El evangelio de la Transfiguración

 

Quiso el Señor con su Transfiguración en el Monte Tabor animar a sus discípulos, fortalecerlos y prepararlos para lo que luego iba a suceder en el Monte Calvario.

Nada más comenzar el camino de la cruz, Jesús ya nos propone el destino último de este camino: su gloria y nuestra gloria.

La transfiguración es un acontecimiento clave, no sólo en la misión salvadora de Jesús, que el Padre le confió, sino también por la experiencia de fe de los discípulos, que caminan con él hacia la misma meta, y de toda la comunidad de los creyentes que peregrinamos hacia la Pascua eterna.

Y así el Señor guía a los apóstoles hacia la comprensión de lo que está a punto de cumplirse, de manera que se conviertan en sus «compañeros» en el camino que va recorrer hasta sus últimas consecuencias.

En este camino hacia la cruz hay una pausa. Jesús sube al monte con sus discípulos más fieles: Pedro, Santiago y Juan. Allí, por breves instantes, les hace entrever su destino final: la gloria de la resurrección. Pero les anticipa que antes es necesario seguirlo a lo largo del camino de la pasión y de la cruz. Con esta experiencia los prepara para el duro calvario que han de vivir.

Jesús nos invita al Tabor, a una experiencia gozosa, a subir con él a la montaña, a contemplar la manifestación del Padre.  Subir a la montaña, símbolo de grandeza y de gloria, supone elevación, retiro, anhelo de limpieza y belleza, silencio gratificante y oración, paz y esfuerzo, tensión y superación en el ascenso, lucha contra la comodidad, mirar la cima… avanzar  siempre hacia arriba.

Pero el Tabor es el punto de partida, no un lugar para quedarse. Hay que bajar a la realidad, regresar al desierto y a la lucha de cada día. El ascenso, el encuentro con Dios, nos ayuda a eliminar temores, nos da fuerza y ánimo para seguir adelante y ser coherentes en la vida diaria con nuestra fe.

Jesús nos invita a no instalarnos en nuestras tiendas de comodidad y egoísmo, de insolidaridad y rutina… Nos anima a bajar de las nubes e implicarnos en la realidad de la vida cotidiana; nos compromete a anunciar y vivir la Buena Nueva de salvación, con rostro alegre y “transfigurado”. Hay que continuar el camino. Sigamos a Jesús, ya que él nos precede y acompaña.

 

+ Juan Navarro Castellanos

Administrador Apostólico

 

TRANSFIGURACION DEL SEÑOR

La pasión camino a la resurrección

En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia nos invita a meditar el misterio de la Transfiguración de Jesús. En la soledad del monte Tabor, estando presentes los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, únicos testigos privilegiados de ese acontecimiento, Jesús es revestido, también exteriormente, de la gloria de Hijo de Dios, que le pertenece. El Señor les manifestó su gloria y a nosotros también.

Su rostro se vuelve luminoso; sus vestidos, brillantes. Aparecen Moisés y Elías, que conversan con Jesús sobre el cumplimiento de su misión terrena, destinada a concluirse en Jerusalén con su muerte en la cruz y con su resurrección. Las Lecturas de hoy, en conjunto, nos hablan de cómo debe ser nuestra respuesta al llamado que Dios nos hace a cada uno de nosotros… y sobre todo nos invitan a descubrir cuál es nuestra meta, si respondemos generosamente al llamado del Señor.

Aquí estoy Señor

En la Primera Lectura de este domingo segundo de la Cuaresma vemos a Abraham siendo probado en su fe y en su confianza en Dios. Sin duda es modelo perfecto del creyente fiel y dispuesto a hacer la voluntad de Dios, sin importar los sacrificios y consecuencias. Estar dispuesto a rendirse ante las exigencias de Dios, que en ocasiones parecen irracionales, requiere fe firme y valentía a toda prueba; en realidad la voluntad de Dios espera de nosotros generosidad y disposición para dejar lo más querido, con tal de estar libres para llevar a cabo lo que Dios nos pide.

Si Dios está con nosotros, ¿Quién nos hará daño?

El apóstol Pablo anima los cristianos de Roma para que su ánimo no decaiga ante las pruebas y dificultades que iban surgiendo en aquella Iglesia que se convertiría en el centro de la fe. “Ante todo esto ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? Como Abraham, como Pablo como Pedro, Santiago y Juan nunca estamos solos en nuestro esfuerzo ser verdaderos discípulos de Jesús. Como en Emaús, el Señor se nos une en el camino, nos ilumina para que entendamos su Palabra y lo reconozcamos al partir el Pan.

Evangelio de la Transfiguración.

Nada más comenzar el camino de la cruz, Jesús ya nos propone el destino último de este camino: su gloria y la nuestra. Quiso el Señor con su Transfiguración en el Monte Tabor animar a sus discípulos, fortalecerlos y prepararlos para lo que luego iba a suceder en el Monte Calvario.

La transfiguración del Señor es un acontecimiento clave, no sólo en la misión salvadora de Jesús que el Padre le ha confiado, sino también por la experiencia de fe de los discípulos, que caminan con él hacia la misma meta, y de toda la comunidad de los creyentes que peregrinan hacia la Pascua eterna. Y así guía a los apóstoles hacia la comprensión de lo que está a punto de cumplirse, de manera que se conviertan en sus «compañeros» en el camino que deberá recorrer hasta sus últimas consecuencias.

En este camino hacia la cruz hay una pausa. Jesús sube al monte con sus discípulos más fieles: Pedro, Santiago y Juan. Allí, durante breves instantes, les hace entrever su destino final: la gloriosa resurrección. Pero les anticipa igualmente que antes es necesario seguirlo a lo largo del camino de la pasión y de la cruz.

Jesús nos invita al tabor.

Jesús nos invita al Tabor, a una experiencia gozosa de Dios, a subir con él a la montaña, a contemplar la manifestación del Padre.  Subir a la montaña, símbolo de lo inmenso y majestuoso, supone elevación, retiro, anhelo de limpieza y belleza, silencio gratificante, oración, paz, esfuerzo, tensión y superación en el ascenso, lucha contra la comodidad, mirar la cima…  Siempre más.

Pero el Tabor es el punto de partida, no un lugar para quedarse. Hay que bajar a la realidad, regresar al desierto y a la lucha de cada día. El ascenso, el encuentro con Dios, nos ayuda a eliminar temores, nos da fuerzas y ánimos para seguir adelante y ser coherentes y consecuentes en la vida diaria con nuestra fe. Jesús nos invita a no instalarnos en nuestras tiendas de insolidaridad, egoísmo, comodidad, rutina… Nos anima a bajar de las nubes e implicarnos en la realidad de la vida cotidiana, a seguir anunciando y viviendo la Buena Noticia con rostro alegre y “transfigurado”. Hay que continuar el camino. Sigamos a Jesús, ya que él nos precede y acompaña.

Vino una nube y se oyó la voz

“Nube” para los pueblos del desierto significa sombra, lluvia, vida, alegría, bendición… está relacionada con la proximidad de Dios.  Ahora el Padre no habla sólo a Jesús: “Tú eres mi hijo”.  Se dirige también a todos nosotros: “Éste es mi Hijo”.  Él es mi Palabra. Lo que dice y lo que hace es mi Palabra.  Vivan la Palabra de mi Hijo  y los haré hijos. Vívanla, y los haré palabra. Ésa será su transfiguración. Después de la Transfiguración, los tres discípulos levantaron los ojos y vieron sólo a Jesús. Ya no estaban Moisés y Elías. Ya no irradiaba el Señor su Divinidad. Así sucede en nuestras vidas; sabemos que Dios está a nuestro lado y que avanzamos hacia él.

No importa que nos falte todo, que se deshaga todo, que se interrumpa todo, que no tengamos consuelos espirituales, ni muchos momentos felices, o –al contrario- que tengamos muchos momentos de sufrimiento. No importa la situación, no importa la circunstancia. Puede ser en el Tabor o en el Calvario; lo que importa es ser parte del proyecto de dios, estar con él. Como decía algún poeta o algún santo: Sólo Dios basta.

Transfiguración y vida cotidiana

Precisamente para que esta esperanza no desaparezca, sino que crezca día tras día es indispensable subir con Jesús al monte de la oración, de la espiritualidad y permanecer en su compañía; esto es, estar más atentos a la voz de Dios y dejarse conducir y transformar por el Espíritu. ¡Es necesaria la experiencia de la contemplación! «La oración hace mucho bien, ya que es comunión con Dios. Así como los ojos del cuerpo se iluminan con la luz, así el alma, que tiende hacia Dios, es iluminada por la luz de Cristo en la oración». No se trata de evadir las dificultades de la vida, sino de la familiaridad con Dios. De esta forma, es posible volver después con renovado vigor al camino fatigoso de la cruz y las dificultados, sabiendo que todo conduce hacia la resurrección.

La pascua en el horizonte

En la oración sobre las ofrendas pediremos: “que estos dones borren nuestros pecados y santifiquen a tus fieles… para que podamos celebrar dignamente las fiestas de la pascua. El prefacio nos dirá que Jesús “les mostró…. Que la pasión es el camino de la resurrección… y así diversas referencias de las lecturas y de la liturgia en general nos van perfilando y aclarando el horizonte de la Pascua.

 

 

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