Mensaje dominical del Obispo de Tuxpan

SER SANTOS PORQUE DIOS ES SANTO

Las lecturas de hoy nos hablan del llamado de Dios a todos los seres humanos a que seamos santos, porque El es Santo.  Quiere decir que, si hemos de ser cristianos, debemos imitarlo a El.  Y esa imitación es principalmente en su santidad, en su bondad, su amor y su misericordia.

La santidad no es sólo para los Papas, los Sacerdotes y para los Santos que han sido reconocidos por la Iglesia, los Santos canonizados.  La santidad es para todos: hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y viejos.  Todos estamos llamados a ser santos. En verdad es lo que necesitamos: ser más buenos para que nuestra sociedad pueda ser sea también mejor.

Vocación a la santidad

Sorprende el hecho de que ese llamado a la santidad no es  sólo hecho por Jesús en el Nuevo Testamento, sino que nos viene desde mucho más atrás.  La Primera Lectura es del Levítico, el tercer libro del Antiguo Testamento. Señala: Dijo el Señor a Moisés: «Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: ‘Sean santos, porque Yo, el Señor, soy santo”. (Lev 19, 1-2)

Y sucedió que 1300 años después, Jesús, al comenzar su vida pública, repite prácticamente esa misma invitación de ser santos a todo el pueblo que se reunió para escuchar su Sermón de la Montaña:  “sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).

Este tema de la santidad o perfección (como la llama Jesucristo) nos abruma y asusta, porque la sentimos como una gran responsabilidad y la creemos casi imposible.  Pero los santos canonizados, que precisamente la Iglesia nos presenta como modelos a imitar, no nacieron santos, inclusive muchos fueron pecadores; eran iguales a nosotros; con la diferencia que ellos tomaron en serio el llamado de Dios…y lo creyeron posible.

Ser santo porque Dios es santo

La santidad es posible porque Dios es Santo y nos ofrece todas las ayudas necesarias para imitarlo a El y llegar a la santidad.

Las palabras del Salmo de hoy nos pueden enseñar a perdonar y a ser magnánimos: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados”. (Sal 102)

En el sermón de la montaña Jesús ofrece un mensaje diferente, que supera la ley del talión que proponía las bases para superar los efectos de la venganza: tal como fue la ofensa debe ser el castigo, sin infligir a nadie un castigo exagerado. Socialmente era ya un progreso y suponía una justicia equilibrada. Jesús invita a avanzar más allá de la justicia, viviendo el amor y la misericordia.

El Evangelio señala caminos para llegar a ser santos:

En síntesis: no devolver nunca mal por mal y perdonar a los enemigos.

Jesús dice claramente que la injusticia no se combate con la injusticia, que la violencia genera más violencia.

Supera la ley del talión e invita a vivir  las  bienaventuranzas, el amor, la misericordia, la pureza de corazón, en una palabra la santidad

Pagar “ojo por ojo” deja el mundo ciego.

Pagar la agresión con guerras, hace del mundo  un cementerio

En cambio, devolver el bien por mal redime al otro y a ti mismo.

Fue así como Jesús salvó la humanidad.

Ama a los otros como a ti mismo (1a lectura)

Vemos que Jesús va mucho más allá de la ley y de la justicia.

Por supuesto, no se trata de interpretar al pie de la letra cada uno de sus ejemplos (Jesús, cuando le golpearon en una mejilla, ante el juez, pidió explicaciones al soldado que le pegó), sino de aprender la gran lección del amor generoso, gratuito, incondicional y de la no violencia.

La enseñanza de Jesús es siempre el amor. Dar gratuitamente, dar siempre con amor y generosidad.

El amor de Dios es universal. Jesús pide a sus seguidores unas relaciones nuevas fundamentadas en el amor. Lógicamente, no dice que hay que querer igual a todas las personas. No se refiere al ámbito del sentimiento, sino de la actitud.

Amar al enemigo es hacer el bien a todos, actuar siempre con bondad y generosidad, prescindir de toda actitud de rencor, venganza, violencia… que pueda hacer daño a los demás. Y no esperar nada a cambio.

De acuerdo a nuestras posibilidades

Nosotros no haremos llover ni salir el sol, pero sí podemos ofrecer buena cara a todos, acoger, ayudar, decir palabras amables, construir un ambiente de alegría, de comprensión y de paz, amar al prójimo

Mi prójimo son todas las personas, sin excepción. También las que tienen otro temperamento, otra cultura, otros gustos y tal vez otras manías… Con ellas he de recordar, imitar y practicar el amor gratuito y universal de Dios, ese buen Dios que es Padre de todos.

Cuando los demás me resultan simpáticos y me interesa su amistad, no hace falta recordar ninguna consigna.

Sean perfectos como el Padre

Jesús nos propone al Padre como modelo. El único motivo es porque el Padre actúa así, El es bueno, compasivo, tierno con todos. La mayor felicidad para sus hijos e hijas es imitar su ejemplo.

Estamos llamados a ser perfectos, a realizarnos plenamente como personas. Jesús no pide imposibles, sigue dando las pistas para que seamos realmente felices. Nos dice que nuestra actuación no se base en la letra de la ley, sino en la forma de actuar del Padre. Él es el mejor espejo en el que mirarnos, “quien me ve a Mí, ve al Padre”.

No tiene sentido sentirme hijo del Padre y no considerar y tratar a todos como hermanos. La clave es imitar la manera de actuar Dios: siempre lleno de amor, de bondad y de ternura con todos. Amar a su estilo es la clave y eso posible, porque nos creo a su imagen y semejanza y porque Dios nos ayuda a lograrlo.

Es mejor dar que recibir

Cuando nuestro amor no espera recompensas, actuamos como personas sensatas, ya que vivir la verdad nos convierte en personas maduras. Decía san Bernardo que “Amar es la única cosa que tiene la recompensa en sí misma”.

Por otra parte el Salmo de hoy nos dice que Dios aleja de nosotros nuestras culpas. No olvidemos que ser buenos  es pasar por alto las ofensas. “como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama” (Sal 102)

La compasión y la misericordia, para muchos es como la debilidad de la visión católica de la vida; sin embargo no se trata de una simple ideología. La compasión y la misericordia manifiestan la fuerza de la espiritualidad que genera el dinamismo del amor y del perdón, y son como su máxima expresión. El perdón es capaz de superar divisiones, odios y rencores para generar vida comunitaria,  ambiente fraternidad, justicia y solidaridad. Esto es sin duda una realidad que estamos necesitando, una fuerza capaz de transformar nuestra sociedad y la vida de cada uno.

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