Argentina juzga los “vuelos de la muerte” 40 años después

Este miércoles se lee la sentencia del megajuicio del centro de torturas de la ESMA, con 54 acusados y 789 víctimas, el mayor de la historia

Por Carlos E. Cué/El País

La Justicia argentina lee hoy la sentencia del mayor juicio de la historia de este país con 54 imputados por los delitos cometidos contra 789 víctimas. Es el megajuicio de la ESMA, el más conocido centro de represión de la dictadura argentina. Dentro del proceso, por primera vez se juzgan los llamados vuelos de la muerte, el sistema de exterminio de los detenidos desaparecidos que acabó con la vida de unas 4.000 personas, lanzadas al mar desde aviones militares después de haber sido drogadas para adormecerla.

Han pasado 40 años, pero la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) está casi intacta. Por eso Miriam Lewin, que estuvo allí secuestrada dos años, puede situarse en el lugar exacto en el que los detenidos eran drogados con Pentotal antes de ser desnudados y subidos a camiones que los llevarían a un avión desde el que los lanzarían al mar. “Era exactamente aquí, en este espacio, donde estaba la enfermería y donde ahora están ustedes. Y se los llevaban por esos escalones hasta un camión en el patio. Lo hacían cada miércoles. Los elegidos tenían que pararse cuando escuchaban su número y caminar hasta acá en fila india”, les cuenta a los sobrecogidos visitantes de la ESMA, el más conocido de los centros de detención, tortura y desaparición de la dictadura argentina, que está en el corazón del coqueto barrio de Núñez y organiza visitas mensuales con supervivientes.

Hoy la ESMA es un centro de memoria, un ejemplo mundial de cómo convertir un lugar de horror en uno de aprendizaje para inocular anticuerpos en las siguientes generaciones. Algo que España, como otros países, no ha sabido hacer con su Valle de los Caídos. Lewin, como varios de los escasos supervivientes de este centro, estará este miércoles en la lectura de la sentencia del megajuicio de la ESMA, el mayor proceso de la historia de Argentina. Con 54 acusados –todos ellos en la cárcel, muchos en prisión preventiva— y 789 víctimas, ha durado cinco años y por primera vez juzga a los que participaron en los llamados vuelos de la muerte, la forma cruel en la que se estima que fueron asesinadas unas 4.000 personas.

La lectura de la sentencia es vivida en Argentina como una catarsis colectiva, un acto de justicia reparadora, con las víctimas en la sala mirando a los condenados, y pantallas gigantes a las puertas del tribunal para que miles de personas puedan seguirlo en la calle. Argentina fue en la década de los 80, con Raúl Alfonsín, un ejemplo mundial de juicio a sus represores. Después llegaron los indultos y la impunidad de los 90. Y desde 2003, con el impulso del Gobierno de los Kirchner, el país volvió a ser un ejemplo mundial en juicios de lesa humanidad. Aún hoy hay 449 criminales presos y 553 en prisión domiciliaria, y aún hay otros 420 procesos en marcha. El cambio de gobierno no ha frenado los juicios, que son considerados por la Corte Suprema como una política de Estado. Argentina ya dio ejemplo este año al realizar las primeras condenas por el plan Cóndor, y antes por el robo sistemático de niños. Ahora llega el proceso clave.

El megajuicio de la ESMA ha sido especialmente complejo porque nadie sobrevivió a los vuelos de la muerte, y prácticamente ningún militar, salvo Adolfo Scilingo, ha confesado nunca que sabía de su existencia o participó en ellos. Los abogados de las víctimas han tenido que hacer una enorme labor de investigación con la escasa documentación de vuelo conservada para probar que existieron. “El juicio, al estar imputados los pilotos, permitió reconstruir la operatoria, cómo hacía el grupo de tareas de la ESMA para llevar adelante este método de exterminio. Cómo, después de adormecer a las víctimas diciéndoles que iban a un campo de recuperación, la Armada conseguía un avión y unos pilotos en plena noche. Ninguno de los implicados ha colaborado, se mantiene el pacto de silencio. Por eso se ha usado documentación de la Armada, libretas de vuelo, el testimonio de los supervivientes de la ESMA”, explica Luz Palmas Zaldúa, abogada del CELS, un respetado organismo de derechos humanos que impulsa estos juicios.

“Declararon más de 800 personas. Es el juicio más grande de la historia argentina. Entre los imputados hay personajes muy relevantes como el Tigre Acosta, Ricardo Cavallo, o Alfredo Astiz, conocido más allá de Argentina. El juicio permitió además reconstruir la colaboración de la Iglesia, la connivencia de los medios de comunicación, como la Cancillería argentina utilizaba a los secuestrados como mano de obra esclava para hacer propaganda y contrarrestar lo que ellos llamaban la campaña antiargentina en el mundo”, remata Zaldúa. Los imputados no solo no colaboran. Algunos incluso reivindican sus delitos. Hace menos de dos meses, Astiz, encarcelado desde 2003 —antes estuvo libre muchos años gracias a las leyes de punto final y obediencia debida— clamó ante el tribunal: “Nunca voy a pedir perdón por defender a mi patria”.

Ricardo Coquet, otro superviviente, secuestrado en la ESMA entre marzo de 1977 y diciembre del 78, también acude a la sala. “Quiero estar ahí. Yo estuve casi dos años cada miércoles escuchando esos números, sintiendo que estaban matando a todos mis compañeros con una enorme impotencia. Cada semana caían 40 o 50. Imagínate lo que es ver cómo le ponen las esposas al Tigre Acosta, que nos decía “a mí Jesusito me dice quien tiene que vivir y quien tiene que morir”. Es algo muy importante. No es un cierre pero es especial. Es justicia. Porque ellos tienen un juicio justo, no los torturan ni los lanzan al mar”, se emociona.

Coquet sostiene que allá adentro sabían que se los llevaban para matarlos, aunque trataran de engañarlos. “Yo me enteré que los traslados eran la muerte porque el compañero Ignacio Pedro Ojea Quintaba tenía puesta ropa mía que le había prestado porque vivíamos juntos. Un día lo trasladaron y al día siguiente el Tigre Acosta dijo que me dieran ropa digna porque la mía estaba toda rota. Allí me llevaron y me dieron la ropa de Ojea, que era mía, un pantalón jean Oxford y camisa escocesa. Uno conoce su ropa. Ahí me di cuenta. Eran crueles. Yo he visto mujeres parir y al día siguiente las mandaban al avión. Creo que eso fue lo que más sensibilizó a la sociedad, saber que se robaban hasta los hijos. Argentina está dando ejemplo al mundo, pero no veo que otros países lo sigan”, cuenta Coquet.

Lewin, que es una conocida periodista de investigación argentina, logró datos para confirmar la historia de los vuelos de la muerte, en especial el que se llevó al grupo fundador de Madres de Plaza de Mayo, con Azucena Villaflor a la cabeza, y dos monjas francesas. Sus cadáveres aparecieron de forma inesperada en las costas argentinas y fueron enterrados como “NN”. Muchos años después se pudo reconstruir su historia, que ahora es clave para la condena de los responsables. “Están las planillas, se ve que fue un vuelo un miércoles, nocturno, con duración ilógica, tres horas sin destino para volver a Aeroparque. Aparecieron los cadáveres con lesiones compatibles con la caída desde gran altura. A ellas sí las encontraron porque hubo una gran Sudestada, los demás nunca aparecieron porque los vuelos se internaban en el mar para no dejar rastros, por eso duraban tres horas”, explica la periodista.

Algunos participantes en los vuelos de la muerte alardearon de sus crímenes muchos años después ante testigos, aunque ahora lo niegan. Como Julio Poch, detenido en España después de contarles sus hazañas a compañeros de KLM, o Ricardo Ormello, que relató a sus compañeros de Aerolíneas Argentinas el procedimiento y una anécdota que hizo que le denunciaran. “Trajeron a una gorda que pesaba como 100 kilos y la droga no le había hecho efecto. Cuando la íbamos arrastrando se despertó y se agarró del parante. La hija de puta no se soltaba. Tuvimos que cagarla a patadas hasta que se fue a la mierda”, detalló a sus amigos este hombre, que era cabo segundo de la Armada durante la dictadura.

Sin embargo, no es fácil probar la culpabilidad y las víctimas están inquietas ante la posibilidad de que la sentencia sea más suave que otras y alegue falta de pruebas para absolver a algunos pilotos y responsables de los vuelos de la muerte. Así podrían salir en libertad, aunque no los condenados por otras causas a cadena perpetua. Algunos temen que el cambio político pueda cambiar el espíritu que hasta ahora dominaba en la justicia, que ha determinado en los últimos años sentencias muy duras. “Siempre es reparador para nosotros verlos entre rejas, ver que están pagando por los crímenes aberrantes, pero es intranquilizador pensar que algunos puedan volver a las calles. Este juicio tiene la particularidad de que se da bajo un Gobierno de centroderecha que ha dado muestras de escaso respeto a organismos de derechos humanos, y que tiene funcionarios negacionistas. Creo que los signos de los tiempos pueden influenciar las sentencias de los jueces. Tenemos un alto grado de inquietud”, sentencia Lewin.

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