El 68: la astilla y la presencia

[su_quote cite=»Por Braulio Peralta»]10 mil soldados del ejército, con carros de asalto, jeeps, camiones militares y tanques ligeros ocuparon la explanada[/su_quote]

 

[su_heading size=»21″ align=»left» margin=»50″]Por Braulio Peralta/Intelectual Tuxpeño[/su_heading]

 

  I

[su_dropcap style=»simple» size=»1″]E[/su_dropcap]ran las 10 de la noche del 18 de septiembre de 1968: 10 mil soldados del ejército mexicano, con carros de asalto, jeeps, camiones militares y tanques ligeros ocuparon la explanada de rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México. Dicen que mil 500 estudiantes y maestros que no lograron escapar fueron levantados en Ciudad Universitaria para llevárselos a cárceles desconocidas. Dicen que Alcira Soust Scaffo escuchó la llegada de los soldados. Que ya no pudo huir.  Que se escondió y quedó atrapada por 13 días en los baños de la facultad de filosofía y letras de la UNAM mientras los milicos buscaban en las aulas universitarias a estudiantes de aquel movimiento estudiantil que marcó las pautas de cambio en México las últimas cinco décadas. Cuando salió, el campus universitario era un desierto de almas…

         Alcira Soust Scaffo no era mexicana. Era extranjera, uruguaya, maestra que había venido a México en los años 50 a especializar sus estudios de pedagogía, nacida en 1924. Se quedó la mitad de su vida en México. No era un personaje que pasara desapercibido. La conocí en los años de estudiante universitario al final de los años 70. Pelo rubio,  llevaba casi siempre en una de sus manos flores que hurtaba de los jardines. Deambulaba por lo que se conoce como el aeropuerto, en realidad el largo pasillo de la facultad mencionada donde a cambio de sus poemas y dibujos aceptaba una propina. Poemas experimentales, hay que decir que no eran buenos, eran vislumbres de una conocedora de los poemas de John Perse, imitaciones de los poetas franceses y algunos españoles. Sus dibujos tampoco eran la vanguardia de la época. Apenas intenciones de niña con escasos conocimientos del color y una mano lúdica con plumones y lápices de colores, material con los que trabajaba sus obras.

 

         Pero que pintara escasamente bien o escribiera apenas de forma inocente no le quitaba ser un personaje tragicómico –apenas una anécdota frente a la realidad de estudiantes padeciendo la represión–. Sus gritos y sus risas se oían a lo lejos. Un carácter explosivo, a ratos juguetón cuando estaba de buen humor e irascible cuando fuera necesario para defenderse de algunas burlas por estudiantes o profesores poco acostumbrados a respetar personas con capacidades extraordinarias, mentes distraídas en su interior. No estaba loca. No. Pero sí mantenía delirios de persecución desde que se quedó atrapada en los baños de la facultad y no salió de allí hasta sentirse convencida de que el ejército había regresado a los cuarteles.

 

         La desgracia de Alcira Soust Scaffo la llevó a depresiones intensas. ¿Quién decidió enviarla al Fray Bernardino de la Ciudad de México en los años 90, cuando ya era vieja, innecesaria; cuando los jóvenes de los 90 no tenían idea de lo que vivió en el 68, hasta el final de su vida? ¿Para qué sirve un viejo y “loco” en sociedades donde lo que importa hoy son las aplicaciones de los sistemas digitales que te permiten jugar en las redes sociales? Estados de paranoia, los tenía. Nadie sabía quién era su familia. Se habían perdido los contactos de su época de juventud. Pero regresó la desconocida familia por ella y se la llevó a su natal Uruguay. Allá murió en 1997, en pleno olvido.

 

         La literatura de Roberto Bolaño la convirtió en uno de los personajes de su obra, Los detectives salvajes, y en principal de otro de sus libros, Amuleto, donde narra la historia de Auxilio Lacouture, “la voz arrebatada de una uruguaya con vocación griega”, dijo el autor. Este año, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC, hizo de ella una especie de instalación fallida, con los archivos, testimonios y memorias que dejó la huella de Alcira Soust Scaffo. Buena intención pero desigual muestra quizá por la prisa de una vida que exige lentitud para entenderse.

 

Hoy, 50 años después, si ella viviera seguramente nadie se acordaría de su paso por México porque fue apenas una astilla en aquellas batallas del movimiento estudiantil de 1968. Hoy, los medios de comunicación la han convertido en artista, poeta relevante y personaje de aquella historia donde nadie sabe el número de muertos que perpetró el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Hoy, al recordarla se me ponen los pelos de punta nomás de pensar que una mujer fue prisionera por sí misma por el terror de sentir las armas cerca de su cabeza. ¿Se volvió desquiciada y paranoica desde entonces? Nadie sabe hasta ahora la verdad de Alcira, de quienes algunos aseguran que era el personaje fantástico de Julio Cortázar en Rayuela, La Maga, aunque en realidad Octavio Paz dijo que uno de los modelos del personaje era Edith Aron, una judía argentina de origen germano, maestra de letras en Londres. Pero, ¿qué importan las leyendas en torno a Alcira Soust Scaffo frente a la realidad de una vida destruida por la vida misma?

II    

 

         Elena Garro se convirtió en 1968 en la hidra de ocho cabezas por una denuncia que en medios de comunicación contó en aquel entonces el estudiante Sócrates Amado Campos Lemus, preso en el Campo Militar número uno, allá por donde Andrés Manuel López Obrador quiere imponer el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, en Santa Lucía. Campos Lemus dijo a la prensa un domingo 6 de octubre de 1968 que Elena Garro y Carlos Madrazo estaban detrás del movimiento estudiantil “con el oscuro propósito de derrocar al gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz”. Era, decía la prensa, “el complot comunista para derrocar al gobierno por medio de la violencia y la agitación”.

 

         Elena Garro tenía 51 años de edad y ya había publicado en 1963 Los recuerdos del porvenir, la novela que la consagró como una de las mejores escritoras de México, precursora del realismo mágico que después hizo moda Gabriel García Márquez con Cien años de soledad. Carlos Madrazo fue en 1965 presidente del Partido Revolucionario Institucional. Intentaba democratizar al interior del PRI la elección del candidato presidencial con mira a los comicios de 1970.

 

Tuvo que dimitir porque la elección de un futuro presidente es decisión del presidente saliente, lo que conocemos como “dedazo”. Carlos Madrazo comenzó a trabajar “en la creación de un partido político de oposición: Patria Nueva”. Era sin duda un opositor al PRI oficial. La mañana del cuatro de junio de 1969, Carlos Madrazo murió en un accidente aéreo. El avión Boeing 727 se estrelló en el Pico del Fraile en las afueras de la ciudad de Monterrey. Tabasqueño igual que Andrés Manuel López Obrador, reina la incertidumbre de si fue accidente o lo mandaron derribar los del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y el entonces Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quien sin inconvenientes llegó a la presidencia de México, en 1970.

 

         En una rueda de prensa, Elena Garro desmintió las acusaciones de Sócrates Campos Lemus. La nota de El Universal, decía: “Los intelectuales son los culpables. Yo culpo a los intelectuales de ser los verdaderos responsables de cuanto ha ocurrido. Esos intelectuales de extrema izquierda que lanzaron a los estudiantes a una loca aventura, que ha costado vidas y provocado dolor en muchos hogares mexicanos. Ahora como cobardes, pues son unos cobardes, se esconden…” Los medios de comunicación, insaciables, exigían nombres. La escritora siempre aseguró que no dio un solo nombre en aquella conferencia de prensa. Pero acepta que responsabilizó a quienes habían firmado desplegados y marchado. Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis y Luis Villoro, entre muchos otros, firmaron desplegados. Dijo: “¿Cómo pueden decir que yo soy la culpable? Que hablen ellos, los que lanzaron a los estudiantes a la calle. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos debajo de la cama. Ahí están todos los que firmaban los manifiestos de los periódicos”. La bomba había estallado…

 

En 1993, cuando Elena Garro regresa vieja, fracasada por más de 20 años de su vida errante–Estados Unidos, España, Suiza, y finalmente Francia–, sin prestigio ante el mundo intelectual mexicano, tuve una conversación con Carlos Monsiváis.

 

–Carlos, Elena regresa a México. ¿No le vas a disculpar los errores del 68? ¿No merece su obra el olvido de lo político sobre lo literario?

 

–¿Errores del 68? Tú no entiendes nada. En aquella época muchos de nosotros tuvimos que ampararnos, escondernos para no ir a la cárcel. En cualquier momento iban a venir por mi y los otros escritores. Fue una época de horror en carne propia…

 

–Ella ya pagó con el autoexilio, hay que rescatarla al menos como una presencia necesaria de la literatura mexicana, ¿no crees?

Monsiváis sonrió. No respondió. Me pidió cambiar de tema. “Lee más”, concluyó.

 

Octavio Paz, reacio al tema, igual me mandó a investigar bien lo relacionado a Elena Garro y el 68. Y se negó a una entrevista sobre ella.

 

A 50 años del 68, Elena Garro es una presencia literaria pero no tiene aun el lugar que le corresponde en la literatura, no digo nacional sino universal. Se quedó atrapada en la historia del movimiento estudiantil del 68, por un lado, y en la separación de su matrimonio con el poeta Octavio Paz, en 1963. Ni el grupo Vuelta de Octavio Paz –y antes con la revista Plural–, ni La Cultura en México, con Fernando Benítez primero y Carlos Monsiváis después le perdonaron los agravios –nadie duda–, graves. Nunca dejó de ser adjetivada como “anticomunista”. Y lo era, como muchos en aquellos tiempos. Ella merecería traducciones a otros idiomas, renombre internacional como el que tienen escritoras fallecidas como, por ejemplo,  Clarice Lispector. Es, de las escritoras mexicanas, la mejor. Pero era considerada por sus apreciaciones políticas como “la peor de todas”.

 

Hoy que se confirma que Sócrates Campos Lemus era un chivo expiatorio del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, ¿fue el propio gobierno de Díaz Ordaz, primero, y de Luis Echeverría posteriormente los que planearon un complot para acabar con el movimiento estudiantil del 68, acallar las muertes y dejar que los Juegos Olímpicos fueran el éxito que fueron? ¿Usaron a su favor el delirio persecutorio que vivía Elena Garro desde las entrañas? ¿Le callaron el futuro político a Carlos Madrazo o fue un simple accidente aéreo? Nadie hasta hoy puede corroborar esas dudas, aunque aun vive quien podría descifrar el enigma: Luis Echeverría Álvarez, bajo prisión a domicilio por delitos de homicidio y genocidio.

 

Hoy que murió Carlos Monsiváis y Octavio Paz, la propia Elena Garro, ¿habrá perdón literario para la Premio Xavier Villaurrutia 1963 y Premio Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón, por sus obras de teatro? Geney Beltrán Félix, compilador de tres libros emblemáticos de la autora –Cuentos completos, Novelas escogidas (1981-1998), y Elena Garro. Antología –, dijo en una entrevista: “Creo que la percepción que se tenía sobre su persona se interpuso en la consagración de su obra. Para mí lo cuestionable es que aunque hubo la oportunidad, no se le dio el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Premio Juan Rulfo de la FIL de Guadalajara, ni mucho menos el Premio Cervantes de Literatura. Cualquiera de los tres eran merecidos.”

 

         Satanizada por la política, apenas empieza a ser conocida por su obra total –no solo por Los recuerdos del porvenir, porque ella en toda su vida nunca dejó de escribir–. Porque lo único que importa en la vida de un creador es la presencia con la lectura de su obra. Los libros compilados por Geney Beltrán Félix son apenas de 2016. Si alguien dudara del desdén podemos decir que no ha sido el Fondo de Cultura Económica, la editorial del estado, la que publicó sus obras completas (a excepción de su teatro, publicado en dos tomos en Obras reunidas).

Un libro, Debo olvidar que existí, escrito por el periodista Rafael Cabrera da cuenta de gran parte de la triste historia de Elena Garro.

 

Es quizá el único libro que compendia una historia del horror que fue el 68 pero sobre una vida literaria, perdida y olvidada en medio del desastre de políticas públicas que afectaron a millones de personas. Para entender como una vida puede ser afectada por la política, para saber como el año de 1968 fue la desgracia más grande en la vida personal y literaria de Elena Garro hay que leer Debo olvidar que existí. Un libro que toca todas las aristas para entender aquella trágica historia donde una escritora fue arrinconada hasta obligarla al autoexilio. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez aprovecharon al máximo el delirio de persecución que vivió Elena Garro. Era una mente creadora en medio de la barbarie de aquellos tiempos donde las almas sensibles no tenían cabida. 

 

 

III

 

En 1968 yo no llegaba a los 15 años de edad. Terminaba la secundaria e ingresaba a la preparatoria. Un recuerdo me persigue desde entonces: estudiaba en la secundaria número 56, allá por la colonia Agrícola Oriental de la Ciudad de México. Había un estudiante al que le decían “El Ché”, por alborotador. Animó a varios de los estudiantes adolescentes a tomar un autobús para llevarlo a la plancha del zócalo en señal de apoyo al movimiento estudiantil. Lo logramos. Corría el mes de agosto o septiembre de 1968.

 

         Cuando vi arder el autobús frente al Palacio Nacional, me asusté y regresé a casa sin decir ni pío. A la mañana siguiente los medios de comunicación hablaban de alborotadores que quieren desestabilizar al gobierno. Me lo tomé personal. Vivíamos en la colonia Ignacio Zaragoza frente al mercado de frutas y legumbres, del mismo nombre. Jalé una huacal de esos con los que guardan las papayas. Lo volteé y me paré encima de él. Empecé a informar a la gente que pasaba con sus mercancías para llevar a casa. No somos alborotadores, decía. No repriman estudiantes, no permitamos que desinformen a la población. La conciencia en la calle, con medios de comunicación lejos del movimiento estudiantil y cerca de las versiones oficiales.

 

         Llegó octubre, el dos de octubre. Mi madre me insistía que no fuera a ninguna parte, pero mis pasos se dirigieron a la Plaza de las Tres Culturas. Entre las cuatro y las cinco de la tarde me quedé petrificado en el Hemiciclo a Juárez, en La Alameda, gracias a mi intuición. Desde ahí escuché los balazos iniciales, en la Plaza de Tlatelolco. Me asusté. Me subí al metro y regresé a casa. Por la noche cero noticias. Nada, no pasó nada en la televisión mexicana. Sentía rabia sin conciencia. Porque poco puede entender un adolescente que se acercaba a los 15 años.

 

         Llegaron los Juegos Olímpicos, la Olimpiada. Pasé a la preparatoria. Olvidé todo aquello que fue como una nebulosa en mi cabeza. Cantaba a Juan Gabriel con su “No tengo dinero”. Empecé el despertar de mi sexualidad y eso me acercó a los primeros movimientos homosexuales en México. Por esas fechas conocí a Carlos Monsiváis.

 

         –¿Qué vas a estudiar? Me preguntó.

 

         No sabía qué responder pero por intuición me salió decir de repente:

         –Periodismo. Voy a estudiar periodismo.

 

         No tengo duda en decir que el 68 influyó en mucho la carrera que había elegido para ser lo que hoy soy.

Braulio Peralta
[su_note note_color=»#000000″ text_color=»#ffffff» radius=»9″]Participación de Braulio Peralta en el panel 1968-2018, 50 años de medios de comunicación en México. Ciudad de México, a 24 de septiembre de 2018 [/su_note]
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