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Once claves para educar a los niños desde la calma

6 febrero, 2021 by Expreso de Tuxpan No hay comentarios

Educar con serenidad, entender correctamente el comportamiento que tienen nuestros hijos, es el objetivo.
Vivimos a toda velocidad con poco tiempo para criar con serenidad. Lo hacemos desde la impaciencia, las prisas y el estrés que nos produce el ritmo de vida que llevamos. ¿Cómo podemos hacerlo mejor?

 

Por Sonia López Iglesias/El País

 

Qué difícil es en ocasiones educar desde la calma, entender correctamente el comportamiento que tienen nuestros hijos, dar respuesta a todo aquello que necesitan. Dominar nuestra ira, nuestras reacciones desproporcionadas, nuestro mal humor debido al cansancio y al estrés. Saber acompañar las emociones de forma empática, mostrarnos disponibles, ofrecer nuestra mejor versión a nuestros pequeños. Vivimos a toda velocidad con poco tiempo para educar con serenidad. Educamos desde la impaciencia, las prisas y el estrés que nos produce el ritmo de vida que llevamos. No tenemos tiempo para escuchar, para conversar con tranquilidad, para mirar a los ojos y compartir momentos de forma distendida, para jugar sin mirar el reloj.

Hemos normalizado los gritos, las faltas de respeto, las amenazas y los reproches que tanto daño hacen a nuestros pequeños. Que en casa haya siempre un ambiente hostil con palabras fuera de tono, con conflictos que se entrelazan, con problemas por resolver. Que utilicemos las represalias para que nos hagan caso, para que cumplan las normas o se responsabilicen de las tareas. Educamos sin encontrar el equilibrio entre la permisividad y la sobreprotección, en función de nuestro estado de ánimo, utilizando premios o castigos que solo consiguen confundir más a nuestros hijos. Elogiando en exceso o exigiendo sin medida, contradiciendo a menudo nuestras palabras con nuestras acciones, utilizando etiquetas que dañan directamente el corazón. Perdiendo los nervios y el control con facilidad convirtiéndonos en el peor ejemplo comunicativo que nuestros hijos pueden tener. Mostrando falta de coherencia y de constancia en nuestro acompañamiento y no cumpliendo lo que prometemos.

Aunque no sea fácil conseguirlo todo sería mucho más fácil si fuésemos capaces de educar desde la calma. Con un modelo educativo que acompañe el desarrollo y crecimiento de nuestros hijos desde el respeto mutuo, el amor incondicional, la empatía y la comprensión. Desde la conexión, la mirada cómplice y el entendimiento mutuo.

Una educación sin expectativas que ahoguen ni juicios de valor que dañen la autoestima

Siendo adultos significativos que cuiden y protejan, amables y firmes al mismo tiempo. Que sepan valorar el esfuerzo, que empoderen con palabras que alienten, que quieran sin condición. Que estén disponibles, que se muestren cercanos, que recuerden y entiendan que es muy difícil hacerse mayor. Capaces de ofrecer un apego seguro, un acompañamiento emocional que conecte y valide todas las emociones, que sintonice con las necesidades que van surgiendo a medida que nuestros hijos crecen.

Una educación sin expectativas que ahoguen ni juicios de valor que dañen la autoestima. Que sea capaz de hacerles sentir valiosos, queridos y especiales. Que les anime a ser valientes, a trabajar por todo aquello que se propongan, a aceptar el error como parte imprescindible del aprendizaje. Educar en positivo nada tiene que ver con educar desde la permisividad o sin normas. Dejándoles hacer lo que quieran en cada momento o solucionándoles los problemas. Significa acompañar desde el orden y la disciplina, estableciendo límites y normas que protejan, que les responsabilicen de sus decisiones, que les ayuden a entender el mundo tan cambiante en el que vivimos. Que les hagan sentirse protagonistas y responsables de sus propias vidas.

¿Cómo podemos educar con serenidad?

  1. Siendo conscientes que los gritos, las comparaciones, las faltas de respeto afectan negativamente al desarrollo armonioso de la personalidad y dañan seriamente la autoestima. Llenan a nuestros hijos de dolor, tristeza, culpabilidad e inseguridad.
  2. Acompañando con serenidad y empatía todas las emociones que sientan. Expliquémosles que no existen emociones malas o buenas, ayudémosles a identificarlas, compartirlas y gestionarlas con destreza.
  3. Creando vínculos positivos con ellos y consiguiendo que vivan en un contexto en el que se sientan queridos y aceptados. Pasemos tiempo de calidad juntos, mostrémosles nuestra ayuda, afecto y confianza a diario. Los abrazos, las miradas cómplices, los besos y las palabras afectuosas nunca pueden faltar.
  4. Estableciendo normas y límites claros y pactados con serenidad que den confianza y seguridad, que creen vínculos afectivos y ayuden al niño a saber cómo debe actuar.
  5. Conociendo las características propias de cada etapa educativa, entendiendo como se sienten, piensan o reaccionan según la etapa de desarrollo en la que están para poder dar respuesta a sus necesidades.
  6. Optando por la resolución de los conflictos de forma positiva sin utilizar los castigos y las amenazas como moneda de cambio. Afrontando los conflictos de manera empática, utilizando herramientas de escucha activa y buscando soluciones negociadas.
  7. Confiando plenamente en las capacidades de nuestros hijos, dejándoles que resuelvan sus problemas de forma autónoma y tomen sus propias decisiones. Animándoles a marcarse metas valorando el esfuerzo y respetando sus ritmos evolutivos.
  8. Siendo coherentes entre nuestras palabras y nuestros actos, estableciendo expectativas acertadas, mostrando interés por todo aquello que les gusta o preocupa.
  9. Enseñándoles habilidades para la vida como el respeto, el agradecimiento y la colaboración, valores como la solidaridad, la honestidad o la voluntad que les ayuden a afrontar la vida con valentía e ilusión.
  10. Asumiendo que a educar se aprende a diario sin recetas mágicas y con grandes dosis de paciencia y comprensión. Aprendiendo a dejar a un lado la exigencia desmesurada y siendo capaces de saborear cada instante de nuestro acompañamiento.
  11. Dedicando tiempo a cuidarnos, si nosotros no estamos bien ellos tampoco lo estarán. Hagamos ejercicio, cuidemos nuestra alimentación con mimo, pasemos tiempo con nuestros amigos y seres queridos, no nos olvidemos de ser felices.

Recordemos siempre que ser papá o mamá es el único oficio del mundo que primero te otorgan el título y luego cursas la carrera. Una carrera llena de obstáculos y muchos aprendizajes por realizar. Así que seamos pacientes, ofrezcamos nuestro amor de forma incondicional, eduquemos con firmeza y amabilidad y disfrutemos de ver a nuestros hijos crecer felices y libres con calma.

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Mensaje del Obispo de Tuxpan: El sufrimiento y el dolor nos purifican

by Expreso de Tuxpan No hay comentarios

 

Uno de los libros más controversiales del Antiguo Testamento es el Libro de Job, pues trata uno de los temas más discutidos y contestados: el tema del sufrimiento humano.

El Libro de Job presenta el sufrimiento como una oportunidad de purificación para recibir mayores y más abundantes bendiciones.  Termina resaltando que Dios, siendo la fuente misma de la Justicia, es enteramente libre para otorgar sus bendiciones dónde, cuándo y a quién quiere.

Que los seres humanos suframos, unos más otros menos, cuándo sufrimos y por qué sufrimos, es algo, descansa totalmente en la voluntad de Dios, dueño del mundo y dueño de todos nosotros.  Pero sabemos, también, que Dios dirige todas sus acciones y todo lo que permite, para nuestro bien, para nuestra meta final a la que todos nos dirigimos:  la vida eterna.

Job se lamenta, reclama y llega a la desesperación, pero cree en Dios y lo invoca.  Sin embargo, después de Cristo nuestra actitud ante el sufrimiento no puede quedarse allí.  Si el Hijo de Dios, siendo totalmente inocente, tomó sobre sí nuestras culpas, ¿qué nos queda a nosotros?

El Evangelio nos muestra muchas veces a Jesús aliviando, curando enfermedades y expulsando demonios (Mc. 1, 29-39).   Y sabemos que a veces Dios sana y a veces no, y que él puede sanar directamente en forma milagrosa, o también, a través de la medicina, los médicos y los medicamentos. 

Todas las sanaciones tienen su fuente en Dios.  También puede Dios no sanar, o sanar más temprano o tardar tiempo para sanarnos.  Sin embargo, cuando no alivia el dolor o el sufrimiento, o cuando se tarda para auxiliarnos, tenemos a nuestra disposición todas las gracias que necesitamos para llevar el sufrimiento con esperanza, para que así produzca frutos de vida eterna y de redención.

Nuestros sufrimientos unidos a los de Cristo pueden tener un efecto redentor para nosotros mismos y para los demás. El Papa Juan Pablo II exhortaba a ofrecer sus sufrimientos por la santificación propia y de los demás. 

Todo hombre tiene su participación en la redención.  Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento por medio del cual se ha llevado a cabo la redención.

Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención.  Consiguientemente, todo ser humano, en su sufrimiento, puede unir su propia cruz, a la cruz redentora de Cristo

 

 

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

 

Curo a muchos de diversos males

Uno de los libros más controversiales del Antiguo Testamento es el Libro de Job, pues trata uno de los temas más discutidos y contestados:  el sufrimiento humano.

¿Puede un hombre ser inocente y sufrir enfermedades y calamidades?  El Libro de Job resuelve este dilema, mostrando el sufrimiento como una oportunidad de purificación para recibir mayores y más abundantes bendiciones.  Termina resaltando que Dios, siendo la fuente misma de la Justicia, es enteramente libre para otorgar sus bendiciones dónde, cuándo y a quién quiere.

Que los seres humanos suframos, unos más otros menos, cuándo sufrimos y por qué, descansa totalmente en la voluntad de Dios, dueño del mundo y Dueño nuestro.  Pero sabemos, también, que Dios dirige todas sus acciones y todo lo que permite, a nuestro mayor bien, que es la meta hacia la cual vamos:  la vida eterna.

Job se lamenta, reclama y llega a la desesperación, pero cree en Dios y lo invoca.  Sin embargo, después de Cristo nuestra actitud ante el sufrimiento no puede quedarse allí.  Si el Hijo de Dios, inocente, tomó sobre sí nuestras culpas, ¿qué nos queda a nosotros?

El Evangelio nos muestra muchas veces a Jesús aliviando, curando enfermedades y expulsando demonios (Mc. 1, 29-39).   Y sabemos que a veces Dios sana y a veces no, y que él puede sanar directamente en forma milagrosa o a través de la medicina, los médicos y los medicamentos. 

Todas las sanaciones tienen su fuente en Dios.  También puede Dios no sanar, o sanar más temprano o más tarde.  Y cuando no sana o no alivia el sufrimiento, o cuando se tarda para sanar y aliviar, tenemos a nuestra disposición todas las gracias que necesitamos para llevar el sufrimiento con esperanza, para que así produzca frutos de vida eterna y de redención.

Nuestros sufrimientos unidos a los sufrimientos de Cristo pueden tener efecto redentor para nosotros mismos y para los demás. Porque el sufrimiento humano es tan controversial, el Papa Juan Pablo II tocó el tema con frecuencia, sobre todo en sus visitas a los enfermos, a quienes exhortaba a ofrecer sus sufrimientos por el bien y la santificación propia y de los demás. 

Y en 1984 nos escribió su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el tema.  Allí nos dice, basado en muchos textos de la Sagrada Escritura: “Todo hombre tiene su participación en la redención.  Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento por medio del cual se ha llevado a cabo la redención.

Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención.  Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo” (JP II-SD #19).

Entonces, ¿qué actitud tener ante el sufrimiento, las enfermedades, las calamidades?  ¿Oponerse?  ¿Reclamar a Dios o caer en la desesperación?  Dios puede aliviar el sufrimiento.  Lo sabemos.  Dios puede sanar.   Y puede hacerlo -inclusive- milagrosamente. 

Pero sólo si El quiere, y El lo quiere cuando nos conviene para nuestra salvación eterna.  Así que, al pedir ser sanados de algún sufrimiento, debemos siempre orar como lo hizo Jesús antes de su Pasión: “Padre, si quieres aparta de mí esta prueba, pero no se haga mi voluntad, si no la tuya.

Y, mientras dure ese sufrimiento o esa prueba, hay que hacer como recomendaba el Papa: hemos de unir nuestro sufrimiento al sufrimiento de Cristo, para que pueda servir de redención en beneficio de nosotros mismos y también para beneficio de otros. Es la actitud más provechosa y, de paso, la más inteligente, pues ¿quién puede oponerse a la Voluntad de Dios? ¿quién puede cambiar los planes divinos?

Jesús se fue a un lugar solitario a orar

El pasaje del evangelio de hoy nos presenta a Jesús haciendo numerosas curaciones; después de todo el trabajo, nos dice, salió y se puso a orar. Con esto nos enseña que el poder de Jesús sobre las enfermedades y los demonios proviene de su constante e ininterrumpida comunión con el Padre a través de la oración, de la conversación personal con El.

Nos enseña también que Jesús ha venido a salvar a todos los hombres; cura a los enfermos toda clase de males, sin exceptuar a los mismos poseídos del demonio. Pero detengámonos en el mensaje del evangelio que veíamos al principio.  La búsqueda del Señor. Los apóstoles le dijeron a Jesús: “Todos te andan buscando”. Esta frase tiene hoy la misma vigencia que hace dos mil años. También hoy todos tenemos “hambre” de Dios.

Continúan siendo muy actuales unas palabras que San Agustín escribió al comienzo de sus Confesiones: “Nos has creado, Señor, para tí y nuestro corazón no encuentra sosiego hasta que descansa en Ti”.

El corazón del hombre está hecho para buscar y amar a Dios. Y el Señor facilita ese encuentro, pues El busca también a cada persona. En realidad, el Señor nos llama a todos. Y como Jesús nos enseña en el Evangelio, vayamos a su encuentro en la oración, que es nuestro diálogo personal con El.

Orar es tomarse el tiempo para escuchar, para meditar en silencio la palabra de Dios, es acallar nuestras muchas inquietudes y deseos, para poner más atención en Dios, que está presente en nuestras vidas, y para disponernos a hacer su voluntad. 

El pasaje del Evangelio nos revela que después de la oración al Padre, Jesús va a predicar a las sinagogas de la Galilea. Es en la oración donde encontramos fuerzas para llevar el mensaje a nuestros hermanos y para buscar servir a todos. Afirmados en la oración frente al Señor, nos convertimos en los brazos de Dios en el mundo. Él ha querido tener necesidad de los hombres. 

El Señor nos envía para acercarse a este mundo enfermo que no sabe muchas veces encontrar al Médico que le podría salvar. El Señor nos envía para que, con nuestra cercanía hagamos presente a Dios en la vida de nuestros hermanos.

Con nuestra propia vida, en lo que realizamos a diario, podemos hacer presente a Cristo en nuestra sociedad; siempre será importante nuestro testimonio de vida, nuestras actitudes positivas, las virtudes y valores que manifestemos en la vida diaria.

Si todos los cristianos encarnaran los valores del evangelio, serían en la práctica misioneros incansables y testigos del evangelio; y el mundo se renovaría, porque, aunque no lo parezca, mucha gente está sediento de amor y de verdad. Pidamos a nuestra madre del cielo, a la virgen María, que nos ayude a buscar a Jesús a través de la oración, en todos los momentos de nuestras vidas.  Que busquemos conocer mejor a su Hijo Jesús cada día.

Que busquemos servirle cada vez con mayor entrega y darlo a conocer a nuestros hermanos. Que nos conceda descubrir el valor del dolor y el sufrimiento, para que nos sea más llevadero. Y sobre todo, que sepamos llevar a su cruz nuestras propias cruces, para que se conviertan en fuente de redención.

 

 

 

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