Aquellos temblores

Por Braulio Peralta/La letra desobediente/Milenio

El temblor del 85 no fue igual al de 2017. El primero me cambió la vida: dejé el teatro por el periodismo cuando comprendí que no se pueden tener dos pasiones en la vida. Que hay que decidir. Que la vida no espera. Que como en un poema de Octavio Paz: los insectos, los caballos, los burros, todos los animales intuyen su camino. Pero los seres humanos parecemos pozos de rabia, de odio, en vez de ser devorados por el amor a uno mismo y a los demás…
En 2017 el temblor me vino a decir que aquel amor no existía, que era una ilusión. Que era mejor salir a la calle a dar tus manos por los demás, a cooperar, a brindar solidaridad. Eso, mientras tu pecho ardía por la desolación. Eso, cuando a la sociedad que se organiza en las calles le valían madre tus dolores internos porque la tragedia está presente, a tus pies, entre escombros, polvo, viento y lluvia. Olas de sombras humanas por la Ciudad de México. Olas de ceguera por tus rumbos. Pero los rostros de seres y la ceguera colectiva salvaron vidas. La toma de conciencia despertó al individualista que traes pegado al ego…
¡Qué temblores, madre mía! Lo que fue, lo que pasó, lo que nos trastornó. No lo que pudo ser, lo que quizá, lo que déjame pensar. No había tiempo. Faltaban manos y había que ayudar. Se necesita gente, no simples palabras. Actos, no simples razones. Mejor calla y deja trabajar. Mejor aprende de esos perros amaestrados que fueron ejemplo de lucha. ¡Bendita Frida! El grito, el pico, los aullidos. Aquel barullo en una ciudad que se inventa y reconoce humana cuando todos somos gelatina en movimiento…
La crónica trasciende la realidad, acompaña las ideas, abre espacios de comprensión entre los sucesos y los desastres personales, políticos o colectivos. Es un reflejo del hombre siempre y cuando lo escrito toque entrañas y razones. Desde la Conquista tenemos en México versiones para encontrarnos, reconciliarnos, tomar opciones. La crónica nunca será punto de división, si la honestidad y la ética la acompañan.
En 1985 no había redes pero Elena Poniatowska salió corriendo con una grabadora en mano para testimoniar aquel temblor atorado en millones de gargantas. Ni ella ni Carlos Monsiváis serían en 2017 los periodistas de ayer. En 2017 la crónica se hizo colectiva y las voces humanas se expresaron en las redes sociales: allí tembló más que en ninguna parte…
TRASPIÉ: Cualquiera puede decirle “corazoncito” a quien quiera —siempre y cuando sea de común acuerdo—, pero que un presidente electo lo haga con las periodistas puede considerarse discriminatorio. Periodismo y poder no llevan los mismos paralelos. Digo.
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