La muerte puerta para la vida eterna

Ante la realidad de la muerte, san Pablo asegura que Jesús “transformará nuestro cuerpo mortal y lo hará semejante a su cuerpo glorioso” (Flp 3, 21), “Lo que es corruptible debe revestirse de incorruptibilidad y lo que es mortal, debe revestirse de inmortalidad” (1Cor. 15, 53). La muerte no es una desgracia sin remedio, sino la puerta de la máxima felicidad: la resurrección y la vida eterna.

El mismo Apóstol relata su fe: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Pongan su corazón en los bienes del cielo, donde está Cristo”.

No hay que pensar con miedo en la muerte, sino con esperanza en la resurrección. No vivamos como esclavos del miedo a la muerte. Vivamos en la alegría pascual en  el esfuerzo por conquistar la resurrección, pasando por la vida haciendo el bien. La fe verdadera no se rinde ante la muerte.

¿De qué nos valdría la fe si no nos llevara a la vida eternamente feliz? Si no creemos en la resurrección, la fe es un engaño y la predicación un fracaso. Creamos a Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». Y vivamos en feliz coherencia con esa fe.

San Pablo invitaba a la solidaridad ante las necesidades de la Iglesia de Jerusalén, recordando que quienes tienen más, pueden ayudar a remediar las carencias de los que tienen menos.  Y los que no tienen en algún momento ayudarán a los que ahora tienen, según el dicho popular: “hoy por ti, mañana por mí”.

Pero se trata de que el compartir bienes materiales con los que poco tienen, enriquece con gracias espirituales a los que sí los tienen.  Es así como la solidaridad enriquece espiritualmente al que da, pues “guarda tesoros para el cielo” (Mt. 6, 19-21).

Y para estimular a los Corintios y a nosotros a ser generosos, San Pablo nos recuerda cómo Cristo, “siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza”.

Cristo, a pesar de su condición divina nunca hizo alarde de su categoría de Dios y se hizo pobre hasta morir en la cruz. Por la redención que nos consiguió al morir en la cruz, nos hizo herederos de una gran herencia que es la Vida Eterna.

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

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