Las Francias mestizas de Deschamps

Ganó el Mundial de 1998 como capitán y ahora lo hace desde el banquillo con dos equipos multiculturales y de mucho músculo

Por Enrique Yunta/Abc

Encendido el debate por sus formas, alejadas, según los puristas, de lo que se le debe exigir a un campeón sin aceptar que hay más de un estilo en esto del fútbol, Francia ha sido el equipo más fiable en Rusia, una selección con derechos de autor y hecha a imagen y semejanza de lo que desprende Didier Deschamps desde la pizarra. Veinte años después, los «Bleus» bordan otra estrella en el corazón, la segunda, y sirve la gesta para conceder la eternidad a su técnico, capitán en 1998 y ahora gestor de otra generación de oro. Hay similitudes entre las dos Francias, aunque es cierto que la otra, la de hace dos décadas, tuvo algo más de gracia con la pelota. De todos modos, con el tiempo quedará solo el resultado y la gente se acordará de que en Rusia ganó Francia. El cómo es lo de menos.

A Deschamps no le importa en absoluto el debate, menos si cabe con la copa en casa. Trazó una idea desde que asumió el cargo y en Moscú encontró el tesoro que dos años atrás, en París, se llevó Portugal. Aquella final de la Eurocopa, en donde Francia era netamente favorita y no solo por el hecho de jugar como local –para colmo, se lesionó Cristiano nada más empezar–, supuso un tortazo tremendo para el combinado galo, pero no se perdió por el camino. Deschamps, aunque mantuvo la columna vertebral, dejó fuera de este Mundial a 14 jugadores de aquella Euro, no titubeó en el caso Benzema e igualmente tuvo cierto valor al no llevarse a Rusia a jugadores de peso como Rabiot. No vacilaba de corto, tampoco lo hace con traje.

Triunfo de la integración

Como jugador, con 29 años, llegó al cielo de París, pulmón de ese equipo que tenía a Zinedine Zidane como máxima referencia. Era, sin embargo, una selección de granito con gladiadores como Thuram, Desailly, Lebouef, Karembeu, Vieira o Petit, de ahí que muchos vean semejanzas con la Francia que ganó ayer. Porque, además del talento inagotable de Griezmann o Mbappé, Deschamps ha dado forma a una idea en la que se impone el músculo de los Pogba, Kanté o Matuidi. El fútbol de ayer vale para el fútbol de hoy.

El triunfo de Francia es un triunfo multicultural, y vale esta afirmación para las dos estrellas. En 1998, hubo comunión absoluta, la ilusión de la primera vez multiplicada por mil por el hecho de actuar en casa. Se abrazó mayoritariamente y con orgullo el mito de un equipo «black, blanc, beur» (negro, blanco y árabe), pues ese grupo de 22 jugadores únicamente contaba con ocho de origen «puro». Jacques Chirac, entonces presidente del país, se agenció ese éxito y presumió de Mundial pese a que no conocía ni a la mitad de los protagonistas. «Es el éxito de la Francia tricolor y multicolor», exclamó. Por contra, Jean Marie Le Pen, el líder del Frente Nacional, bramó por la cantidad de jugadores de origen africano que vistieron la camiseta nacional en aquel Mundial.

En este, en el de Rusia, también ha brillado una Francia «black, blanc, beur». Si se atiende a la plantilla confeccionada por Deschamps, llama poderosamente la atención que solo cuatro internacionales son nacidos en el país y con padre y madre de la Francia europea (Lloris, Pavard, Thauvin y Giroud). De los 23 galardonados ayer en el Luzhniki, 14 tienen algún tipo de vínculo con África, resultado del colonialismo. Eso sí, solo Steve Mandanda (portero suplente) y el azulgrana Samuel Umtiti han nacido fuera de Francia (Congo y Camerún, respectivamente).

Zagallo y Beckenbauer

La Francia de 1998 entró en el paraíso con una terna estupenda, campeona también en la Eurocopa de 2000. Cuando se agenció el primer título mundial, Mbappé aún no había nacido –tiene 19 años, designado como mejor jugador revelación del campeonato– y Griezmann, ahora la figura de los galos, era un niño de siete años que perseguía a sus ídolos reclamando fotos y autógrafos.

Tanto aquel 12 de julio de hace veinte años como ayer, estaba Deschamps, enlace de estas dos generaciones, héroe para siempre por aparecer de manera activa en los dos momentos más felices de esta potencia. A las puertas de los 50, entra en un grupo de máxima exclusividad, pues solo Mario Zagallo y Franz Beckenbauer han ganado el Mundial tanto en el campo como en el banquillo.

Nacido en Bayona, probó la pelota vasca y el rugby antes de dar patadas al balón, remarcable su éxito. «Yo tengo el mismo carácter que cuando jugaba. No voy a cambiar ahora a estas alturas». Visto lo visto, no hay motivos para hacerlo.

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