Arizona, que consultó en los archivos de Televisa los guiones de los noticieros transmitidos en los años sesenta. De esa obra, publicada por el Fondo de Cultura Económica, tomamos los siguientes datos.

En 1968 Zabludovsky conducía un breve noticiero en Canal 2 a las 19:15 horas. El 2 de octubre la balacera en Tlatelolco empezó poco después de las seis de la tarde, de tal forma que era difícil que esa noticia hubiera llegado a la redacción a tiempo para ser mencionada. En el guión del noticiero de esa noche no se menciona el mitin en la Plaza de las Tres Culturas. En cambio, en el noticiero Novedades, que conducían Guillermo Vela y Jorge Saldaña a las 23:30 horas en Canal 4, esos acontecimientos fueron  mencionados en una amplia nota que ofrecía fundamentalmente la versión de la Secretaría de la Defensa.

El otro noticiero a cargo de Zabludovsky era el matutino Su Diario Nescafé. La mañana del 3 de octubre ese programa rompió su formato habitual y dedicó casi la mitad de todo su espacio a los hechos en Tlatelolco. Allí se privilegió, de nuevo, la versión de la Defensa Nacional. Ese enfoque imperó en todos los telediarios, igual que en la prensa escrita. La narrativa oficial, que atribuía el asesinato de estudiantes a un enfrentamiento suscitado por provocadores, fue la única en los medios mexicanos de esos días.

Zabludovsky no hizo, en ese episodio, más que compartir la versión que se propalaba en todos los medios. Si pudo o no quiso decir algo más, será siempre motivo de especulaciones. En todo caso no hay sustento para afirmar que el 2 de octubre ese periodista abrió su noticiero diciendo “hoy fue un día soleado”. Esa es una caricaturización que la escritora Denise Dresser publicó en un artículo de la revista Proceso el 10 de diciembre de 2006 (número 1571, página 68). Se trataba de una expresión para ejemplificar la ausencia de contraste en las informaciones que la televisión ofreció sobre los hechos de 1968. Sin embargo, esa frase ha sido reiterada en videos y textos, sobre todo en internet.

Inclusive en días pasados, con motivo del fallecimiento de Zabludovsky, la frase del día soleado fue desempolvada por no pocos comentaristas. La misma Dresser se hizo eco de alguna de esas publicaciones. Ya que ella publicó la frase hace casi nueve años, Denise Dresser, por elemental honestidad intelectual, debería desmentirla o precisar la fuente de donde la obtuvo.

Al haber sido el personaje de mayor notoriedad durante muchos años, los aciertos pero también los yerros de Jacobo Zabludovsky fueron muy visibles. Aquel periodismo de verdades incompletas y silencios significativos expresaba una relación perversa, que no ha desaparecido del todo, entre los medios y el poder. En esa circunstancia, Zabludovsky destacó gracias a su innegable talento periodístico, a una proverbial capacidad de trabajo y a ese permanente afán por ir en busca de la noticia. Por supuesto será una referencia nostálgica: es parte del recuerdo de un país que, para mal y para bien, no tenemos más.

En enero de 1998, Zabludovsky le contó a Marta Anaya, en una entrevista para Excélsior, que él mismo había preparado ya la nota sobre su propio fallecimiento. “Supongo que no la voy a pasar yo… pero me gustaría hacerlo”, ironizó. Esa nota, concisa, precisa, comenzaba así: “Ha muerto un reportero”.

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