El enemigo de la mujer, la propia mujer

 

Por Dra. Zaida Alicia Lladó Castillo

 

Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo, acostumbro a hablar de lo mucho que han luchado las mujeres en el mundo, para lograr avances en el tiempo y me además me gusta reconocer los nombres que la historia ha registrado como impulsoras de esas luchas;  pero hoy no voy hacerlo, pues hablaré de un problema que muchas de las mujeres del mundo padecemos o hemos sido parte para alentarlo: la mujer como el peor enemigo de la misma.

 

 

Mucho hemos escuchado la frase: “el enemigo de la mujer, es la propia mujer”, y en cierta forma tiene mucho de verdad  y me voy a remitir a analizar algunas razones por las cuales las mujeres en lugar de generar cooperación con sus similares generan competencia y, algunas de éstas son las siguientes:

 

·         La formación insegura  de las mujeres

En las culturas tradicionalistas a las mujeres desde niñas nos acostumbran a ser protegidas y entonces hacemos de la  fragilidad la mejor arma para llamar la atención y con ello conseguir la protección. Y, el propio medio, refuerza el hecho de que la deidificación a la figura femenina no es por la capacidad o responsabilidad, sino para quien se comporta en forma sumisa u obediente  a la voluntad de los padres, pareja, marido, novio, hermanos, etc. Y esa devaluación consciente o inconsciente, se transforma en inseguridad con el paso del tiempo y con ello, llegan los miedos de perder al ser amado, al protector o  lo que se tiene conquistado; es decir, queremos que nos amen y respeten, no importando si no existe el reconocimiento a nuestras capacidades. Todo ello, sólo fomenta la inseguridad en la personalidad femenina lo que se convierte en una potencial barrera que no deja crecer, ni madurar y que impide nuestra libertad y racionalidad para tomar decisiones de vida.

 

·         La cultura de la rivalidad.

A las mujeres,  nos enseñan desde niñas a explotar la belleza y la sexualidad, nos adornan más, nos visten con más atuendos, en suma nuestras madres o padres, nos convierten en “princesas exigentes” y no en mujercitas; y tendemos por ello en cada momento a fijarnos en otras niñas o jóvenes, a estar expuestas casi en forma permanente a las comparaciones y observar como cosa natural el “continente” y no “el contenido” de las personas , situaciones o cosas; por ejemplo, miramos de otras: los zapatos, el vestido, el peinado, el caminar, el hablar, etc., y no miramos los valores de la de enfrente  y eso nos lleva a estar presionadas por ser mejor, por traer lo más adelantado o moderno, ganar las oportunidades o ser la más bella. Y si por alguna razón no se puede igualar a otra en su forma de vestir, de caminar, de bailar, de hablar o de razonar, se tiende a envidiarla  o a desear lo que posee—a veces enfermizamente–,  generando rivalidad  y competencia, pero también angustia y a veces decepción, depresión y obsesión, si no se logra.

 

Y esas son nuevas agravantes contra la seguridad personal en las mujeres, que se canaliza en el mejor de los casos en el disfrute del chisme, el comentario doloso contra la compañera, la crítica destructiva, y en el peor de los escenarios, en convertirse en verdaderas enemigas de las propias mujeres.

 

·         Las limitadas oportunidades

En nuestra cultura, las oportunidades de igualdad ha sido un avance importante que ya gozan las nuevas generaciones, sin embargo, la consecución de oportunidades de igualdad sin valores, es algo que aún prevalece en nuestro medio; porque existen muchas mujeres que aun tienden a ganarse los espacios  sin mediar inteligencia y eficiencia; y esto lo único que genera—a corto o mediano plazo–, es mediocridad y ello lo aprovechan los varones contra nosotras. Cuántas veces hemos oído decir: “déjalas que se peleen”, “le damos lo más complicado para que demuestre su incompetencia”, o “dales los peores espacios o donde van a perder”, o “busca a mujeres tontas porque así no generan competencia”, “ invéntale algo perverso, para que no crean en su triunfo”, etc., y estas son expresiones y argumentos que los varones misóginos ponen como trampas o pruebas y que las mujeres debemos superar, para demostrar que sí podemos; y mientras nosotras luchamos por ganarnos un lugar, ellos se reparten las mejores oportunidades.

 

Pero la competencia no es sólo con los varones, sino con las mismas mujeres. Y transcribo un comentario que leía hace unos días en un artículo[1], en el que una autora que se denomina “Ana”, describe claramente lo que yo llamo canibalismo femenino, correspondiendo a descripciones que hacen las mismas mujeres respecto a otras, derivado de prejuicios y estigmatizaciones:

 

“si una mujer se enreda con alguien es una cualquiera, si sale mucho es una mala madre porque abandona a los hijos y pésima ama de casa. Si se pasa de copas, es una alcohólica; si está sola y sale con amigas es una lesbiana; si es divorciada o viuda ¡cuidado! Es una roba maridos; si tiene un cuerpo espectacular y una piel bonita, esta operada: si es profesional y trabaja fuera de casa, es feminista que quiere ser igual que el hombre y muchas veces por eso la deja su pareja”.

 

Y esto sólo es un pequeño ejemplo, del sinfín de adjetivos y calificativos que día a día le adjudican a muchas mujeres, por el simple hecho de tener actividades y expectativas diferentes a las otras y distintas formas de pensar y de ser.

 

Pero también hemos visto comportamientos de mujeres golpeadoras de las mismas mujeres y…continúa diciendo “Ana”:

 

“Esto es entendible cuando vivimos rodeadas de algunas féminas que no se valoran como personas: “mujeres” que no están seguras de lo mucho que valen, de su inteligencia, de sus capacidades y de su potencial humano”. “mujeres que no se respetan, por eso no les podemos pedir respeto para los demás; que no se aman, por eso no pueden amar a la especie humana; que se pasan el día dando órdenes y tratando a los demás que están bajos su servicio con prepotencia y altivez, que creen que nacieron para ser servidas y no para servir también ellas, por eso no sirven para vivir,  porque no viven para servir

“Y después nos preguntamos porque la mujer es atacada en todos los medios, vejada, humillada, ridiculizada, devaluada, desprotegida criticada, usada. Nos damos cuenta que nosotros como mujeres somos las mayores promotoras de nuestra propia decadencia ante una sociedad, ante un medio, ante la propia familia el trabajo, etc., cuando actuamos destructivamente contra las propias mujeres”.

“Cuando actuemos así, preguntémonos qué imagen estamos proyectando ante los hombres y ante nuestros propios hijos, cómo queremos que se nos respete siempre, si cuando abrimos la boca inyectamos veneno mortal que destruye la propia esencia”

 

Y qué gran verdad encierran las palabras de “Ana”, porque demuestran lo mucho que se tiene aún que trabajar para fomentar la seguridad femenina y sobre todo, la solidaridad entre las propias mujeres.

 

Y las cosas serían más fáciles, si pugnáramos siempre por: a) fomentar la cultura del reconocimiento mutuo de capacidades entre nosotras, para generar colaboración y no competencia o rivalidad, y en lugar de enaltecer las vanidades y egoísmos, nos  concentremos en los valores que dan consistencia a la vida; b) realizar alianzas para luchar juntas y hacer más fácil y rápido el camino hacia el desarrollo, operando objetivos comunes, tales como: mayores espacios en lo laboral y político, remuneraciones justas, óptimos servicios de salud, seguridad y justicia para nuestras familias e hijos, etc.; c) generar la cultura de la solidaridad y apoyo permanente con y para las mujeres que están alejadas de los beneficios sociales, culturales y económicos, trabajando desde cada trinchera para hacer que los gobiernos implementen–en serio–, las políticas compensatorias que detengan la inercia de la decadencia de los grupos en pobreza y marginación y, se acelere el proceso de integración regional, nacional e internacional, en lo social y económico para todas.

 

Por eso en este Día Internacional de la Mujer, invito a mis similares a que pensemos lo mucho que podemos ganar si en lugar de destruirnos, luchamos juntas. Porque aunque es cierto que en la vida cada quien ocupa el lugar que se gana, mucho depende de cómo, dónde y en qué tiempo, lleguen las oportunidades. Y un punto adicional sería: que nos preocupemos por prestigiar siempre la imagen femenina, porque…por cada mujer que actúa con respeto, honestidad, prudencia e inteligencia en la vida, se acrecienta la confianza y se fomenta el orgullo femenino, allanándoles así el camino a todas esas generaciones que vienen tras de nosotras.

 

Por eso hoy ofrezco un abrazo para las niñas, jóvenes y adultas de mi estado, país y del mundo. Felicidades por ser mujeres inteligentes, comprometidas y responsables…porque con esas virtudes, seguramente, cambiaremos el mundo.  

 

Gracias y hasta la próxima.



[1] http://elmundodelaspalabras-ana.blogspot.mx/2008/08/el-peor-enemigo-de-la-mujer-es-otra.html

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2 comentarios en «El enemigo de la mujer, la propia mujer»

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