Mensaje del Obispo de Tuxpan: El Señor invita al banquete de salvación

El tema de nuestra celebración eucarística de este domingo, es el Banquete del Reino de Dios. El tema está propuesto por la primera y tercera lecturas de los textos bíblicos que conforman el pan de la palabra en esta eucaristía dominical.

La Palabra de Dios invita al conocimiento y a la amistad con Él, a la intimidad del banquete. En definitiva, invita a “entrar en el Reino”, es decir, creer sólo en “Abbá”, comportarse como hijo, pensar en “nosotros” más que en “yo”. La invitación es al Evangelio, a vivir en el Reino, no en las tinieblas, no en el juicio, no en el temor, no en el Sinaí, sino en el Monte de las Bienaventuranzas.

Las Lecturas de hoy se refieren a la Fiesta de la eternidad, al «Banquete de Bodas» preparado por nuestro Señor, para todos los seres humanos al final de los tiempos. Se trata de nuestra salvación, de nuestra felicidad eterna con El, para siempre en la Jerusalén Celestial, cuando Dios «enjugará toda lágrima y ya no existirá ni muerte, ni duelo, no gemidos, ni penas» (Ap. 21, 4) y viviremos en completa y perfecta felicidad para siempre.

Las lecturas

La Primera Lectura de hoy también nos describe esta Fiesta por boca del Profeta Isaías: «El Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos» (Is. 25, 6-10).

El Salmo del Buen Pastor (Sal. 22) nos habla de que el Señor siempre nos acompaña, aunque a veces pasemos por momentos difíciles. Y nos dice también que al final El mismo Señor “preparará la mesa, ungirá nuestra cabeza con perfume y llenará mi copa hasta los bordes”.

Se refiere este pasaje del Salmo 22 a esa «Fiesta Escatológica» que la Palabra de Dios nos presenta en varios pasajes. Es el Señor mismo quien prepara la mesa y nos sirve, como lo indica San Lucas: “El mismo se pondrá el delantal, los hará sentarse a su mesa y los servirá uno por uno” (Lc. 12, 37).

Y Jesucristo nos presenta esta Fiesta en el Evangelio de hoy por medio de la parábola del «Banquete de Bodas» (Mt. 22, 1-14). El Señor no cesa de recordarnos que debemos estar preparados, cada vez mejor preparados, para que no nos suceda como el que llegó mal vestido a la Fiesta del Cielo y lo echaron fuera. Que tampoco nos suceda como los invitados que despreciaron la invitación.

Dios invita

Con la parábola de los invitados que no quieren acudir al banquete del Rey y son sustituidos por otros que en principio no habían sido invitados, Jesús insiste en la misma idea de los domingos anteriores. Jesús nos habla del “El Reino”, de la relación con Dios y con los demás, que no es una serie de contenidos teóricos sino una invitación a cambiar de valores y actitudes, un modo nuevo de vivir.

Jesús presenta el Reino como un banquete, como una boda. Símbolos de amistad, comunión, amor y felicidad.  Cuando los intereses de Dios no son nuestros intereses, Dios interesa poco, y por poco, por cualquier excusa, se le deja de lado.

De acuerdo al Evangelio, al Reino se va por invitación, como a una boda, como a una fiesta. Quien convoca al Banquete no manda, invita. Lo más profundo de Dios se alcanza y acepta por invitación. Las cosas más profundas y esenciales no se hacen por obligación ni por deber, sino por libre decisión, por libre respuesta a una invitación, a una sugerencia, a una mirada, a un susurro…

Jesús derriba todo privilegio y toda barrera.

Las excusas y rechazos no detienen el plan de Dios. El Señor no suspende el banquete. La invitación se extiende a “todos los que encuentren”. Es universal. No por nuestros méritos sino por amor gratuito e incondicional del Padre. Los “buenos y malos”, los “pobres y lisiados” (Lc 14,21), forman la nueva comunidad.

Nuestro Dios es un Dios de vida, y no puede permitir que sus criaturas tengan como destino final la muerte ni la infelicidad. Es una constante en el Evangelio que las personas que se creen privilegiadas, en posesión de la verdad, mejores que las demás, se auto-excluyen, se cierran la puerta de la Fiesta.

No basta con ser llamados –bautizados-, hay que querer ser elegidos, haciendo vida el mensaje de Jesús con alegría, sin ningún temor, porque, aunque es exigente, como la libertad, la amistad, el amor… es llamada que conduce a la Fiesta, a la Plenitud y a la Vida.

El Señor espera nuestra respuesta

Ahora bien, la historia que sucedió entonces puede volver a repetirse ahora: también nosotros podemos hacernos los remolones, anteponer otros intereses “nuestros”, más mezquinos, despreciar la llamada, o no responder a ella con la dignidad que se merece.

Porque es verdad que la invitación es un don, pero como requiere de nuestra respuesta, es también responsabilidad. A esto se refiere el inquietante episodio final del que entró a la fiesta sin el traje adecuado (que, al parecer, según las costumbres antiguas, proporcionaba el mismo anfitrión).

Es verdad que en la invitación no hay filtros: todos están llamados, buenos y malos. Pero aceptar la invitación significa lavarse con el agua del bautismo, revestirse de una nueva condición, iniciar un camino de vida. Es una suerte que te inviten a una fiesta, pero todos sabemos que uno no puede presentarse en ella de cualquier manera.

El traje de fiesta

Lógicamente, no se trata de un costoso traje de ceremonia ni de etiqueta, sino de la actitud.

Jesús quiere que los invitados vistamos de fiesta: que haya coherencia entre lo que decimos creer y nuestra vida. Cambiar de vestido-conversión, requiere cambiar de mentalidad, sentir la alegría y la confianza de saberse hijos e hijas del Padre y llevar el estilo de vida, en medio de las alegrías y tristezas, salud o enfermedad, gozos o dificultades, que Jesús nos enseña con su vida. ¿Qué actitudes me faltan para completar el traje adecuado para el Banquete?

Es aquí, sólo aquí, en donde tienen lugar las exigencias, que, sin duda, también existen, pero que no comparecen más que tras la invitación a participar de la fiesta, tras el anuncio a participar de la gracia, pero que no podemos despreciar ni banalizar. Lo que celebramos festivamente y con alegría es algo muy serio.

Y es que la alegría de una fiesta de bodas no es algo que pueda tomarse a broma. Por eso hay que vestirse de la manera adecuada.

Fortalecidos por este banquete del Señor, continuamente repetido, podemos afrontar además las adversidades de la vida, como nos enseña hoy Pablo, que supo aceptar a tiempo la invitación a la fiesta y así, revestido de su nueva condición, salió a los caminos del mundo a gritar por doquier “¡vengan también ustedes a la fiesta!”

Esta es, en esencia, la vocación de bautizados: invitados que saben ser servidores y van diciendo con sus palabras y su modo de vida a todo el mundo, a buenos y malos, “¡vengan a la fiesta!.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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