La trinchera

Ya no son tiempos de simulación en el PRI. Son tiempos de cinismo.

Por Jesús Silva-Herzog Márquez / Reforma


Ya no son tiempos de simulación en el PRI. Son tiempos de cinismo. Ese no ha sido nunca un partido de ideas y ya no quiere dar apariencia de tenerlas. ¿Para qué disfrazar la disciplina como si fuera coincidencia intelectual? Basta con hablar del progreso y de tachar a los otros de regresivos. El PRI no ha sido espacio deliberativo y no le interesa aprender a discutir. Alzar la mano, echar porras, aclamar al Presidente son los ritos de una identidad que ha vuelto con orgullo. Sabemos que el PRI no ha sido nunca un partido democrático. Los priistas lo saben mejor que nadie y están hartos de fingir que adoptan prácticas ajenas. Así somos y así podemos ganar, nos dicen.

La atlacomulquización del PRI es el retorno a la identidad primaria: un partido disciplinado que aplaude y espera la instrucción. Un partido volcado a la cortesanía y refractario a la discusión. Una guarida de corruptos. Ya no hay asomo de aquellos pudores que empezaron a sentirse en las últimas décadas del siglo pasado. No hay ala crítica, no hay disidencia. El único ruido que se escucha en su reunión es el de las matracas, los aplausos y las porras. Se ha dejado el discurso de la renovación. Ya nadie apuesta al «nuevo PRI». Una enorme fortuna acompaña el retroceso: la fragmentación. En ella radica la esperanza del PRI. Gracias a la pulverización, el partido más abominado ve con optimismo el futuro. La reelección del PRI es probable. Por lo que hemos visto, se mantendrá unido, respaldará al candidato que designe el Presidente, logrará la adhesión de un par de partidos chatarra. La oposición estará dividida. Un gobierno aborrecido puede terminar premiado.

Debe reconocerse que la asamblea de los priistas fue un éxito. El partido se mostró unido, logró cambiar sin disturbios un par de reglas, celebró al mandamás. Nada salió de control. Una asamblea atada y bien atada. El Presidente tiene libertad para designar a quien quiera. El dirigente del PRI consumó su legitimación. No encara adversarios de importancia y podrá ejecutar puntualmente las instrucciones de su jefe. En las lecciones del Estado de México se funda una estrategia razonable. Unir al PRI y dividir a la oposición. En todo cinismo hay una lectura de la realidad. El PRI sabe bien que no necesita ganar la mayoría, no necesita siquiera estar cerca de la mayoría. Necesita alcanzar el tercio mayor y está en la peor fase de desprestigio, cerca del umbral. El PRI puede perder millones de votos y ganar. El PRI puede tener una gran mayoría en su contra, y ganar. De ahí que al PRI no le interese ya hacer una convocatoria nacional. Ha renunciado a ella. No perderá el tiempo buscando votos imposibles. Le interesa cuidar sus lealtades. Apenas necesita ampliar mínimamente su base para alzarse con el triunfo. Por primera vez en su historia, el PRI está convencido de que le basta con el PRI. O casi.

Un partido para sí mismo. Lo podemos ver en el evento reciente. El PRI que se festejaba este fin de semana no era una organización que intentara enviar un mensaje a la sociedad mexicana. Dudo que alguien fuera del Palacio de los Deportes crea que el gobierno de Peña Nieto sea una «autoridad moral», como dijo el presidente de la República. Los mensajes de la asamblea del PRI fueron bocados para la tribu. El PRI se atrinchera porque se separa voluntariamente del resto de la sociedad mexicana. Sabe bien que no necesita ser un instrumento de la diversidad sino una palanca de esa facción aún determinante de la vida política del país. No importa la mayoría. En el México de la fragmentación política, para el PRI es prescindible el resto de la sociedad mexicana. Puedo exagerar pero no mucho. El PRI de Ochoa no es un partido que quiera hacerse simpático. No es un partido que ofrezca un proyecto, que pretenda persuasión de los escépticos. Refugiándose en sí mismo es un partido en las antípodas del de Colosio.

Si el PRI se encierra en sí mismo no es por distracción sino por estrategia. Puede verse este PRI como el más viejo de su propia historia porque es el más abiertamente faccioso. En su larga historia, en sus tres encarnaciones, el partido de Calles se ha pensado instrumento nacional. Hoy el PRI es un instrumento para el PRI. Lo importante ahora es la unidad. Mañana será el miedo.

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