Sylvia Earle: siete mil horas bajo el agua para salvar nuestros océanos

Por Zuberoa Marcos | Azahara Mígel/El Futuro es Apasionante/El País

Sylvia Earle

Sylvia Earle

Bióloga marina y científica de National Geographic

“Si puedo respirar, puedo bucear”. Cuando pronunció esta frase, Sylvia Earle -una de las científicas marinas más importantes de la historia- era una septuagenaria en un excelente estado de forma. Hoy a sus 83 años sigue buceando porque, como el personaje interpretado por Albert Finney en Big Fish, la película dirigida por Tim Burton, es probable que esta oceanógrafa nacida en Nueva Jersey haya sido en otra vida un pez. Uno grande y hermoso. Libre y fuerte. Exactamente como ella. En 1979, embutida en un traje de buzo tipo JIM descendió 381 metros hasta el fondo marino cerca de Oahu en Hawaii, un récord absoluto con este tipo de equipo que todavía se mantiene. Su proeza hizo que se ganara el sobrenombre de “Her Deepness” (algo así como “Su Profundidad”) en contraposición a “Her Highness” (su alteza) demostrando a un tiempo la categoría de sus logros y la especial habilidad de los anglosajones para colocar alias ingeniosos.

Earle ha pasado sumergida a lo largo de su vida casi diez meses: 7.000 horas repartidas en más de cien misiones. Una auténtica barbaridad que, sin embargo, no le parece suficiente porque ella considera que la verdad -parafraseando una famosa frase de serie de televisión- no está ahí fuera, sino ahí abajo. Por eso no se resigna a que haya todavía lugares que no hayamos explorado: “Existe tecnología para ir a los rincones más profundos del océano. Al fin y al cabo son solo once kilómetros. Millones de personas vuelan diariamente a once kilómetros de altura. Hemos llevado al hombre a la luna. Hay gente viviendo en el espacio en estaciones espaciales. No hay limitaciones tecnológicas que impidan sumergirse once kilómetros. Es una cuestión de voluntad”. Voluntad que a ella no le falta, tal y como ha demostrado en numerosas ocasiones a lo largo de su vida, lo que le ha llevado a ampliar sus límites. Así lo hizo, por ejemplo, cuando le negaron la participación en un programa científico por ser mujer: su respuesta entonces fue sumarse a la expedición Tektite II, un proyecto del Gobierno de los Estados Unidos y la NASA para comprobar el impacto físico y psicológico en el cuerpo humano de vivir sumergidos durante períodos prolongados de tiempo. La expedición comandada por Earle tuvo lugar en 1970 y estaba compuesta únicamente por mujeres. Fue un desafío a lo establecido y una demostración -todavía hoy necesaria- de que las barreras que algunos se empeñan en poner a las mujeres son muros que deben (y pueden) ser derribados porque solo existen en sus cerebros.

Desde que siendo solo una niña Sylvia Earle se sumergió por primera vez en el mar, su vida ha estado ligada a los océanos y a su conservación. Y hoy, como ella misma reconoce, protegerlos “se ha convertido en un asunto de máxima urgencia” porque los próximos diez años pueden ser determinantes para lo que ocurrirá, tal vez, durante el siguiente milenio. Esta urgencia a la que se refiere Earle no puede ser afrontada, obviamente, por una sola persona. Ni tan siquiera por una mujer con la fuerza y visión de esta oceanógrafa. Tal vez la posibilidad se abra con las nuevas generaciones, esas que gracias a la labor de divulgación de personas como Earle aprenden a amar nuestro planeta y se inspiran para dedicarse a su conservación en el futuro. Al fin y al cabo como ella misma aseguraba en una entrevista, dedicarse a la ciencia es una forma se ser siempre un niño: “Esa es la ventaja de ser una científica. Que haces lo que hacen los niños: preguntarte cosas. Es imposible aburrirse”.

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