Mensaje del Obispo de Tuxpan: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo


Este domingo celebramos la Santísima Trinidad, el misterio de Dios que llega al hombre, para ser reverenciado y vivido. “Pretender probar el misterio trinitario -dice san Bernardo- es una osadía; creerlo es piedad; y penetrar en su conocimiento es vida eterna”. Recordemos que Cristo nos habla de su Padre y nos dice: el Padre y yo somos una misma cosa; y nos dice también que él enviará su Espíritu Santo.

En la Liturgia católica, las oraciones litúrgicas, así como las populares están llenas de referencias al Padre y, al Hijo y al Espíritu Santo. Podemos decir que estamos inmersos en la Sma. Trinidad.

Si bien es cierto que desde la creación y la revelación a lo largo del AT aparecen vestigios de la Trinidad, no podríamos tener acceso a este misterio si no fuera por la encarnación del Hijo y por el envío del Espíritu Santo.

Se dice que el AT puede ser considerado el Evangelio del Padre, porque en él aparece como el Creador y principio de todo. Se dice entonces que el Padre es el creador, el Hijo es el Redentor y el Espíritu Santo es el santificador.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: Aunque la obra de la creación se atribuya particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible de toda la Creación.

Cristo es el Hijo Único del Padre, por quien nosotros entramos a formar parte de Su familia como hijos de adopción. El Verbo que existía desde siempre tomó carne y habitó entre nosotros, como lo escribe San Juan.

Recién hemos celebrado al Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad. Sabemos que es Dios como lo son el Padre y el Hijo. En su acción discreta y eficaz, realiza la obra de santificación de todos los hombres, además de ser para nosotros consuelo, abogado y maestro de la verdad.

Dios Espíritu Santo tiene la noble y eterna tarea de estar a nuestro lado y llevarnos a la presencia del Dios Trino y Uno, hasta que la Iglesia llegue al encuentro de su Señor.

Sabemos que es el Padre quien revela al Hijo, y que a través del Hijo podemos conocer al Padre. Y el mismo Jesús nos envía desde el Padre al Espíritu Santo. El Misterio de la Trinidad nos está invitando a pensar siempre en el otro, a pensar en los demás a no encerrarnos en nuestro egoísmo,  a interesarnos y preocuparnos por los demás. Este misterio tiene una proyección social

 

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

¡GLORIA AL PADRE, AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO!

Celebramos hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio de Dios que llega a nosotros. San Bernardo (s. XIII): “Pretender probar el misterio trinitario es una osadía; creerlo es piedad; y penetrar en su conocimiento es vida eterna”.

Recordemos que Cristo nos habla de su Padre: el Padre y yo somos una misma cosa, y nos dice también que enviará su Espíritu. La Liturgia, las oraciones oficiales y populares están llenas de referencias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Podemos decir que estamos inmersos en la Sma. Trinidad.

Gloria al Padre

Con firmeza reconocemos y profesamos que la redención es obra de la Trinidad, aunque cada una realiza la obra común según su propiedad personal. Esto ha dado lugar a asignar, a lo largo de la historia salvífica, un momento a cada una de las Tres Personas. Si bien es cierto que desde la creación y la revelación a lo largo del AT aparecen vestigios de la Trinidad, no podríamos tener acceso a este misterio si no fuera por la encarnación del Hijo y por el envío del Espíritu Santo.

Se dice que el Antiguo Testamento puede ser considerado el Evangelio del Padre, porque en él aparece el poder creador y el Señor como principio de todo. Se dice que al Hijo se atribuye especialmente la Redención y al Espíritu Santo la santificación. El CATIC (316) nos dice: Aunque la obra de la creación se atribuya particularmente al Padre, es igualmente verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible de la creación.

En el libro del Éxodo escuchamos: “Yo soy el Señor, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”. Sus palabras son la auténtica descripción de un verdadero padre, cualidades que aparecen en varios pasajes del AT.  Pero es Jesús quien habría de darle su verdadero sentido y su justa medida como lo hizo a cada tramo del Evangelio, de sus labios escuchamos, con todas sus letras o en parábolas, quién es su Padre y nuestro Padre. Por su parte, el Espíritu Santo es quien nos hace capaces de decir Abbá, y decirlo con toda verdad.

Gloria al Hijo

De muchas maneras hablo Dios en el pasado, pero ahora nos ha hablado en su Hijo. En efecto, si hablamos de un Padre, necesariamente hemos de entender que ha engendrado un Hijo. Los cuatro evangelios son el compendio inspirado de las enseñanzas y obras de Jesús, el Hijo de Dios, encarnado en María por obra del Espíritu.

Las promesas del AT se cumplen en el nuevo. El niño que nace en Belén de Judá es el Mesías. Lo prometido desde la antigüedad se cumple en Jesús, el hijo de María y de José. Pero es en Jesús y con Él con quien se revela más expresamente el misterio de Dios, pues quien lo ve a Él, ve al Padre y recibirá su Espíritu.

Cristo, siendo la única persona trinitaria que se encarna, comparte con nosotros todo lo que nos es propio y natural, capaz de compadecerse de nuestras debilidades y asumir nuestros dolores. Como dice el Evangelio de hoy, Jesucristo es la prueba del amor de Dios por nosotros, que lo lleva a entregarlo a la muerte por nuestra salvación, según la medida anticipada: nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Cristo es el Hijo Único del Padre, por quien nosotros entramos a formar parte de Su familia como hijos de adopción. El Verbo que existía desde siempre tomó carne y habitó entre nosotros, como lo escribe San Juan.

Gloria al Espíritu Santo

Recién hemos celebrado el domingo de Pentecostés y hemos tenido la oportunidad de profundizar un poco más en la Tercera Persona de la Trinidad. Sabemos que es Dios como lo son el Padre y el Hijo. En su acción discreta y eficaz, realiza la obra de santificación de todos los hombres, además de ser para nosotros consuelo, abogado y maestro de la verdad.

A partir de los Hechos de los Apóstoles, luego de la ascensión de Jesús a los cielos, da inicio –por decirlo de alguna manera-, el tiempo del Espíritu. Hay quien nombra al libro de los Hechos como el Evangelio del Espíritu Santo. Viviendo permanentemente en medio de la Iglesia, la asiste, la ilumina y la conduce, como obra de la Trinidad también, que congrega a los hijos dispersos y los encamina a la patria verdadera.

El CATIC nos dice que es en la Iglesia donde se descubre y conoce la labor del Espíritu Santo, y señala algunos lugares privilegiados: las Escrituras que Él inspiró; la Tradición que conserva viva; el Magisterio que Él asiste; la liturgia que nos vincula con Cristo; la oración, donde ora en nosotros; los carismas y ministerios, con que edifica la Iglesia; en los signos de vida que Él genera; y en la vida de los santos queda de manifiesto su labor eficaz (n. 688).

El Espíritu Santo es consubstancial al Padre y al Hijo, es decir, Dios como ellos, si bien hay distinción de personas. Dicho de otra manera, son distintos pero inseparables.

El que aleteaba sobre las aguas del Génesis, el que hablaba por medio de los profetas, el que cubrió la virginidad de María y la fecundó, el que invistió a Jesús con su fuerza, el que impulsó a la Iglesia, el que inspiró las Escrituras, es el mismo Dios Espíritu Santo que sigue trabajando en nuestra vida de gracia por medio de los sacramentos y en la oración.

Es él quien nos hace renacer en el bautismo; el que sella y confirma con su fuerza nuestra fe; el que borra los pecados y limpia el alma; el que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor; el que fortalece la debilidad del hombre enfermo con la unción; el que nos configura como otros Cristos con el sacramento del Orden; y el que une para siempre en fidelidad a los esposos y los colma de gracia para su misión.

Dios Espíritu Santo tiene la noble y eterna tarea de estar a nuestro lado y llevarnos a la presencia del Dios Trino y Uno, hasta que la Iglesia llegue al encuentro de su Señor.

A manera de conclusión

Somos cristianos. Nuestra vida toda se resguarda bajo el nombre de Dios, Trino y Uno. A la voz que nombra al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo nos convertimos en hijos del mismo Dios y herederos de la hermosura de su salvación. ¡Qué bello testimonio de los fieles de antaño que todo cuanto emprendían lo hacían marcándose con la cruz e invocando el nombre santo de Dios!

Este que celebramos hoy, es el misterio central de nuestra fe y de la vida cristiana, porque es el misterio de Dios en sí mismo, lo que Él es y lo que nos ha revelado amorosamente de sí mismo. Por eso es cierto lo que dice san Cesáreo de Arlés: “La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad”.

Entre las muchas verdades que nos quedan claras, al contemplar que es el Padre quien revela al Hijo amado y es el Hijo quien da la posibilidad para que a través de sí mismo conozcamos al Padre y el mismo Jesús quien nos envía desde el Padre al Espíritu Santo, nos está invitando a pensar siempre en el otro, a no encerrarnos en nuestros egoísmos sino a interesarnos y preocuparnos por los demás.

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