Cien días: la 4T y el New Deal

Esta política estadunidense inyectó dinero a raudales para construir infraestructuras públicas y proporcionar empleos

Por: Jorge Fernández Menéndez/Excelsior

Los cien días de gobierno, el establecer en esos cien días los paradigmas del cambio que se quiere imponer en un país, tienen su origen en 1933, cuando en plena crisis económica provocada por el crack del 29, el presidente Franklin D. Roosevelt asumió a la Presidencia estadunidense con la convicción de romper la lógica recesiva, ampliando los cauces económicos, políticos y sociales, y anunció que adoptaría una serie de medidas que combatieran la crisis que asolaba a su país. “Actuar y actuar ahora” fue el lema que le permitió aprobar 15 leyes importantes en ese periodo y a poner en marcha el llamado New Deal, que inyectó dinero a raudales en la economía del país para construir infraestructuras públicas y proporcionar empleos.

El presidente López Obrador, que hoy celebra sus cien días de gobierno, se ha referido en muchas ocasiones a esos cien días de Roosevelt. Y ha intentado realizar una transformación tan radical como la que impuso el presidente estadunidense en ese periodo, sin duda histórico, para volver a colocar a su país como una gran potencia mundial.

Roosevelt inyectó una enorme cantidad de dinero en la economía estadunidense, sobre todo en infraestructura, para crear puestos de trabajo y acabar con el desempleo que alcanzaba proporciones históricas. En el New Deal también puso fin a la Ley Seca, que había prohibido el consumo de alcohol en 1919, provocando un crecimiento desproporcionado del crimen organizado (la mafia) y generado un ambiente de violencia incontrolable.

El aire de New Deal está en la lógica del gobierno lopezobradorista, pero los objetivos han sido modificados en un sentido casi inverso. Krauze mostraba en un texto en Letras Libres semanas atrás, cómo pese a la inspiración liberal del Presidente, en realidad muchas de sus políticas iban en el sentido contrario de las que habían motivado a sus inspiradores: Juárez, Madero, Lázaro Cárdenas. Algo similar sucede con los cien días de AMLO y los del New Deal de Roosevelt. Si el mítico Presidente estadunidense inyectó miles de millones de dólares en infraestructura, Andrés Manuel los ha invertido en apoyos directos a 22 millones de personas que significan una ayuda indudable y necesaria para muchos, pero que no alcanzan para mover la economía (salvo en términos de consumo básico).

En el ámbito de las inversiones, la administración López Obrador ha cometido el pecado grave de haber cancelado el aeropuerto en Texcoco, y desde entonces, pese a que en días pasado se habló de “obsesión por las inversiones”, no se ha producido ni una sola inversión significativa. Los proyectos alternos no tienen un significado importante en la infraestructura nacional: el Tren Maya sigue siendo algo que los inversionistas no ven con entusiasmo, la refinería de Dos Bocas nadie sabe si se realizará, primero porque costará el doble de lo presupuestado y se tardará el doble del tiempo en construirla. Los proyectos aéreos de Santa Lucía, Toluca y la ampliación del actual aeropuerto no se ve que tengan, al día de hoy, ninguna viabilidad, por lo menos para aumentar la capacidad aérea del país y, por supuesto, de ninguna forma pueden ser un hub continental. La cancelación de licitaciones y contratos petroleros y de gas, tratando de regresar a la autosuficiencia energética proporcionada por las empresas públicas del sector, es un gran fracaso anunciado, tanto que ya han comenzado los apagones de electricidad en distintas zonas del país, que aumentarán en la misma proporción en que no se pueda generar el suministro que demanda el país.

Lo hecho por Roosevelt fue exactamente lo contrario de lo planteado por López Obrador: abrazó en el momento de mayor pobreza y desigualdad en la historia reciente de su país los proyectos productivos de la iniciativa privada, los sumó a las iniciativas del gobierno, sabiendo, además, que debía preparar a su país para la guerra que se avecinaba de Europa. Y con los recursos que generaban esas inversiones realizó el programa más ambicioso que había tenido Estados Unidos hasta ese momento. Aquí estamos haciendo lo contrario. Tiene tiempo y espacio López Obrador en dar un giro en su política económica, de infraestructura y energética, para adoptar ese New Deal que tanto necesita nuestra economía.

En el otro gran terreno que operó Roosevelt, la seguridad, el acabar con la Ley Seca, con la prohibición de la venta de alcohol, permitió librar las tensiones enormes que provocaba la medida, pero también le permitió focalizarse en combatir el crimen organizado, sobre todo a los que reflejaban las expresiones más violentas del mismo. Y también abrió cauces para que se legalizaran fortunas derivadas de la prohibición. Pero además comenzó a crear las instancias de seguridad pública, interior y nacional de las que carecía su país, en una operación donde el apoyo a los sectores militares fue clave para prepararse subrepticiamente para una guerra que la mayoría de la gente, luego de los costos de la Primera Guerra Mundial, no aceptaba, pero que Roosevelt sabía que sería inevitable. No son los mismos desafíos que los nuestros, pero cambiando de tiempo y época, la diferencia no es tanta. Ojalá que en eso la administración López Obrador acierte. Pero debe recordar que los éxitos en estos capítulos, para ser verdaderos, tienen que ir de la mano con los de la transformación económica.

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