La comunicación subterránea en política

 

Por Dra. Zaida Alicia Lladó Castillo


Antes de entrar al tema, empiezo haciendo algunas reflexiones sobre la forma en que los seres humanos hacemos uso permanente del lenguaje: a) verbalno verbal,  b) directo- indirecto, c) formal-informal, porque en ello estriba gran parte de la forma en que nos comunicamos con los demás, para bien o para mal.


A)   El lenguaje verbal y no verbal.

 

a)    El lenguaje verbal, nos permite expresar lo que pensamos a través de la voz (lenguaje oral),  o con las palabras escritas (por medio de la representación de gráficos o signos), en forma de frases, pensamientos, etc., definidos por nuestro nivel educativo y cultural y haciendo uso de nuestro repertorio de aprendizaje y de la interpretación y significado de los conceptos.

 

b)    El lenguaje no verbal, es aquel que sin mencionar ninguna palabra, con la sola gesticulación, seña, expresión corporal, imagen sensorial (visual, auditiva, olfativa, etc.) incluso con el propio silencio, es suficiente para dañar u ofender o por lo contrario generar empatía y afecto. Al lenguaje verbal y no verbal, se les denomina también comunicación abierta o cerrada.

 

B)   El lenguaje directo e indirecto

 

Aunque hay formas especiales en la gramática de describir este tipo de lenguajes, yo deseo explicarlos en función de las relaciones humanas.

 

a)    El lenguaje directo, es el que se construye frente a frente entre las personas, sin mediar ningún elemento de comunicación impresa o electrónica. En el lenguaje directo las personas se comunican y comparten ideas, realizan debates y canalizan afectos y emociones (buenas o malas) trasmitiéndose cara a cara.

 

b)    El lenguaje indirecto, puede ser presencial o no presencial. El presencial, es aquel que se transmite a través de medios escritos o electrónicos (a distancia en tiempo real): mensaje por video-conferencia, chat, celulares, tv, radio, etc.), es decir la persona, no está físicamente, pero su imagen, voz o texto, se transmite en el momento que elige el interesado. En el no presencial, el emisor no está presente, pero puede envía los mensajes a través de terceros interesados o emite la comunicación enviando mensajes encubiertos para que los interprete el de enfrente.

 

C)   El lenguaje formal e informal


Esta modalidad de comunicación nos permite establecer nuestra sociabilidad de acuerdo al contexto y puede ser: formal e informal.


a)    El lenguaje formal es el que queda implícito en el contexto oficial o institucional; y cae en esta categoría, toda comunicación que merece tomarla con seriedad por ser inherente a las instituciones sociales, gubernamentales, políticas, empresariales, etc.  

b)    El lenguaje informal, se establece como producto de la confianza o cotidianidad en las relaciones interpersonales y que se separa del lenguaje formal-institucional. Es decir, aquel que queda fuera de los canones que implican seriedad y oficialidad y que son propias de las relaciones humanas, de las que se derivan los lazos de empatía o antipatía entre colaboradores. Y puede surgir de los comentarios, bromas, convivencias, citas, reuniones con compañeros, planes comunes, lazos de confianza o emocionales, etc. Comunicación coloquial, que no tiene nada que ver con los aspectos institucionales.


Por lo tanto, es claro que nuestras interacciones humanas normalmente versan entre estos tipos de lenguajes o comunicaciones, y se adaptan a los diferentes contextos en que nos desenvolvemos.


Para el caso de los espacios políticos, estos tipos de lenguajes se combinan y podrían interpretarse de la siguiente manera:


El lenguaje formal, verbal (abierto) y directo, en política, es parte de lo que justifica el conocimiento de ésta como disciplina o lo que exige como requerimiento, el manejo y control de las instituciones políticas, en lo interno y externo. Es decir, la política, en su lenguaje formal-directo lo podría explicar cómo: el que se estudia y comunica en voz de sus expertos o de las personas que tienen interés o vocación como críticas o interesados en su conocimiento. O dentro de las instituciones: lo que concierne a las normas, principios, reglas de grupo, acciones o conceptos intrínsecos a los actores  en: los partidos, órganos electorales y gobierno,  a través de sus representantes y participantes, que se comparten y definen los mensajes, discursos, información, documentación y sentido de la orientación que se quiere lograr con sus integrantes, como instrumentos de control o motivación de quienes aspiran o detentan el poder (Lladó, 2013). En esta parte el lenguaje verbal, formal y directo, tiene una gran fortaleza porque es parte de la persuasión, a la que recurren los políticos para allegarse adeptos. 


Pero, si algo tiene PODER (con mayúsculas) en la comunicación política, es el lenguaje no verbal, indirecto e informal.


Vámonos por partes.


En los espacios políticos el lenguaje informal, es el que “se conduce fuera de la parte institucional y define las relaciones interpersonales entre los integrantes de los partidos, grupos o células políticas, que establecen las empatías, alianzas, grado de confianza e intereses en proyectos comunes, dentro y fuera de los mismos” (Lladó, 2013).


Igualmente el lenguaje no verbal en política: “aduce a prácticas (leales o desleales) o valores entendidos que no se expresan abiertamente, pero que son parte de la dinámica de sobrevivencia en ese medio y que se mantiene dentro de los grupos, como formas de entendimiento, parte de la disciplina, lealtad, encomienda hacia el superior o hacia quien se le rinde pleitesía por lo que representa en poder o proyecto presente o futuro” (Ibíd)


En el caso del lenguaje indirecto en política, forma parte de las estrategias de control que se utilizan en los mensajes sin la necesidad de hacerlo de frente, sino a través de algún medio, o de terceros, o de mensajes subterráneos o subliminales que son enviados por el emisor, para que le llegue al interesado, que es al que se desea que lo escuche y entienda. Algo así como: “te lo digo Chana, para que lo entiendas “Juana” (Ibíd).


Luego entones, como antes decía, la combinación del lenguaje informal, no verbal e indirecto, es potencialmente alto, pero por lo mismo, puede ser poderosamente destructivo en política.


 Y me permito definirlo como: “aquellas formas subterráneas de comunicación que se desarrollan dentro de la competencia sociopolítica en el seno de las instituciones, a través de mensajes y valores entendidos, señales, claves, intensiones cubiertas o descubiertas (bien o mal intencionadas), derivado de actos individuales o de grupo, incluso de alianzas, que se organizan o crean por diferentes motivos: a) para sobrevivir en el medio buscando lograr un proyecto para alguien, apoyado por un equipo; b) para distinguir los niveles jerárquicos entre los que mandan y y el lugar que deben tomar los que son seguidores; c) sostenerse en la gracia de los que mandan y/o no perder el estatus que se tiene; d) conservar el “control” de los que “controlan”; e) aprovechar el momento y acaparar lo de otros, f) engañar—si se atonta–al gobernante o titular en turno, “vendiéndose como los expertos” y con ello, lograr estar en su ánimo, g) aprovechar y abusar de los cargos, etc., que se envían o filtran de manera indirecta y encubierta” (Lladó, 2013).


En fin, estamos hablando de una comunicación invisible, subterránea, dolosa, que comúnmente usan los políticos “maleados”, “zorros” o “puntillados” , cuyos modos y estilos, los trasmiten o heredan a los nuevas generaciones que por poco cultivadas, son susceptibles de ser enganchadas con facilidad dentro de esa cultura vulgar, que con el tiempo se institucionaliza y se vuelve depredadora, siniestra y encarnizada, que llega a confrontar a sus actores marcando la diferencia entre los que viven “de” la política (políticos sin identidad, sin formación ni vocación)  contra los que viven “para” la política (actores con identidad y formación cívica)[1].


Si consideramos que el medio político genera tarde o temprano una fuerte competencia, misma que se hace intensa porque están de por medio las posiciones y con ello el poder–y el control económico que viene adherido al mismo–, los individuos (hombres y mujeres) al interior de los grupos políticos informales, sino poseen valores cívicos y éticos, se transforman y establecen sus propias claves de comunicación y prácticas en “cofradía” como una forma de avanzar (atacando) y de esta manera, antes de ser rebasados , eliminar al adversario.


Luego entonces, esas prácticas en la actualidad han hecho que, en particular los partidos políticos, en todos los casos y colores, hoy tiendan a convertirse en “congregaciones” guiadas comúnmente por gente ambiciosa; cabecillas que pueden ser o no carismáticos, pero que generan siempre rivalidad, porque así les conviene (incluso dividen para sacar provecho), y pocas veces promueven la colaboración y el respeto hacia los demás.


Por eso existe una gran diferencia entre el concepto “LÍDER” –como “sujeto que se gana el respeto y la colaboración espontánea de los demás en la búsqueda del bien común, compartiendo el esfuerzo y el reconocimiento justo de las capacidades de todos” (Lladó, 2013), del perfil de los que aun poseyendo un nombramiento de dirigente, jamás alcanzan esa categoría porque no cuentan con la formación humana, política o de valores para convencer por sí mismos;  y en lugar esmerarse porque  los partidos políticos sean instancias para formar líderes positivos, los convierten en espacios en donde se forman nuevos “grillos” y “grillas”, gente sin vocación ni identidad, que nunca defenderán con firmeza y convicción a sus instituciones.


Y esto lo vemos todos los días, en todos los partidos y asociaciones políticas. Individuos (femeninos o masculinos) que buscan empoderarse y con ello aprovechar su fuerza para actuar. Y LO HACEN A TRAVES DE ACCIONES EN LO OSCURITO, INDIRECTAMENTE, ENVIANDO MENSAJES SUBTERRANEOS, NUNCA DE FRENTE, USANDO, MANIPULANDO, MIRANDO EN QUÉ MOMENTO SE PUEDE DAR EL “ZARPAZO” Y COMERSE A LA PRESA.


Y esos expertos y expertas que son verdaderos peligros,  en el caso de nuestro Estado, ya están sacando las uñas y sus efectos ya se recienten en el ambiente veracruzano.


¿Y cuál proyecto podría ser el bocado apetitoso, como para que–desde antes de la jornada del 7 de Julio-, hubieran empezado a trabajar poniendo trampas en el camino? Pues la respuesta es simple: la gubernatura del Estado para el 2016.


Y la mejor demostración es que, desde antes de la pasada jornada electoral, se montara la tramoya para eliminar al primer rival: Salvador Manzur Díaz y, con ello quitar…al más débil (¿¿??).


¿Cuál sigue?


Gracias y hasta la próxima.

 


[1] Weber, M. (  2002) El político y el científico, ed. Pág. 7

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