La representación social de los ancianos (1)

 

 

Por Dra. Zaida Alicia Lladó Castillo

 

La visión del anciano a través del tiempo ha evolucionado y ha sido materia de estudio de psicólogos sociales, sociólogos, médicos-geriatras, etc. Pero hay investigaciones que son interesantes porque indagan la forma en que se ha percibido la representación de la vejez en la historia hasta llegar a nuestros días. 


La socióloga Julieta Oddone, en su libro “Los pobres viejos abandonados”[1], distingue distintas etapas en la evolución de esa percepción y del propio concepto: “en los textos que van de finales del siglo XIX a comienzos del siglo XX, es común visualizar a personajes ancianos ocupando diversos roles y situaciones en los que transmiten las normas sociales basadas en la tradición y en la experiencia. (…) En todos los casos, el anciano es fuente de respeto, aún en situaciones de marginalidad social, cuando la caridad pública suple la falta del beneficio jubilatorio”.


Igualmente la misma autora, en otros de sus estudios publicado en el libro: “La vejez, una mirada gerontológica actual” [2], afirma que el tipo de familia predominante es aquella en la que conviven tres o más generaciones, se envejece en familia y parece normal que los hijos se hagan cargo de sus ancianos, representados como débiles, enfermizos y pasivos.


Sin embargo, según ella, en función de la evolución cultural que se ha generado en el mundo en las últimas 8 décadas, existen diferencias significativas en la forma de valorar a los ancianos: En los años 30, el anciano cumplía con el rol social de transmisor de cultura y experiencia. En esta etapa, “el anciano tiene que ser un santo, condenado a ser venerado, no tiene derecho a cometer el mínimo error, él tiene toda la experiencia; ya no puede sucumbir a la mínima tentación; él, tan consumido y arrugado como está, tiene que ser perfecto, ejemplo de   todas las virtudes[3].


En las décadas de los años 40 y 50 del siglo XX, se asoma por primera vez la imagen del anciano institucionalizado y empieza a verse como una necesidad, el que visite en ciertas horas o habite en forma permanente un hogar de ancianos. “Continúa la imagen del viejo o abuelo como transmisor de la cultura. Es, sin embargo, un anciano activo que debe y necesita ocupar su tiempo libre, que no está feliz si no trabaja”. Entre los 60 y los 80 la situación cambia. En una cultura que entroniza a la juventud en sus aspectos externos y tiende a cambios tecnológicos acelerados, los valores que los ancianos transmiten son desactualizados, desfasados y por ello son reemplazados (incluso en autoridad) en esta función, por modelos más jóvenes y actualizados como el del tío, el tutor, el terapeuta, etc. Es la peor etapa pues los ancianos han quedado sin rol social, y sólo son definidos por el rol de abuelos a quienes sólo los niños (y las mascotas) quieren”.[4]

 

En las últimas décadas, los textos empiezan a ver a los abuelos de acuerdo a su importancia, esto derivado de la alta expectativa de vida y los nuevos roles asumidos por las generaciones que llegan a los 65 años en adelante, algunos jubilados pero aún fuertes,  con ánimo y mentalidad positiva para saber disfrutar un poco más de la vida. Es decir, los adultos mayores aparecen –aunque en forma incipiente–como personas activas.


Por ello ahora vemos a abuelos (jóvenes)  en pants haciendo ejercicio, caminando o en gimnasios, optando por las cirugías, con pelo pintado o simplemente realizando su trabajo con dignidad. En muchos de los casos, las personas de la tercera edad y con mucha vitalidad y lucidez (sean mujeres y hombres) son aprovechadas por su experiencia en diversas actividades, tales como: la política, la academia, la investigación, etc. Dando extraordinarios resultados.


Y hoy no es extraño entonces, que algunos adultos mayores, encuentren el amor a esa edad. Cosa que en lo particular lo veo maravilloso porque todos merecen ser felices tengan la edad que tengan. Por ello el adulto-mayor, o anciano o abuelo, hoy  se le asigna en algunos estratos sociales cultivados, un papel activo dentro de la familia, más maduro y humano.


En nuestra sociedad académica faltan estudios que analicen la representación de los viejos en nuestro medio. Pero sobre todo faltan políticas de estado que lleven a rescatar la imagen de la persona de la tercera edad y sobre todo de darle su lugar en cualquier situación y condición. Cosa que en las últimas generaciones, parece que se ha perdido.


Aunque en nuestro país ancestralmente ha poseído como parte de su cultura una imagen de respeto y veneración hacia la figura del anciano, como se observa, las cosas cambiaron a partir de la década de los 70, derivado de las nuevas formas de constitución de la familia. La desintegración familiar y la paternidad en soltería por motivos de: emancipación de las mujeres, causas laborales, divorcios y las consecuencias de lo que significa no contar en la familia con los modelos adecuados del padre y la madre, han contribuido en parte a utilizar al anciano, como a alguien que se le delega el cuidado de los nietos y del hogar, cuando debiera ser una etapa en que debiera estar disfrutándolos.


Y los medios de comunicación, también han contribuido a favorecer o no la imagen de los ancianos. La psicóloga Laura Bosque, responsable del Comité de Prevención de la Sociedad Argentina de Medicina y Cirugía del Trauma, en sus estudios ha medido la imagen de la vejez que se extrae de la televisión (Argentina) y reporta que: ésta no siempre resulta positiva porque desgraciadamente no todos los medios están conscientes de dignificar la figura de los ancianos y muchos son los que presentan imágenes en donde se  le pone como un personaje con falta de cuidado personal, torpe, desmemoriado o poco útil, incluso hasta libidinoso, impactando significativamente como muchos otros modelos sociales que de ahí se toman, y por eso no es de extrañarse que los jóvenes y niños se comporten frente a ellos de manera desatenta, burlona y en ocasiones hasta agresiva o desconfiada.[5]


Por eso en México, la atención hacia el adulto mayor ha tenido que cambiar, porque los números han venido en aumento derivado de varios aspectos:


·         Las estadísticas reflejan, que en los próximos 26 años, prácticamente se triplicará la población de adultos mayores en nuestro país. Es decir, México será un país de viejos y viejas, lo cual no es malo si se vive con calidad.

·         De acuerdo con las proyecciones del Consejo Nacional de Población (CONAPO), se estima que si en 2006 había cerca de 8.6 millones de adultos mayores (personas de 60 años o más), quienes representaban 9.0 por ciento del total de la población, en 2010  se estará alcanzando la cifra de  9.9 millones.

·         Si la proporción continúa en ascenso para el año   2020 serán 15 millones  y para el año 2030 habremos rebasado los 22 millones. De modo que este segmento de la población ascenderá a 8.9, 12.5 y 17.5 por ciento del total de la población, respectivamente, en las siguientes décadas.

·         En nuestro país los mayores de 70 años suman ya 3.5 millones, más se prevé que alcanzarán 4.4 millones en 2010, 6.5 millones en 2020 y 10.2 millones una década después.


Y entonces yo me pregunto: ¿acaso la educación de las nuevas generaciones, ha estado dirigida para saber atender a los padres, madres o familiares cuando en su momento sean ancianos? Lo más probable es que no. Porque, si comúnmente falta mucha cultura de la solidaridad social y del respeto a las figuras que representan autoridad en el seno de la familia y de la sociedad, mucho más se carece de la formación en afecto, atención y cuidados para los ancianitos.


Y esto seguirá así, si nosotros como padres no lo fomentamos desde ahora. Y aún estamos a tiempo para cultivar, en los niños y jóvenes, la percepción positiva hacia el anciano evitando colocarlo como objeto (personaje en soledad y sin importancia) al que no se le da el respeto que merece, y rescatando su imagen como sujeto activo y definitorio en el equilibrio de la familia y la sociedad. Para que entonces éstos vuelvan a ser referente para los chicos, en un plano de igualdad con sus generaciones.


Por eso, insisto, hay que ir formando la cultura de asistencia para la terminación de la vida, haciendo algo desde ahora;  porque no nos agradará a los futuros abuelos o ancianos, algún día ser tratados como muebles, en lugar de ser tratados como seres humanos VIVOS que poseen el hilo de energía necesario para dar lo mejor a los demás, hasta el último suspiro que la vida proporcione.


Felicidades entonces,  a los adultos en plenitud, abuelitos o ancianitos en su día, que Dios les de energía, salud y sobre todo compañía y afecto.


Gracias y hasta la próxima.


Pd.-Bendiciones a mi bella madre, Doña Ma. Del Rosario, de 96 años que viven conmigo, que está sana y lúcida y que junto con mis hermanos, hijos y sobrinos, nos hemos unido y cambiado, para identificar el valor de entenderla y atenderla como se merece, para compensar en parte, lo mucho que nos ha dado ella en la vida a todos. Felicidades Chayis.

 


[1] Oddone, Julieta, Los pobres viejos abandonados, (1998) Ed. Paidos , Argentina

[2] Oddone, Julieta, La vejez una mirada gerontológica actual, (1998) Ed. Paidos , Argentina

[3] Ibíd.

[4] Ibid.

[5] Seminario “Análisis de la imagen de la vejes en los medios, (2005) Fundación Navarro Viola , 30 de noviembre de 2005, Argentina.

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