Mensaje del Obispo de Tuxpan: Dios viene a nosotros en Jesucristo

 

Comenzamos un nuevo tiempo litúrgico, el tiempo de Adviento. La Iglesia celebra el misterio salvador de Dios en Jesucristo. El centro del proyecto salvador de Dios es la Pascua, la maravilla de la obra salvadora de Dios en la muerte y resurrección de su Hijo y señor Jesucristo.

El ciclo de Navidad, que inicia con el adviento, celebra el nacimiento del Hijo y anuncia ya la obra salvadora de la Pascua.

Con este Domingo Primero de Adviento comenzamos un nuevo Ciclo Litúrgico (A).  El Adviento nos recuerda que estamos a la espera del Salvador.  Y las Lecturas de hoy nos invitan a ver la venida del Señor de varias maneras:

Las tres venidas del Señor

Una es la venida del Señor a nuestro corazón.  Otra es la celebración de la  primera venida histórica del Señor, cuando nació hace casi dos mil años.  Y otra es la que se refiere a la Parusía; es decir, a la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos.

Respecto de la venida del Señor a nuestro corazón, la Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 2, 1-5) nos recuerda que debemos prepararnos “para que El nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas”.

El profeta nos anima a avanzar por el camino de la conversión para adelantar ese Reino de paz que se establecerá cuando el Señor venga: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor”. Is 2, 4-5

En cuanto a la primera venida del Señor, es precisamente lo que celebramos en la Navidad.  Y para esa venida también hay que prepararse.  ¿Cómo?  Disponiendo el corazón para que Jesús pueda llegar a él y habitar en nuestro interior.

Respecto de la Segunda Venida de Cristo en su gloria, la Carta de San Pablo a los Romanos (Rom. 13, 11-14) nos hace ver una realidad: a medida que avanza la historia, cada vez nos encontramos más cerca de la Parusía: “ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.   Por eso nos invita San Pablo a “despertar del sueño”.

Y ¿en qué consiste ese sueño?  Consiste en que vivimos fuera de la realidad, tal como nos lo indica el mismo Jesucristo en el Evangelio de hoy (Mt. 24, 37-44).  Consiste en que vivimos a espaldas de esa marcha inexorable de la humanidad hacia la Venida de Cristo en su gloria.  

Consiste en que vivimos como en los tiempos de Noé, cuando -como nos dice el Señor- “la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca, y cuando menos lo esperaban sobrevino el diluvio y se llevó a todos”.

Y, nos advierte Jesucristo: “Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”.

Estar preparados para el encuentro con el Señor

Así vivimos nosotros los hombres y mujeres del siglo XXI: sin darnos cuenta de que -como dice este Evangelio- “a la hora que menos pensemos, vendrá el Hijo del hombre” (Mt. 24, 44).  

Y, “a la hora que menos pensemos” -como ha sucedido a tantos- podríamos morir, y recibir en ese mismo momento nuestro respectivo “juicio particular”, por el que sabemos si nuestra alma va al Cielo, al Purgatorio o al Infierno.

O podría ocurrirnos que -efectivamente- tenga lugar la Segunda Venida de Cristo al final de los tiempos. Para cualquiera de las dos circunstancias hay que estar preparados, bien preparados. 

Estar preparados nos lo pide el Señor siempre y muy especialmente en el evangelio de este domingo: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor”.  

¿En qué consiste esa preparación?  Las Lecturas de este Primer Domingo del Año Litúrgico nos lo indican: 

“Caminemos en la luz del Señor”, nos dice el Profeta Isaías. 

“Desechemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz … Nada de borracheras, lujurias, desenfrenos; nada de pleitos y envidias.  Revístanse más bien de nuestro Señor Jesucristo”, nos dice San Pablo en su Carta a los Romanos (Rm. 13, 11-14)

¿Por qué estas indicaciones de conversión en este momento?  Porque el Adviento es un tiempo especial en el que necesitamos disponer el corazón para recibir al Señor.   Estas indicaciones nos sugieren dejar el pecado y, en cambio, revestirnos de virtudes, hacer a un lado el mal y adornar nuestras vidas con el bien con la santidad. 

Sabemos que Dios nos ofrece abundantemente su gracia para que podamos preparar nuestro corazón a la venida de Cristo, “para que El nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas”

Nuestra respuesta: colaborar a la gracia

Nuestra colaboración es sencilla:  simplemente responder a la gracia para ser revestidos con las armas de la luz, como son:  la fe, la esperanza, la caridad, la humildad, la templanza, el gozo, la paz, la paciencia, la comprensión de los demás, la bondad y la fidelidad; la mansedumbre, la sencillez, la pobreza espiritual, la niñez espiritual, etc. 

Recordemos que el Hijo de Dios se hizo hombre y nació en Belén hace más de dos mil años.  El está continuamente presente en cada ser humano con su amor y su gracia para que nos llenemos de él

El también está presente en la historia de la humanidad para guiarla hacia la Parusía, en que volverá de nuevo en gloria “para juzgar a vivos y muertos”, como rezaremos en el Credo.

El Adviento es tiempo de preparación para ese momento.  Que nuestra vida sea un continuo Adviento en espera del Señor.  Así podremos ir “con alegría al encuentro del Señor”,  como nos dice el Salmo 121.

En este día de comienzo del Adviento, vamos a proponernos a utilizar todos sus días como preparación para la venida del Señor.

María, nuestra madre nos va ayudar a mejorar y a acercarnos más al Señor. Junto a ella nos será fácil disponer nuestra alma para que la llegada del Señor no nos encuentre dispersos en otras cosas, que tienen poca o ninguna importancia ante Jesús.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

 

 

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