Hablemos más y fabulemos menos

Estudios y ensayos alertan del peligro del auge digital en detrimento de la conversación

 

Por: Núria Escur/La Vanguardia

 

Vivimos sumergidos en un estado de constante conexión. Sherry Turkle lleva treinta años investigando sobre los efectos de las nuevas tecnologías en la sociedad. La socióloga y psicóloga norteamericana, nacida en Nueva York en 1948, está considerada principal eminencia mundial en esos temas y ofrece en su ensayo En defensa de la conversación (Ático de los Libros) los resultados de un estudio de cinco años en el interior de escuelas, familias, grupos de amigos y oficinas de trabajo.

Su proyecto nació el día en que se dio cuenta del miedo que suscitaba el simple hecho de conversar en quienes entrevistaba para sus estudios sociológicos. “Los jóvenes sentían pavor al enfrentarse a una conversación, huían de ella, conversar les parecía demasiado esfuerzo, y responder a una llamada de teléfono les desestabilizaba”.

Mantiene The Guardian que Turkle no está contra de la tecnología, sino a favor de la conversación. Su antídoto es simple: deberíamos hablar más los unos con los otros. Estudió Sociología y Psicología en la Universidad de Harvard, es profesora de Ciencias Sociales y Tecnología en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y ha escrito siete libros sobre la interacción del ser humano con la tecnología.

Esta son algunas de las principales consecuencias sobre el comportamiento que la socióloga detectó en quienes estaban enganchados al mundo digital: 1) falta de empatía (algunos jefes de estudio confesaban que niños de apenas 8 años eran incapaces de ponerse en el lugar de un niño lesionado, le aislaban porque ellos no se habían desarrollado emocionalmente); 2) en las redes se conoce a gente, pero muy superficialmente; 3) sólo sabían pedir disculpas o romper una relación por WhatsApp, lo que les inutilizaba para enfrentarse a la vida real; 4) falta de atención hacia los demás, se crea una coraza de frialdad; 5) creación de una personalidad falsa.

En un trabajo se veía cómo “los jóvenes sentían pavor a enfrentarse a una conversación”

No sólo la conversación interpersonal está viviendo malos tiempos. También peligra lo que entendemos como conversación de masas. En un ensayo de reciente publicación titulado Ironía on, Santiago Gerchunoff proponía “una defensa de la conversación pública de masas” y analizaba pros y contras de ese fenómeno. “Cuanta más conversación, más grandes desfiles de pretensiones, de discursos afirmativos más o menos dogmáticos. Y estos discursos están repartidos entre la gente, vulgarizados, hiperbolizados, hiperideolo-gizados, moralizados”. Para Gerchunoff, esto produce un brote “como modo de supervivencia de la propia democracia, del ironismo por todas partes, como un hierbajo purgante que no da frutos, pero que no deja de extenderse con la conversación”.

Escribía Samuel Johnson en The Rambler –¡ya en 1752!–: “: hemos hablado bastante, pero no hemos conversado”. A criterio de Turkle eso sigue siendo así, hemos intensificado la comunicación más superficial y debemos corregir el rumbo si no queremos, dentro de unos años, amanecer en una sociedad llena de ciudadanos con ansiedad crónica. “Recibimos un chute neuroquímico cada vez que nos conectamos”. Curiosamente, lo que genera ansiedad a algunos jóvenes es todo lo contrario: la conversación.

“Cuando las familias me cuentan que airean sus problemas por correo electrónico o por mensaje de móvil para evitar la tensión del encuentro cara a cara –continúa Turkle–, o cuando escucho a vicepresidentes de grandes empresas describir las reuniones de trabajo como ‘un tiempo muerto para vaciar el buzón de entrada de correo’, lo que me trasladan es un deseo de divertimento, comodidad y eficiencia. Pero también sé que estas acciones impiden que la conversación cumpla su función”.

Y si la conversación mengua el silencio, el silencio social gana terreno. La escritora Sara Mesa lo entendió meridianamente un día en que, paseando con una amiga por Sevilla, se acercó a una mujer que mendigaba. Conoció su circunstancia. De ahí nació el librito Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático (Anagrama), que nos obliga a reflexionar sobre todo ese catálogo de silencios, muros burocráticos que aíslan, que practican la no respuesta ante la demanda, a veces desesperada, de un ciudadano. “Muchos se quejan de no haber recibido respuesta tras varios meses de presentar su solicitud. Otros cuentan que les pidieron documentos que ya habían presentado…”, explica Mesa para ejemplificar ese despropósito de incomunicación. “El periodismo tiene también su responsabilidad y no debería contribuir a la creación de una percepción social de la pobreza llena de estigmas, estereotipos y prejuicios”. Todo, desde el silencio como arma arrojadiza.

Otra cosa es buscar momentos de silencio en el espacio familiar. Porque también ese silencio tiene su significado. Explicaba Gregorio Luri (“el grado de atención es el nuevo coeficiente intelectual”) en Elogio de las familias sensatamente imperfectas (Ariel) que la “capacidad para disfrutar del silencio es una actividad, no un quedarse quieto. De hecho, los antiguos romanos ponían a sus hijos el ejemplo de un adolescente llamado Papirio que ‘sabía cuándo hablar y cuándo permanecer en silencio’”.

¿Por qué ya no hablamos nunca? Uno de los adolescentes entrevistados en el estudio de Turkle le respondió: “Es que la conversación es algo que ocurre en tiempo real y no controlas lo que vas a decir. Es un susto. Te obliga a encontrar la ­respuesta correcta automáticamente, te agobia. Te compromete”.

“¿De dónde vienes? ¿De ningún sitio”. Citaba esta conversación Gregorio Luri en La escuela contra el mundo. El optimismo es posible (Ed. CEAC). No parece que extrañe a nadie ese corto diálogo cuando imaginamos ese intercambio de palabras entre un progenitor y su hijo adolescente… “Si no fuera –recuerda el doctor en Filosofía y profesor de bachillerato– porque esas palabras se hallan en una inscripción sumeria que tiene como mínimo 3.700 años de antigüedad”.

Las claves

1- Una de las principales consecuencias del enganche digital en niños y adolescentes es, según los expertos, que su empatía disminuye o desaparece. Dejan de percibir el dolor en los otros, o minimizan su sufrimiento.

2- Muchos adolescentes sólo saben gestionar sus sentimientos por vía digital. Cortan sus relaciones sentimentales por WhatsApp, lo que les dejará indefensos, en un futuro, para la vida real.

3- Uno de los consejos más habituales de los expertos es practicar con el ejemplo. No dejar el móvil sobre la mesa cuando se está comiendo, no atender al segundo cada wats, no mantener los dispositivos abiertos de noche…

4- La creación de una personalidad falsa es otra de las secuelas del enganche digital. Fabular genera que cada vez la exageración vaya en aumento, se aleje del verdadero yo y cree dobles personalidades.

5- No sólo la conversación interpersonal está perdiendo terreno. También la conversación pública, de masas. Ganan espacio, en cambio, los silencios administrativos, los muros burocráticos, la no respuesta social.

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