¿Qué pasa al volver de la Luna? Las excéntricas vidas de los pocos hombres que la pisaron

Por: Guillermo Alonso/El País

 

¿Qué le sucede a alguien después de pisar la Luna? Durante tres años y medio, entre las décadas de los sesenta y los setenta, 12 hombres estuvieron allí. El primero fue Neil Amstrong, el 21 de julio de 1969. Su extraordinaria experiencia vital se narra en First man, protagonizada por Ryan Gosling, que se ha estrenado este 11 de octubre. Solo cuatro de ellos siguen vivos hoy (Amstrong falleció en 2012).

Amstrong se dio cuenta de que se podía convertir en un símbolo, algo parecido a un monumento humano, y él quería ser un hombre. Por eso se alejó de todo

Una de las cuestiones más interesantes sobre estos hombres trasciende lo biográfico para convertirse en algo filosófico: tras llegar, literalmente, más lejos que nadie, tras ver desde lejos tu propio planeta, y tras ser visto por el mundo entero como un héroe … ¿qué sucedió cuando volvieron a su salón, se sentaron en su sofá y se preguntaron “y ahora qué”?

La experiencia de esos 12 hombres da una respuesta, y no es demasiado alentadora. En el libro Lunáticos (Berenice, 2009), el periodista Andrew Smith analiza y reflexiona sobre las extrañas y erráticas existencias de esos astronautas tras volver a la Tierra. En sus páginas sostiene que ninguno supo sobrellevar su fama y su condición de héroes. «Cuando has compartido un instante con toda la humanidad, debe de ser difícil saber de forma precisa dónde acaban tus recuerdos y dónde comienzan los de los demás», medita Davis en el libro.

Neil Amstrong (Ohio, 1930-2012) es el más famoso de todos porque fue el primero. Un hombre introvertido y tímido que, en realidad, cuando llegó a la Luna en 1969 ya llevaba a sus espaldas una experiencia que lo había marcado para siempre: la muerte de su hija Karen por un tumor cerebral con solo dos años en 1962. Amstrong se dio cuenta muy pronto de que se podía convertir en un símbolo, algo parecido a un monumento humano, y él quería ser solo un hombre. Por eso concedió poquísimas entrevistas sobre su experiencia y dejó de firmar autógrafos en convenciones espaciales. Sus más cercanos cuentan que llegaba a abandonar un restaurante si otros clientes lo reconocían. En Lunáticos, Davis entrevistó a casi todos los astronautas que llegaron a la Luna, pero de Amstrong pudo conseguir apenas un par de breves correos electrónicos. Amstrong se divorció de su esposa en 1994, tras 38 años de matrimonio. En 2005 fue sonada la batalla legal que tuvo con su barbero tras enterarse de que había vendido un mechón de pelo suyo por 2.600 euros.

Alan Bean, astronauta y después pintor.
Alan Bean, astronauta y después pintor. Getty Images

El caso de su compañero Buzz Aldrin (Nueva Jersey, 1930) fue diferente: Aldrin, según muchos de los que lo conocen, nunca llevó bien no ser el primer hombre en pisar la Luna aquel día histórico de 1969 (primero bajo Amstrong y luego él). Ser el segundo no fue suficiente. En una entrevista aclaró: «Siempre se me presenta como el segundo hombre en pisar la Luna… y eso es un poco degradante. Deberían presentarme como un miembro del primer equipo humano que pisó la Luna».

Aldrin aún vive hoy en Florida, en un pueblo costero llamado, con mucho sentido del humor, Satellite Beach. Al igual que Amstrong, también llegó a la Luna después de una experiencia traumática:  menos de un año antes de la misión espacial Apolo 11 su madre se había suicidado. Su abuelo se había suicidado también. En 2009 confesó a The New York Times: “Creo que he heredado la depresión de mi familia materna”. Sus episodios depresivos y su batalla con el alcohol comenzaron poco después de volver a la Tierra. Al igual que Amstrong, también se divorció de su esposa, tras casi 20 años de matrimonio. Pero al contrario que él, Aldrin ha sido mucho más comunicativo con la prensa y ha llegado a contar con detalle sus batallas con la depresión y el alcohol en un libro, Magnificent obsession.

Aldrin, que tomó la comunión cuando pisó la superficie lunar, siempre sintió una conexión religiosa con aquel momento de su vida. “No estoy seguro de que un ateo pueda entender mis palabras cuando describo lo que viví”, dijo en una ocasión. “Me he sentido inútil siempre que he intentado explicarlo con palabras”.

Buzz Aldrin fue el segundo hombre en pisar la Luna. Sus episodios depresivos y su batalla con el alcohol comenzaron muy poco después de volver a la Tierra

Pero para hablar de espiritualidad, nadie mejor que James Irwin (Pensilvania,1939 – Colorado,1991). Irwin fue el octavo hombre en pisar la Luna, en 1971, con la misión Apollo 15. Al año siguiente abandonó la carrera espacial para centrarse en su fe. Afirmó entonces que la Luna había sentido el poder y la presencia de Dios con más fuerza que nunca. Fundó la congregación religiosa Altos Vuelos, con la que llevó a cabo misiones como ir a buscar los restos del Arca de Noé al monte Ararat, en Turquía.

Charles Luke (Carolina del Norte, 1935) fue el décimo hombre en pisar el satélite en la misión Apollo 16 y el más joven de todos, con 36 años. Al volver, su matrimonio estaba haciendo aguas y, según contó en una entrevista televisiva, encontrar a Dios los salvó. Dejó la NASA para moverse entre lo privado –creó una empresa de distribución de cerveza– y lo divino –fundó su propio ministerio pastoral, el Ministerio Duke para Cristo–.

También vivió un despertar espiritual Eugene Cernan (1934): «El mundo es demasiado hermoso como para haber sido creado por accidente. Tiene que haber algo más grande que tú y que yo. Y lo digo en un sentido espiritual, no religioso. Tiene que haber un creador del universo por encima de las religiones que nosotros mismos nos hemos creado para gobernar nuestras vidas”, declaró tras su alunizaje.

Edgar Mitchell en 1972.
Edgar Mitchell en 1972. Getty Images

Edgar Mitchell (Texas, 1930-Florida, 2016), sexto hombre en pisar la Luna, también fue un iluminado, pero no religioso, sino astrológico. En su biografía, Earthrise: My Adventures as an Apollo 14 Astronaut, escribió que durante las horas que estuvo sobre la Luna se dio cuenta de que todas las moléculas de su cuerpo y de su nave espacial se habían fabricado, afirmaba, hace muchísimo tiempo «en alguna de las estrellas antiguas que brillaban en los cielos». Como Irwin, Mitchell abandonó la NASA en 1972 y fundó el Institute of Noetic Sciences (Instituto de Ciencias Noéticas), que estudia la relación entre el poder de la mente y el universo físico. Mitchell, de hecho, creía en la comunicación telepática y afirmaba ejercerla. También creía firmemente en la existencia de extraterrestres y llegó a afirmar que la vida alienígena había visitado la Tierra, pero que la NASA lo había ocultado, algo que no gustó a sus excompañeros. También Mitchell se divorció de su esposa poco después de su regreso de la Luna, en 1972.

Pero si alguien convirtió este viaje en algo trascendental y a la vez físicamente tangible fue Alan Bean (Texas, 1932-2018), el cuarto hombre que pisó la Luna, en 1969,en la misión Apollo 12. En 1981 decidió dejar la NASA para ejercer su pasión: la pintura. Repitió en decenas y decenas de lienzos la misma escena, con cierto aire impresionista: una superficie brillante e iluminada por el sol, pero un cielo negro, negrísimo (en la Luna no hay atmósfera). Ese paisaje que describieron todos los que allí estuvieron, pero que costaba entender a los que no tuvieron esa experiencia. Eso está en los cuadros de Bean, que aunque falleció la pasada primavera aún tiene obras a la venta a través de su web oficial. Algunas superan los 400.000 euros. El objetivo principal de sus pinturas, dijo, era «preservar esta gran aventura», y sobre todo, preservar esa sensación, «si la puedo encontrar después de 30 años», afirmó.

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