Aciertos y errores históricos de la serie de Hernán Cortés: sucios, violentos y con la espada de Gandalf

Lejos de la versión más radical y desvirtuada de la Leyenda Negra, la serie acierta al presentar al conquistador extremeño como un ser humano de su época, poliédrico y complejo, por una vez con más motivación que hacerse con todo el oro azteca
Por César Cervera/Abc Historia

El estreno de la serie «Hernán», un drama histórico coproducido entre España y México y distribuido por Amazon Prime Video, ha dejado críticas pasionales tanto a favor como en contra de esta interpretación de la Conquista de México. Lejos de la versión más radical y desvirtuada de la Leyenda Negra, la serie acierta al presentar al conquistador extremeño como un ser humano de su época, poliédrico y complejo, por una vez con más motivación que hacerse con todo el oro azteca y como alguien que convence no solo con las armas, sino con la palabra a los indígenas oprimidos por la Triple Alianza para unirse a sus huestes.

Por contra, la ficción comete errores de vestuario y ambientación, imprecisiones históricas, así como interpretaciones presentistas de los hechos.

La espada del Señor de los Anillos

Una de las cuestiones más criticadas de la serie es que Hernán Cortés combate con una espada larga, la Glamdring, sacada literalmente de la versión cinematográfica del Señor de los Anillos, saga literaria para la que Amazon está preparando otra producción. Ese tipo de espadas a dos manos se usaba para situaciones específicas de combate, pero lo más habitual eran espadas de punta y corte que se esgrimían a una mano, usadas tanto a pie como a caballo, como la que se guarda supuestamente atribuida a Cortés en la Real Armería.

En las batallas y escaramuzas de la ficción, los conquistadores actúan de forma desordenada y poco disciplinada, que hubiera sido el camino más rápido a la derrota frente a ejércitos que les cuadruplicaban en número pero no en táctica y en la calidad de su armamento. La forma de hacer la guerra en Occidente –matar en vez de apresar– y sus avances tecnológicos –el hierro (en su máxima forma, el acero), la pólvora y el uso de caballos– suplieron la clara desventaja numérica de los españoles y sus aliados. Cortés pronto comprendió que la muerte de un general se consideraba el fin del combate en Mesoamérica, por lo que, valiéndose de tácticas usadas en la Reconquista y en las campañas italianas supo que la resistencia y ser precavido era un punto a su favor. El enemigo justamente lo que buscaba era capturar a españoles aislados.

Vestuario deficiente

En la época de Cortés, principios del siglo XVI, lo habitual es que los conquistadores vistieran con alpargatas, calzones, jubones de terciopelo y otros materiales, así como papahígos para cubrirse la cabeza, capas y capotes, túnicas y zaraguelles. La ficción omite muchas de estas prendas para dejar paso a otras anacrónicas.

Desde su cuenta en Twitter y en sus blogs Indumentaria y costumbres en España (desde la Edad Media hasta el siglo XVIII) e Historias para mentes curiosas, la experta en vestimenta Consuelo Sanz de Bremond Lloret critica que en la serie aparecen prendas propias de décadas posteriores e incluso de otros siglos: «Hay cuellos y puños que no se llevaban hasta los años 30-40. Y además con ¡encajes que parecen comprados en los chinos! No a los ojales metálicos. No a la botas, y menos las de tipo mosquetero. No a los pantalones. No a las camisas con botones. No a zapatos con tacón. Y no a cazadoras de polipiel de motorista».

Desde la película de Alatriste, la estética motorista se replica en todas las ficciones ambientadas en torno al Siglo de Oro.

La presencia de mujeres

La serie acierta al representar a los españoles con mujeres en la expedición, lo que se suele ocultar en las representaciones tradicionales para poner énfasis en que el objetivo de los conquistadores era violar, saquear y matar. Cuando en verdad lo que muchos buscaban era formar familias y cultivar nuevas tierras. Sin embargo, la presencia de mujeres fue bastante superior a la representada en la ficción. Se calcula por los registros de la Corona que en el siglo XVI 45.327 colonos llegaron a América, de los cuales hasta 10.118 eran mujeres. Entre ellas, María de Estrada, que participó en la campaña de Cortés prácticamente desde el principio.

Según fray Juan de Torquemada, la castellana luchó sin reparar en su género: «Mostróse muy valerosa en este aprieto y conflicto María de Estrada, la cual con una espada y una rodela en las manos hizo hechos maravillosos, y se entraba por los enemigos con tanto coraje y ánimo, como si fuera uno de los más valientes hombres del mundo, olvidada de que era mujer, y revestida del valor que en caso semejante suelen tener los hombres de valor, y honra. Y fueron tantas las maravillas y cosas que hizo, que puso en espanto y asombro a cuantos la miraban».

Indios que van, indios que vienen

La ficción no oculta, por una vez, que si Hernán Cortés se impuso a un imperio formado por millones de súbditos es, entre otras cosas, porque cerró alianzas claves con totonacas y tlaxcaltecas, hartos de la sed de sangre que exigía la Triple Alianza cada año. La dirección de la serie, sin embargo, introduce o retira a los aliados indios a conveniencia, de modo que no están presentes en las decisiones más controvertidas y polémicas de Cortés.

La realidad paradójicamente es que no fueron una ni dos las veces las que el capitán extremeño tuvo que refrenar a sus aliados para que no arrasaran hasta los huesos, literalmente, a los mexicas y destruyeran todos sus edificios. En una carta al Rey, Cortés explica los esfuerzos para contener su apetito durante el definitivo asedio a Tenochtitlan:

La realidad paradójicamente es que no fueron una ni dos las veces que el capitán extremeño tuvo que refrenar a sus aliados para que no arrasaran hasta los huesos, literalmente, a los mexicas

«Y era tanta la grita y lloro de los niños y mujeres, que no había persona a quien no quebrantase el corazón, y ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad que no en pelear con los indios; esta crueldad nunca en generación recia se vio, ni tan fuera de toda orden de naturaleza, como en los naturales de estas partes. Nuestros amigos hubieron este día muy gran despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de 900 españoles y ellos más de 150.000 hombres, y ningún recaudo ni diligencia bastaba para estorbarles que no robasen, aunque de nuestra parte se hacía todo lo posible».

Óscar Jaenada como Hernán Cortés

A los mexicas lo que más les asombró de la apariencia física de esos señores montados sobre bestias y vestidos de oro y plata es que eran blancos, barbudos, piel pálida, algunos rubios, otros pelirrojos y muchos de ojos claros. Jaenada, el actor que interpreta a Cortés, no cumple con ese físico, ni la mayoría de actores que han interpretado al de Medellín, pero tiene de su parte cierto aspecto de pícaro y la cálida humanidad con la que dota al personaje de una mezcla perfecta de autoridad y encanto. Solo a través de una personalidad brillante pudo Cortés convencer a Montezuma de que no entregara a esos pocos españoles al espantoso Huichilobos (la principal deidad de los mexicas) a las primeras de cambio.

La obesidad de Montezuma

El papel de Montezuma, líder militar y religioso de los mexicas (mal llamados aztecas), lo interpreta el actor Dagoberto Gama, de 59 años, con una panza generosa y el pelo canoso. Imagen alejada de la descrita por el cronista Bernal Díaz, que lo conoció en persona: «Era el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, de buena estatura y bien proporcionado, cenceño y de pocas carnes, y el color no muy moreno, sino propio color y matiz de indio». A lo que añadía, específicamente sobre su pelo: «Traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas, bien puestas y ralas. El rostro algo largo y alegre, los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor, y cuando era menester, gravedad».

La serie trata de transmitir sus dudas y titubeos constantes, fiel a la tradición de presentar al dirigente como alguien débil, que claudicó muy rápido ante el encantador de serpientes que era Cortés. Lo cierto es que Montezuma II fue considerado un gran monarca debido a su reforma de la administración central y del sistema tributario. El cronista Fray Francisco de Aguilar lo describe como «astuto, sagaz y prudente, sabio, experto, áspero en el hablar, muy determinado». Fue, simplemente, alguien superado por los acontecimientos de su tiempo.

Cercado en su propio palacio por los españoles, Montezuma se declaró vasallo del Emperador Carlos y buscó evitar un derramamiento de sangre en Tenochtitlán. Ante los ánimos caldeados que se extendieron por la ciudad tras la salida de Cortés, Díaz del Castillo relata que Moctezuma subió a uno de los muros del palacio para hablar con su gente y tranquilizarlos; sin embargo, la multitud enardecida comenzó a arrojar piedras, una de las cuales hirió al líder mexica de gravedad durante su discurso.

Pedro de Alvarado

El guion de la serie «Hernán» emplea el viejo truco del poli malo, Pedro de Alvarado, y el poli bueno, Hernán Cortés, para atribuir a uno todos los males achacables tradicionalmente a los conquistadores, irascibles, violentos, sucios y excesivos, y a otro eximirle de toda responsabilidad. Ni tanto ni tan calvo… Se salva a Cortés a costa de convertir a Alvarado en un villano. Y sin duda la matanza en el templo mayor ordenada por este conquistador, en ausencia del capitán, resulta difícil de justificar incluso por los cronistas.

Ante los rumores de conspiración, los lugartenientes de Cortés, encabezados por Pedro de Alvarado, ordenaron en Tenochtitlán la muerte de algunos notables mexicas que les parecieron sospechosos durante una de las festividades religiosas. Alvarado ordenó cerrar todas las salidas del Templo Mayor y caer sobre la multitud en uno de los episodios más oscuros de la conquista de México:

«Dieron un tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos brazos y luego lo decapitaron, lejos fue a caer su cabeza cercenada, otros comenzaron a matar con lanzas y espadas; corría la sangre como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas, brazos, tripas y cuerpos de hombres muertos», narra Fray Bernardino de Sahagún. En el Templo Mayor padecieron y murieron entre trescientos y seiscientos hombres, mujeres y niños.

Falta sangre

Sí, literalmente, falta sangre y vísceras para ser fiel a los hechos que recogieron los cronistas. Según Bernal, los españoles desde que llegaron no dejaron de ver cuerpos desmembrados y antropofagia como consecuencia de la brutalidad del Imperio azteca. Los antropólogos no han dudado en catalogar a esta alianza como un totalitarismo sangriento, donde cada año entre 20.000 y 30.000 personas eran sacrificadas en sus altares procedentes de las tribus vasallas. Esos pueblos periféricos vivían aterrados por la recolección anual de jóvenes para ser sacroficados. Como señala la historiadora australiana Inga Clendinnen, lamentar la caída del Imperio azteca es como sentir pesar por la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial.

Si Cortés llevó a puerto su conquista, frente a millones de tributarios de este imperio, fue porque muchas tribus se unieron a su causa con la esperanza de acabar con la presión militar y económica que ejercía la Triple Alianza.

Pánfilo de Narváez, sin ojo

Pánfilo de Narváez fue el capitán enviado por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, a prender a Cortés durante su aventura en México. Perdió un ojo en la refriega y fue derrotado, pero el conquistador de México le perdonó la vida y le mantuvo preso unos años. Su alta estatura, su voz profunda y su cabello rojizo hacían de Narváez un poderoso y atractivo capitán, aunque también parece que era bastante ancho. Pánfilo de Narváez no es representado así en su breve papel en «Hernán» y, de hecho, no le sacaron el ojo como refleja la ficción, sino con una pica en el Templo Mayor de Cempoala, donde se había resguardado con algunos pocos leales.

Los negros de Cortés

En varias secuencias, un esclavo negro aparece sujetando una sombrilla a Hernán Cortés para que Jaenada no se ponga más moreno aún. Realmente participaron negros en la conquista de América, pero como tropa y no exclusivamente como criados. Entre los miles de esclavos de raza negra que llegaron a las islas del Caribe, muchos lograron la manumisión gracias a la laxa legislación española y se establecieron como colonos con empleos que iban desde los propios del ámbito civil al militar. Así fue el caso de Juan Garrido, convertido al cristianismo en Lisboa, que se sumó a la expedición de Cortés y ayudó a introducir el cultivo del trigo en México.

Legalistas

Hace una semana, el presidente de México López Obrador acusó a Cortés de no parar de cometer ilegalidades desde que pisó México. La serie acierta al presentar a los conquistadores como personas extremadamente legalistas. Todo lo miran y remiran mil veces, y se agarran siempre a la ley y las normas. Como explica Iván Vélez en su libro «La conquista de México: una Nueva España» (La Esfera de los Libros)», «el extremeño tenía un gran dominio de la pluma y conocía las leyes. Sabía manejarse en las estructuras del Imperio español, que estaban muy marcadas por los legalismos».

Esto, junto a su escaso número, hizo que los españoles evitaran siempre que podían el enfrentamiento físico y buscaran, en cambio, llegar a acuerdos y pactos con los indios. Que estuvieran dispuestos a cumplir todos sus compromisos ya es harina de otro costal…

Ambientación a pequeña escala

La recreación de Tenochtitlan, la Venecia azteca, es uno de los fuertes de la serie. Y aunque está bien documentada a nivel histórico, la impresión siempre es la de una ciudad vacía y sin la sensación de hormiguero furioso que describen los cronistas. Cincuenta edificios de gran altura vertebraban una ciudad con miles de casas, jardines flotantes, innumerables puentes y tres amplias avenidas que se conectaban con los canales con ingenios desconocidos en el resto del continente. Un día cualquiera más de 20.000 canoas circulaban por esta ciudad rodeada por las aguas del lago Texcoco, lo cual da cuenta del avanzado conocimiento mexica en cuestiones de ingeniería hidráulica. A pesar de que el lago era salado, la ciudad estaba rodeada de agua dulce gracias a los diques construidos por los mexicas, que permitían concentrar ahí el agua que desembocaba de los ríos.

Al igual que en batallas claves, pobremente recreadas, se percibe en las escenas de acción en la capital las limitaciones presupuestarias de la serie, que no logran recoger lo monumental de la fundación de un estado que alcanzó una superficie catorce veces más grande que la España actual y veintitrés veces el Imperio azteca.

La suciedad de los españoles

Una obsesión en todas las series históricas que representan a españoles y, en general, a cristianos de la Edad Media o principios de la Edad Moderna es pintarlos con las ropas sucias y las caras eternamente manchadas. Según un mito muy extendido, los conquistadores olían a peste y los indios lo percibieron pronto, como la serie «Hernán» lo refleja en varios pasajes y comentarios que redundan en el mito. Evidentemente se debió producir un choque cultural al respecto, también, de los hábitos de limpieza, pero eso no significa que los cristianos no se preocuparan por su higiene como lo hacen todas las civilizaciones. Suponer lo contrario daría a entender que hay razas o civilizaciones con una tendencia natural más sucia que otras.

En la época de Cortés, consta aún la existencia de baños públicos en las urbes cristianas, recetarios medievales para la limpieza del cuerpo y para quitar manchas de la ropa. Lo único cierto en esta imagen de una sociedad que, a ojos actuales, podría parecernos descuidada, es que a principios del siglo XVI aparecieron nuevas normas de higiene en la Europa cristiana ante la creencia de que a través de los poros de la piel entraban las infecciones.

De ahí que los médicos desaconsejaran momentaneamente los baños calientes o de vapor, sin que ello fuera obstáculo para que hasta gente corriente, por descontado los reyes y los nobles, realizaran una limpieza exhaustiva y diaria de las distintas partes de su cuerpo a través de método en seco como era la frotación de las prendas. Los hábitos de los mexicas nos parecerían igualmente en la actualidad fuera de lugar.

 

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