Mensaje dominical Obispo de Tuxpan: Estamos en las manos providentes de Dios

La creación entera es obra de Dios, que además cuida amorosamente de todas las criaturas –hasta la más pequeña- empezando por mantenerlas constantemente en la existencia. Este cuidado y providencia se extiende muy particularmente al ser humano, objeto de su predilección.

Nuestro Padre quiere lo mejor para sus hijos. Él sabe muy bien lo que necesitamos, y su mirada alcanza esta vida y la eternidad. Jesús quiere que vivamos con paz, confianza y serenidad

Encontramos sufrimientos, preocupaciones y trabajos, pero debemos llevarlos como hijos de Dios, sin agobios, rebeldía ni tristeza porque sabemos que Él permite esos sucesos que parecen un desastre, para purificarnos y convertirnos en corredentores.

No pueden Servir a Dios y al dinero

El Evangelio nos invita a pensar y discernir cómo estamos viviendo, y sobre todo hacia dónde se inclina nuestro corazón, ¿cuáles son nuestros motivos e intereses últimos en lo que hacemos y para lo que vivimos?. Nos dice claramente: no pueden servir a dos señores, a Dios y al dinero.

Cristo llama señor a la riqueza, no porque por naturaleza lo sea, sino porque lo es por la miseria de quienes se le han sujetado. Del mismo modo llama dios al vientre, no por la dignidad del que impera, sino por la miseria de quienes le sirven, esto es el peor de los suplicios.

San Agustín: El que sirve, pues, a las riquezas también sirve a aquel que, puesto a la cabeza de todas ellas por razón de su perversidad, es llamado por Dios príncipe de este mundo.

¿Cómo no han de ser más míseros que cualquier cautivo, los que teniendo por Señor a Dios se pasan de tan suave reinado a la pesadísima tiranía del dinero o del placer, para hacerse esclavos, siendo así que de todo esto les vienen graves daños aun acá en la tierra?.

Porque del apego al dinero y del abuso de las cosas nacen males gravísimos, como son adicciones, pleitos, molestias, discusiones, trabajos y afanes diversos, ceguedad de la mente y el más grave de todos: la servidumbre de las riquezas nos priva de los bienes eternos, del cielo.

Por algo dice Jesús: Felices los pobres de espíritu. Si vivimos el espíritu de las bienaventuranzas, podremos experimentar el gozo del alma, la posesión de las virtudes, la defensa de la piedad y la dignidad, así como la posibilidad de llevar a cabo lo que Dios nos propone en el Evangelio, concretamente en sus mandamientos y en las bienaventuranzas.

O de otro modo, manifiesta quiénes son estos dos señores cuando dice: «No pueden servir a Dios y a las riquezas», o lo que es lo mismo, a Dios y al diablo, porque el hombre aborrecerá a éste y amará al otro (esto es, a Dios), o sufrirá al uno y despreciará al otro. Sufre un duro dominio todo el que sirve a las riquezas. Cegado por su codicia, vive sometido al diablo.

No se inquieten pensando que comerán

Por esto continúa diciendo: No se preocupen por su vida, sobre qué comerán o que beberán. Entonces ¿no conviene sembrar? No tenemos que trabajar y luchar todos los días para conseguir lo necesario, para superarnos, para progresar y tener algún ahorro, comprar una casa o poner un negocio?

No dijo Cristo que no conviniera sembrar, sino el andar inquietos; ni dijo que no se ha de trabajar, sino que no se ha de decaer de ánimo ni atormentarse con preocupaciones. Ordena tomar los alimentos, pero sin inquietud. Pues dice Cristo: ¿Quién de ustedes con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo?

Así como nadie con sus preocupaciones puede añadir ni siquiera un poquito a la estatura de su cuerpo, del mismo modo no puedes, aunque tú creas que lo puedes, amontonar alimentos.

Por aquí queda manifiesto que aun las cosas que juzgamos conseguir con nuestro trabajo, es la providencia divina la que las lleva a cabo; de manera que si ésta nos abandonara, nada bastaría para el buen éxito: ni el cui dado, ni la inquietud, ni el trabajo, ni otra cosa alguna, sino que todo se nos hundiría.

Nunca podemos olvidar que Dios nos quiere felices aquí, pero nos quiere aún más felices con Él para siempre en el cielo.

En manos de la providencia

Podemos abandonarnos en Dios con total confianza, pero este abandono debe ser activo y responsable, poniendo los medios que cada situación requiera, además de rezar y pedirle a Dios que nos socorra, que nos de salud, tenemos que consultar con el médico oportunamente, hacer las gestiones para conseguir un empleo, estudiar seriamente para un examen….. y todo lo que a nosotros toca. Por ello nos dice San Agustín, el que te creó sin ti no te salvará sin ti.

Abandono de hijos en manos de su Padre unido a la responsabilidad, que lleva a poner los remedios humanos.

Dice San Pablo que todas las cosas cooperan para el bien de quienes aman a Dios. Después de poner los medios a nuestro alcance, o ante acontecimientos en los que nada podemos hacer, diremos en la intimidad de nuestro corazón: Omnia in bonum, todo es para bien.

Los que no conocen a Dios

Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso.

Pero, ¿en verdad conocemos a Dios? ¿sabemos confiar plenamente en la providencia?

Familia germen de vocaciones

Si así lo hacen ustedes familias, están orientando de verdad a sus hijos y están siendo germen de verdaderos cristianos, discípulos de Jesucristo. Porque la familia cristiana es educadora en la fe, formadora de personas y promotora de superación y desarrollo de sus hijos.

La familia es el lugar donde de manera natural se nace, se crece y se muere. Es el único ámbito donde las personas son queridas por lo que son, no por lo que tienen o hacen. Por esta razón la familia está blindada y permanecerá siempre  AP

Lc 2, 52. El niño Jesús crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante de los hombres

Jesús nació y vivió en una familia concreta aceptando todas sus características propias y dio una excelsa dignidad a la institución matrimonial, constituyéndola como sacramento de la nueva alianza (Mt 19, 3-9). En esta perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad y la familia su solidez.

En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. AP 118. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos.

EDUCAR es convertir a alguien en persona. Introducir en la realidad con amor y conocimiento. La educación es la base para edificar una trayectoria personal adecuada. Etimológicamente significa acompañar y extraer. Educar es cautivar con argumentos positivos, entusiasmar con los valores, seducir con lo excelente.

Eso significa comunicar conocimientos y promover actitudes, en una palabra, información y formación. Educar no es solamente enseñar matemáticas, literatura, arte o contabilidad, sino preparar a los jóvenes para que vivan su historia, para que forjen su biografía de la mejor manera posible. Reglas de urbanidad y convivencia, hábitos positivos para no ser sujetos del montón, anónimo e impersonal.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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