La libertad de expresión, más allá del simulacro

 

«En memoria de Regina Martínez”

Por Ramón Rodríguez Rangel

“El derecho a la libertad de expresión tiene un verdadero significado cuando su ejercicio lo fundamentamos en pensamientos propios” escribió Erich Fromm en «El miedo a la libertad”. El genial psicoanalista se refería a la necesaria autonomía racional de la que hablaba Emanuel Kant quien destacó, en su «Teoría de la justicia”, que cuando esta libertad mediante la manipulación o cooptación se pliega a ideas o intereses de otros, es una libertad degradada.

El filósofo alemán destacó que el uso público de la razón, la contrastación, la discusión y críticas públicas, representan un momento esencial del republicanismo.

Tanto la libertad de expresión, como la comunicación e información, deben dejar de ser simulacro para que puedan cumplir con el rol que les corresponde en los procesos de liberación, de democratización, de mayor justicia y desarrollo humano.

Es lamentable ver a una sociedad cada vez más comercializada, donde la información y muchos derechos y libertades representan en la práctica una parodia. El día de la libertad de expresión debe ser buen momento para detener el viaje y reflexionar sobre este derecho humano de rango constitucional.

El derecho a la libertad de expresión tiene reconocimiento universal, fue promovido por filósofos y pensadores de la Ilustración y fue parte vertebral en la declaración universal de los derechos del hombre y el ciudadano, emanada de la Revolución Francesa en 1789 y desde entonces está consagrada en la mayoría de las constituciones del mundo, como la de México, protegida en los artículos 6° y 7° de nuestra Carta Magna, su ejercicio pleno sigue siendo una condición necesaria para el establecimiento de un verdadero estado democrático de derecho.

Sin embargo la libertad de prensa y el derecho a la información, que son elementos esenciales de la libertad de expresión y un instrumento fundamental de la democracia, están sujetos hoy más a intereses mercantiles e intereses políticos que al ejercicio ético y libertario.

En ese sentido sobrevienen la autocensura, el silencio cómplice y hasta el colaboracionismo, en detrimento del periodista que así rebaja su dignidad humana, hasta el punto de perderla.

La represión, como la cooptación periodística, atenta contra la libre circulación de la información y de las ideas de la sociedad, atentando contra el derecho de todos a estar bien informados. La información se convierte así en deformación.

Para los teóricos de la comunicación, la información es la construcción de la realidad, ¿pero qué realidad es la que puede construir una información viciada de origen?, la información se convierte así como si fuera una plastilina a la que se le puede dar cualquier forma.

Como resultado de esto, la sociedad carece de elementos suficientes para formar criterios, defender sus propios derechos ciudadanos y tomar las mejores decisiones. Juan Jacobo Rousseau en 1762 escribió en «El Contrato Social», su trabajo más significativo, que «El pueblo quiere indefectiblemente su bien, pero no siempre lo comprende, a menudo se le engaña y es entonces cuando parece querer el mal».

Otro de los factores que inciden determinantemente contra el pleno ejercicio de la libertad de expresión es el miedo que produce la inseguridad y el terrorismo que provocan principalmente las organizaciones delincuenciales, asociados en muchos casos a políticos de diferentes niveles e infiltrados en cuerpos de seguridad.

La impunidad se despliega así como un factor inherente a esta lógica, estableciéndose una realidad donde no hay ningún respeto por las garantías individuales.

El efecto de esta situación no sólo pone en estado de vulnerabilidad al periodista o comunicador, el que en la total indefensión, se llega a convertir muchas veces en parte de una estrategia tecno-mediática terrorista que se encarga de multiplicar las imágenes de violencia, creando así una cultura de la muerte, en la que estas experiencias agresivas y cruentas se integran al imaginario colectivo, rompiendo así con los vínculos sociales y generando un ambiente de temor, donde se rompe con toda perspectiva ética.

Un caso emblemático de la vulnerabilidad del periodista es el caso de Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en Veracruz, ejemplo de periodismo independiente y de una conducta apegada a la deontología de su profesión, quien fue asesinada el 28 de abril de 2012. La procuraduría de justicia estatal declaró, con testigos falsos, que el móvil de su estrangulamiento en la noche, en su casa, fue el robo.

Ese año la Fundación Freedom House calificó al estado de Veracruz y a México, como «Estado y País no libre» con respecto a la libertad de expresión.

La impunidad alimenta el ciclo de violencia, enviando un mensaje pernicioso a los perpetradores de hechos violentos contra la libertad de expresión en el sentido de que pueden proseguir sus actos sin consecuencia legal alguna.

De esta manera podemos encontrar al paladín de la libertad y la democracia atado virtualmente de manos, con la boca tapada y los ojos vendados; a la ciudadanía a merced de fuerzas obscuras e intereses económicos, políticos y hasta de criminales orientando la información; y, con ello, a una opinión pública fabricada, sin los elementos cognoscitivos necesarios para su autodirección racional.

El tema de la libertad de expresión está íntimamente ligado al de la democracia y por lo mismo a los derechos humanos, al Estado democrático de derecho y al surgimiento de nuevas formas de pensamiento y sistemas de convivencia mayormente civilizados. La manera más elevada, y tal vez más pura de estar activo, que los seres humanos conocen, es la de pensar, definió Hannah Arendt, crítica de los totalitarismos.

«El asno elige mejor la paja que el oro”, afirma Heráclito, cada persona busca según su formación lo que considera mejor o más placentero para él. Para los griegos y filósofos contemporáneos como Aranguren, la felicidad reside en la perfección del hombre, pero este proceso cultural se puede dar sólo si la persona está en pleno uso de todas sus capacidades, las intelectuales entre ellas, desde luego, con sus necesidades básicas resueltas. Si no puede acceder a sus derechos, como el estar bien informado, la libertad de pensamiento y contar con un marco democrático y de seguridad como lo establece la Constitución, su libertad y su desarrollo seguirán siendo una quimera, como su verdadera felicidad.

El emotivismo y no el fundamento racional, es la moral imperante en una sociedad con sus derechos fundamentales reducidos, son los instintos, como en el hombre natural, los que articulan su comportamiento.

Por ello en el contexto de la libertad de expresión, cobra mayor importancia y vigencia la «acción comunicativa» que propuso Jürgen Habermas, la que debe estar orientada a la comprensión intersubjetiva, lo que consiste en una comunicación libre, simétrica, sin violencia ni impedimentos de ningún tipo, en busca del consenso ético y racional válido.

El resultado de esta acción comunicativa no será el argumento más persuasivo, sino el mejor. Una comunicación que nos permita mostrar nuestra capacidad de ser razonables y cooperar en la construcción de una sociedad justa.

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