Mensaje del Obispo de Tuxpan: La salvación es para todos

El Evangelio de Mateo nos dice que Jesús se retiró con sus discípulos hacia Tiro y Sidón; y se le acercó una mujer que le pedía insistente: “¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Porque mi hija está siendo atormentada por el demonio.” Jesús la escuchó y permaneció en silencio. San Agustín comenta que no le hacía caso porque él le tenía reservado algo especial: no se quedó callado por desprecio ni para negar lo que pedía. Buscaba que lo mereciera con su humildad y perseverancia.

La mujer debió insistir varias veces, de manera que los discípulos, cansados de tanto empeño, le dijeron a Jesús: atiéndela para que se vaya, pues viene gritando detrás de nosotros. El Señor le explicó que él había venido a predicar en primer lugar a los judíos. Pero la mujer no se dio por vencida, a pesar de esta negativa, se acercó y se postró ante Jesús, diciendo: “¡Señor, ayúdame!”

No está bien quitar el pan a los hijos

Ante la humilde y perseverante insistencia de aquella mujer cananea, el Señor le repitió las mismas razones con una imagen que ella comprendió enseguida: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.” Le dice también que ha sido enviado ante todo a los hijos de Israel.

Las palabras de Jesús no confundieron a la mujer, quién con humildad, respondió: “Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos.” Reconoció con realismo y humildad la verdad de su situación. San Agustín señala que aquella mujer “fue transformada por la humildad y mereció sentarse a la mesa con los hijos.

Conquistó el corazón del Señor, recibió el favor que había pedido y además una gran alabanza de parte del Maestro: “Mujer grande es tu fe! Que se te conceda lo que pides. Su hija quedó sanada en aquel mismo instante. Más tarde fue una de las primeras mujeres, procedentes del mundo pagano, que abrazaron la fe, y siempre conservaría en su corazón el agradecimiento y el amor al Señor.

Señor, danos fe y humildad

A veces Dios no responde a nuestra oración y nos queda la impresión que se esconde, sin prestar atención a nuestras solicitudes. Efectivamente Jesús se hace el que no escucha. Dios simula no escucharnos para probar nuestra fe. En realidad el Señor quiere hacer crecer nuestra fe.

Ese aparente silencio de Dios es más bien como la calistenia o el calentamiento del atleta para fortalecerse antes de iniciar la competencia. Cuando el Señor parece esconderse y no hacernos caso, en realidad está disponiendo las cosas para fortalecer nuestra fe débil.

Ante todo hemos de pedir al Señor que nos conceda humildad para alcanzar una fe profunda y fuerte. Como San Agustín debemos pedir humildemente: “que me conozca y que te conozca. Así jamás perderé de vista mi nada”. Solo así podré seguirte como Tú quieres y como yo quiero: con una fe grande, con un amor profundo.

Se cuenta en la vida de San Antonio Abad que Dios le hizo ver el mundo sembrado de los lazos que el demonio tenía preparados para hacer caer a los humanos. El santo, después de esta visión, quedó lleno de espanto, y preguntó: “Señor, ¿Quién podrá escapar?”. “Antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia necesaria, mientras los soberbios van cayendo en las trampas que el demonio les tiende; pero a las personas humildes el demonio no se atreve a atacarlas.”

La humildad se fundamento en la verdad

Sí queremos de verdad servir al Señor, hemos de desear y pedir la virtud de la humildad. Tengamos presente que la soberbia es el pecado capital que se opone con mayor fuerza a la humildad, es lo más opuesto a la vocación de hijos de Dios y hermanos de los demás.

La soberbia es lo que más daño hace a la vida familiar, a la auténtica amistad. Y en definitiva es lo que más se opone a la verdadera felicidad… Es el principal apoyo con que cuenta el demonio en nuestro corazón y en nuestra alma para intentar destruir la obra que el Espíritu Santo busca edificar incesantemente en nuestras vidas.

La humildad tiene como fundamento la verdad. Es infinita la distancia entre la criatura y el Creador.  Además lo bueno que hay en nosotros es de Dios; todo el bien que hacemos ha sido sugerido e impulsado por Él, y es El quien nos ha dado la gracia para llevarlo a cabo.

La mujer cananea no se sintió humillada ante la comparación de Jesús, al señalar la diferencia entre judíos y paganos; era humilde y sabía su lugar en pueblo elegido; por eso no tuvo inconveniente en perseverar, a pesar de haber sido aparentemente rechazada, en postrarse ante Jesús…

Por su humildad, su audacia y su perseverancia recibió la gracia y el favor de Dios. Nada tiene que ver la humildad con la timidez, la vida mediocre, o sin aspiraciones. La humildad descubre que lo bueno que existe en nosotros, en el orden de la naturaleza y de la gracia, pertenece a Dios, porque de su plenitud hemos recibido todos; y todos sus dones nos mueven al agradecimiento.

¿Cómo alcanzar la humildad?

Solamente la gracia de Dios puede darnos la visión clara de nuestra propia condición y la conciencia de su grandeza que origina la humildad”. Busquémosla, convencidos de que con esta virtud amaremos a Dios y seremos capaces de grandes empresas a pesar de nuestras limitaciones y flaquezas…

Junto a la petición, hemos de aceptar las humillaciones que surgen en el trabajo, en la convivencia ante las equivocaciones y errores que cometemos. De Santo Tomás de Aquino se cuenta que un día fue corregido por una supuesta falta de gramática mientras leía; corrigió según lo indicaban.

Luego, sus compañeros le preguntaron por qué la había corregido si sabía que el texto estaba bien escrito. Y el Santo contestó: “Vale más delante de Dios una falta de gramática, que una falta de obediencia y de humildad”. Andamos el camino de la humildad cuando aceptamos las humillaciones, pequeñas y grandes, y cuando aceptamos nuestros defectos.

Dios fuente de todo bien

Quien es humilde no busca alabanzas y elogios en su tarea, porque su esperanza está puesta en Dios, quien es, de modo real y verdadero, la fuente de todos sus bienes y de la verdadera felicidad: es Dios quien da sentido a todo lo que hacemos.

Alguien ha dicho que “Una de las razones por las que los seres humanos son tan propensos a alabarse, a sobredimensionar sus cualidades y valores; o a resentirse de cualquier cosa que tienda a rebajarlos en su propia estima o en la de otros, es porque el fundamento de su esperanza y felicidad está solo en ellos mismos.

Por lo mismo suelen ser muy susceptibles y resentidos cuando son criticados; se molestan fácilmente  si alguien les contradice; son muy insistentes en salirse con la suya y muestran gran avidez de ser conocidos y alabados. Se afianzan en sí mismos como el náufrago se sujeta a una tabla. Y la vida sigue, avanza día a día; y cada vez están más lejos de la felicidad…”.

Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni alabanzas; y si éstas llegan las relativiza o las encausa hacia Dios, de quien procede todo bien. La humildad se manifiesta no en el desprecio ni en el olvido de sí mismo. Quien es humilde reconoce con alegría que no tenemos nada que no hayamos recibido; esto nos lleva a sentirnos hijos pequeños de Dios que encuentran toda la firmeza en la mano fuerte de su Padre y en la ayuda de los demás.

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

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