Mensaje del Obispo de Tuxpan: El Señor ascendió a los cielos

 

Después de cuarenta días en los que Jesús resucitado estuvo con los suyos para animar a los discípulos y a su madre, llegó el momento de su partida. Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes.

Si la Transfiguración del Señor fue algo tan impresionante, ¡cómo sería la Ascensión! Quedaron todos impactados de esa despedida, en la que el Señor subía a sentarse a la derecha del Padre, al grado que después de haber desaparecido Jesús, los discípulos seguían mirando fijamente al Cielo. Fue cuando dos Ángeles interrumpieron aquel éxtasis de nostalgia y admiración al Señor, que había ascendido al Cielo, y les dijeron: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).

Subió al cielo para invitarnos a subir

En esta fiesta de la Ascensión del Señor, que festejamos, 40 días después de Pascua, San Agustín nos dice: «Hoy Nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón». San Agustín nos muestra el sentido de la fiesta de la Ascensión. El Señor se fue, pero sigue estando. Nosotros estamos en el mundo, pero de alguna manera estamos también en el cielo. Nuestra vida está en la tierra, pero nuestro corazón está en el cielo; por lo que ahora podemos ver las cosas de la tierra desde la perspectiva del cielo.

La Ascensión nos invita a estar en la tierra, haciendo la voluntad de Dios. Pero hemos de estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre a donde nos lleva Cristo por medio del Espíritu Santo, quien nos recuerda lo que Cristo nos enseñó. Jesús dejó a Pedro como cabeza de la Iglesia y dejó la Virgen María como Madre de su Iglesia. Por eso Ella los reunió y los animó, orando con ellos en espera del Espíritu Santo.

Buscar las cosas de arriba para entender las de la tierra

Teniendo nuestro corazón en el cielo, buscando las cosas de arriba, las cosas de la tierra se relativizan y adquieren su verdadera dimensión, su verdadero sentido. Dice San Agustín, que él- Jesús-, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. La razón de todo esto es que Cristo es la cabeza del Cuerpo de la Iglesia, y si la cabeza ya está glorificada, de alguna manera también lo estamos nosotros con él.

La oración colecta resumen muy bien el sentido de la liturgia de hoy: “Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar la gloriosa Ascensión de tu Hijo y elevar a ti una cumplida acción de gracias, pues el triunfo de Cristo es ya nuestra victoria, ya que él es la cabeza de la Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos sintamos atraídos por una irresistible esperanza hacia donde Él nos precedió».

Nuestros sentimientos hoy son ante todo de acción de gracias, pero esta acción de gracias por la victoria de Cristo y la victoria del Pueblo de Dios. La ascensión es la fiesta es la fiesta de la esperanza, de la confianza que vence toda tristeza del corazón. Nuestra naturaleza caída, nos conduce con frecuencia al desaliento, a la tristeza, la depresión y aún la desesperación. El remedio contra la tristeza, lo sabemos, es la esperanza de estar junto al Señor, no sólo al final de los tiempos sino desde ahora, desde este mundo, con la elevación de nuestro corazón, con la sintonía de nuestras vidas, convencidos de que el nos acompaña a través de su Espíritu que nos anima, nos fortalece y nos conduce por el camino de la libertad.

Precisamente para acrecentar nuestra esperanza, la liturgia nos ha presentado hoy la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde hemos contemplado la escena de la Ascensión del Señor a los cielos. El Señor fue levantado en presencia de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos.

Testigos del Reino en la tierra. Contemplamos los ojos de Cristo, llenos de misericordia, que se despiden, y los ojos de sus discípulos, llenos de asombro. Se quedaron atónitos hasta que unos hombres vestidos de blando, les dijeron ¿qué hacen mirando al cielo? Este que ha sido llevado vendrá como le han visto subir al cielo. Las palabras de los ángeles, nos invitan a mirar al cielo para pisar firmemente en la tierra, donde tenemos la misión de testimoniar al Señor Jesús.  Jesús no está, estamos nosotros, su pueblo, y es su pueblo en su conjunto el que tiene la misión encomendada por el Señor. Nuestro corazón está en el cielo, nuestros pies en la tierra, donde hemos de anunciar el Evangelio, ser testigos de Cristo, testigos de los valores del Reino de Dios en el mundo.

Nadie puede dar lo que no tiene. Tenemos que llenarnos de Dios para llevarlo a los demás. Tenemos que llenarnos de la Palabra de Dios, para poder anunciarla a los demás. Bien decía Santa Teresa de Jesús: “Orar es llenarse de Dios para darlo a los demás”. Y Santo Domingo de Guzmán lo abreviaba aún más: “Contemplar y dar lo contemplado”.  Y no tengamos la idea equivocada de que la oración nos hace perder tiempo necesario para la acción: muy por el contrario, la oración nos hace mucho más eficientes en la acción.

Jornada mundial de las comunicaciones.

Desde que internet ha estado disponible, la Iglesia siempre ha intentado promover su uso al servicio del encuentro entre las personas y de la solidaridad entre todos. Con este Mensaje, el Papa nos invita a reflexionar sobre la importancia de nuestro estar-en-relación; el deseo del ser humano que no quiere permanecer en su propia soledad.

Al ser creados a imagen y semejanza de Dios, que es comunión y comunicación-de-sí, llevamos en el corazón la nostalgia de vivir en comunión, de ser comunidad. “Nada es tan específico de nuestra naturaleza –afirma san Basilio– como el entrar en relación unos con otros, el tener necesidad unos de otros”. El contexto actual nos llama a relacionarnos, a afirmar también en la red y mediante la red el carácter interpersonal de la humanidad. Los cristianos estamos llamados a manifestar esa comunión que define nuestra identidad de creyentes. La fe es una relación, un encuentro; impulsados por el amor de Dios podemos comunicar, acoger y corresponder al don del otro.

La comunión a imagen de la Trinidad es lo que nos debe distinguir. De la fe en un Dios que es Trinidad se sigue que para ser yo mismo necesito al otro. Soy verdaderamente humano, y personal, solamente si me relaciono con los demás. La persona denota al ser humano como ‘rostro’ dirigido hacia el otro y que interactúa con los demás. Nuestra vida crece en humanidad al pasar del carácter individual al personal. El camino de humanización va desde el individuo que ve al otro como rival, hasta la persona que lo reconoce como compañero.

La imagen del cuerpo y de los miembros nos recuerda que el uso de las redes sociales es complementario al encuentro que se da a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada, la respiración del otro. Si se usa la red como prolongación o como espera de ese encuentro, entonces no se traiciona a sí misma y sigue siendo un recurso para la comunión.

Si una familia usa la red para estar más conectada y luego se encuentra en la mesa y se mira a los ojos, entonces es un recurso. Si una comunidad eclesial coordina sus actividades a través de la red, para luego celebrar la Eucaristía juntos, entonces es un recurso. Si la red me sirve para acercarme a historias y experiencias de belleza o de sufrimiento físicamente lejanas de mí, para rezar juntos y buscar juntos el bien en lo que nos une, entonces es un recurso.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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