Obispo de Tuxpan: En busca de la Felicidad

EL EVANGELIO DE LAS BIENAVENTURANZAS

La felicidad es la gran pregunta y la verdadera cuestión del corazón humano. ¿Quién podrá enseñarnos un camino efectivo para alcanzar la felicidad?. El evangelio de este domingo nos habla de la felicidad y nos muestra el camino para alcanzarla.

Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su pro­grama de bendición y de felicidad. Jesús con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado.

El sermón de la montaña que escuchamos este domingo nos propone todo un camino para alcanzar la verdadera felicidad. Produce una sensación extraña ir escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas.

Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad… de una felicidad ver­dadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones, demasiados dramas y os­curidades que nos rebozan su desmentido?

Jesús hablará de la felicidad de los pobres de espíritu, de la felicidad de los afligidos, la de los mansos y humildes, la de los hambrientos y sedien­tos, de la felicidad de los misericordiosos, de la felicidad de los limpios de corazón, la de los pacíficos, la de los perseguidos por la justicia…

Jesús camino, verdad y vida

En las Bienaventuranzas Jesús señala las pistas que conducen a la verdadera felicidad, el camino realista hacia una vida plena y llena de sentido.

Jesús no se limitó a proclamar las bienaventuranzas, sino que las experimentó y practicó durante toda su vida. Él es las bienaventuranzas encarnadas  en una persona.

No es ley ni código ni norma moral, es Evangelio, Buena Noticia, anuncio gozoso. No es solamente un anuncio de felicidad futura, sino de felicidad presente. Quien vive según el espíritu de las bienaventuranzas es feliz.

Revelan cómo es el corazón de Jesús y, por lo tanto, cómo es el corazón de Dios y cómo ha de ser el corazón de sus hijos, de todo ser humano.

Felices los pobres, de ellos es el Reino de los Cielos

Jesús no optó por los pobres, fue pobre.  Los pobres de espíritu confían plenamente en Dios, tienen libertad  e independencia interior, carecen de la idolatría de poseer y acaparar.  Están abiertos y agradecidos a lo que los demás y Dios les quieran regalar cada día. Es el camino hacia la felicidad plena.

Dichosos los que lloran o están tristes, porque Dios los consolará. Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

Se trata de la felicidad interior que nace de dentro, porque se sigue siendo feliz ante las dificultades y conflictos que inevitablemente vendrán de fuera. Es el consuelo y la sabiduría de Jesús.  Trabajar para que la vida sea más humana, más soportable, más llevadera, más feliz, es fuente de la auténtica felicidad.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque Dios los saciará

Quien desea ardientemente un mundo más justo, unas personas mejores, incluyéndose a sí misma; quien siente el corazón inquieto por las injusticias del mundo y lucha contra ellas, no se saciará solo en el “más allá”, sino que vivirá feliz en el trabajo, la ilusión y el esfuerzo de cada día por más pesado y doloroso que sea.

Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

Quien es misericordioso siente paz interior y actúa con bondad, solidaridad, ternura, amabilidad.. Jesús nos muestra con su vida, qué significa la misericordia y el lugar que ocupa para él. Se conmovía ante todo tipo de necesidades, prefería “la misericordia al sacrificio” (Mt 9, 13). Las personas misericordiosas orientan la vida al servicio de los demás. Y son felices.

Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará  sus hijos.

Las personas que siembran reconciliación, que no marginan ni juzgan ni condenan a nadie, que utilizan un lenguaje pacificador,  que no necesitan destacar… crean la paz en su interior y en el ambiente que les rodea. Y son felices. Solo quien está en paz y armonía consigo mismo puede crear y construir  la paz para los demás.  El amor, a uno mismo y a los demás, es la fuerza que construye la auténtica paz.

Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

Quien tiene un corazón limpio, libre de trampas, de cálculos y dobles intenciones, transparente, sincero, piensa bien y desea el bien, confía y no juzga  a las demás, descubre y se fija en lo positivo.

Quien tiene un corazón limpio ve a Dios. Experimenta y proyecta la pureza, la felicidad, la bondad, la belleza, la sencillez… que son luces o reflejos a través de los cuales se puede contemplar a Dios. Un corazón limpio es una constante presencia de Dios,  una evidencia del Espíritu nosotros

Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos.

Las personas que siembran reconciliación, que no marginan ni juzgan ni condenan a nadie, que utilizan un lenguaje pacificador,  que no necesitan destacar… crean la paz en su interior y en el ambiente que les rodea. Y son felices.

Solo quien está en paz y armonía consigo mismo puede crear y construir la paz para los demás.  El amor, a uno mismo y a los demás, es la fuerza que construye la auténtica paz.

Un camino difícil

No es fácil entender hoy el sermón de las bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas, sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes de lo que sucede en derredor nuestro: o ¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza, de misericordia… cuando seguimos empeñados  en construir un mundo que es arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante?

Por esto son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de nuestro corazón y de nuestras entrañas humanas.

Las bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una quimera, la justicia no es un lujo a negociar.

Jesús nos dice no se engañen más, no se acostumbren a lo malo y a lo deforme, porque nacieron para la bondad y la belleza. Y san Agustín dirá: «nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti»

EL EVANGELIO DE LAS BIENAVENTURANZAS

La felicidad es la gran pregunta y la verdadera cuestión del corazón humano. ¿Quién podrá enseñarnos un camino efectivo para alcanzar la felicidad?. El evangelio de este domingo nos habla de la felicidad y nos muestra el camino para alcanzarla

Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su pro­grama de bendición y de felicidad. Jesús con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado.

El sermón de la montaña que escuchamos este domingo nos propone todo un camino para alcanzar la verdadera felicidad. Produce una sensación extraña ir escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas.

Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad… de una felicidad ver­dadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones, demasiados dramas y os­curidades que nos rebozan su desmentido?

Jesús hablará de la felicidad de los pobres de espíritu, de la felicidad de los afligidos, la de los mansos y humildes, la de los hambrientos y sedien­tos, de la felicidad de los misericordiosos, de la felicidad de los limpios de corazón, la de los pacíficos, la de los perseguidos por la justicia…

v Jesús camino, verdad y vida

En las Bienaventuranzas Jesús señala las pistas que conducen a la verdadera felicidad, el camino realista hacia una vida plena y llena de sentido.

Jesús no se limitó a proclamar las bienaventuranzas, sino que las experimentó y practicó durante toda su vida. Él es las bienaventuranzas encarnadas en una persona.

No es ley ni código ni norma moral, es Evangelio, Buena Noticia, anuncio gozoso. No es solamente un anuncio de felicidad futura, sino de felicidad presente. Quien vive según el espíritu de las bienaventuranzas es feliz.

Revelan cómo es el corazón de Jesús y, por lo tanto, cómo es el corazón de Dios y cómo ha de ser el corazón de sus hijos, de todo ser humano.

v Felices los pobres, de ellos es el Reino de los Cielos

Jesús no optó por los pobres, fue pobre. Los pobres de espíritu confían plenamente en Dios, tienen libertad e independencia interior, carecen de la idolatría de poseer y acaparar. Están abiertos y agradecidos a lo que los demás y Dios les quieran regalar cada día. Es el camino hacia la felicidad plena.

v Dichosos los que lloran o están tristes, porque Dios los consolará. Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

Se trata de la felicidad interior que nace de dentro, porque se sigue siendo feliz ante las dificultades y conflictos que inevitablemente vendrán de fuera. Es el consuelo y la sabiduría de Jesús. Trabajar para que la vida sea más humana, más soportable, más llevadera, más feliz, es fuente de la auténtica felicidad.

v Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque Dios los saciará

Quien desea ardientemente un mundo más justo, unas personas mejores, incluyéndose a sí misma; quien siente el corazón inquieto por las injusticias del mundo y lucha contra ellas, no se saciará solo en el “más allá”, sino que vivirá feliz en el trabajo, la ilusión y el esfuerzo de cada día por más pesado y doloroso que sea.

v Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

Quien es misericordioso siente paz interior y actúa con bondad, solidaridad, ternura, amabilidad.. Jesús nos muestra con su vida, qué significa la misericordia y el lugar que ocupa para él. Se conmovía ante todo tipo de necesidades, prefería “la misericordia al sacrificio” (Mt 9, 13). Las personas misericordiosas orientan la vida al servicio de los demás. Y son felices.

v Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos.

Las personas que siembran reconciliación, que no marginan ni juzgan ni condenan a nadie, que utilizan un lenguaje pacificador, que no necesitan destacar… crean la paz en su interior y en el ambiente que les rodea. Y son felices. Solo quien está en paz y armonía consigo mismo puede crear y construir la paz para los demás. El amor, a uno mismo y a los demás, es la fuerza que construye la auténtica paz.

v Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

Quien tiene un corazón limpio, libre de trampas, de cálculos y dobles intenciones, transparente, sincero, piensa bien y desea el bien, confía y no juzga a las demás, descubre y se fija en lo positivo.

Quien tiene un corazón limpio ve a Dios. Experimenta y proyecta la pureza, la felicidad, la bondad, la belleza, la sencillez… que son luces o reflejos a través de los cuales se puede contemplar a Dios. Un corazón limpio es una constante presencia de Dios, una evidencia del Espíritu nosotros

v Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos.

Las personas que siembran reconciliación, que no marginan ni juzgan ni condenan a nadie, que utilizan un lenguaje pacificador, que no necesitan destacar… crean la paz en su interior y en el ambiente que les rodea. Y son felices.

Solo quien está en paz y armonía consigo mismo puede crear y construir la paz para los demás. El amor, a uno mismo y a los demás, es la fuerza que construye la auténtica paz.

v Un camino difícil

No es fácil entender hoy el sermón de las bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas, sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes de lo que sucede en derredor nuestro: o ¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza, de misericordia… cuando seguimos empeñados en construir un mundo que es arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante?

Por esto son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de nuestro corazón y de nuestras entrañas humanas.

Las bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una quimera, la justicia no es un lujo a negociar.

Jesús nos dice no se engañen más, no se acostumbren a lo malo y a lo deforme, porque nacieron para la bondad y la belleza. Y san Agustín dirá: «nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti»

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