Mensaje del Obispo de Tuxpan: Los dones son para servir

 

Todos tenemos una misión en la vida y unos talentos para realizarla. Cada uno está llamado a responder al plan de Dios sobre nosotros. Conocemos a Jesús y su noticia de salvación. Esos son los dones más valiosos que nos ha regalado. La misión es anunciar esa buena de salvación en la vida cotidiana. Anunciar cómo es el Dios de Jesús, cómo es la vida con él, así como la trascendencia del ser humano y de sus acciones.  El Reino de Dios es iniciativa de Dios, que espera resultados de nuestra colaboración.

Las Lecturas de este domingo nos hablan de lo que nos toca a cada uno en orden a nuestra propia salvación. Sabemos que la salvación es obra de Dios, por los méritos de Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo en nosotros, pero a cada uno de nosotros nos toca una pequeña parte: nuestra respuesta a las gracias que el Señor nos da en cada momento y a lo largo de toda nuestra vida.

La parábola de los talentos es una invitación a la responsabilidad y a la libertad humana.  Una llamada al trabajo, a la creatividad, al riesgo, a la valentía, en la vida de cada día, con sus buenos y malos momentos, con sus alegrías y tristezas. El texto no pide conseguir triunfos ni alcanzar méritos. Lo que se exige es siempre poco en comparación con lo mucho que se recibe.

Esta parábola nos enseña que la vida cristiana no está cimentada en la formalidad, la auto-protección y el temor, sino en la gratuidad, en el coraje y en el sentido del otro.  Y esto constituye la alegría del Señor; pero también es lo que da sentido y valor a nuestra propia existencia. Esto nos lleva a crecer y a proyectarnos hacia los demás.

Cada uno ha recibido talentos. Descubrirlos, ilumina nuestra existencia y dinamiza nuestras acciones. Algunos andan un camino largo y difícil, que al final genera resultados. Otros se sientan en cada recodo del camino, siguiendo la ley del menor esfuerzo. Pensemos, sin embargo, que lo que Dios nos ha dado, tiene fuerza para multiplicarse cada día. Además, tendremos que dar cuentas de lo que hemos recibido; Algo que, por cierto, es mucho más de lo que nosotros percibimos.

Lo que cuenta es que cada uno ponga lo que es y lo que tiene al servicio del Reino, al servicio del bien. Sabemos que los verdaderos hijos no actúan por miedo ni por la paga, ni recompensas, sino con alegría e ilusión porque trabajan por el proyecto del Padre, que es también el suyo.

Este domingo 15 de noviembre se celebra la Jornada Mundial de los Pobres, promovida por el Papa Francisco, para impulsar nuestro compromiso con los más necesitados. La pobreza tiene rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada persona pobre podemos encontrar a Jesús, que afirma estar presente en sus hermanos más débiles.

 

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

 

Los dones son para servir

Celebramos el penúltimo domingo del año litúrgico. En ocho días celebramos la fiesta de Cristo Rey luego vendrá e1 primer domingo de adviento, el 3 de diciembre. Jesús sigue recomendándonos que estemos despiertos, vigilantes, activos en nuestra responsabilidad y en nuestra espera. Todos tenemos una misión y unos talentos para realizarla. Debemos responder a ello. Conocemos a Jesús y su Buena Noticia de salvación. Esos son los dones más valiosos que nos ha regalado. La misión es anunciar esa Buena Noticia de salvación en la vida cotidiana. Anunciar cómo es el Dios de Jesús, cómo es la vida con Él, la trascendencia del ser humano y de sus acciones.  El Reino de Dios es iniciativa de Dios, que espera resultados de nuestra colaboración.

La salvación requiere buenas obras

Las Lecturas de este domingo nos hablan de lo que nos toca a cada uno en nuestra propia salvación. Sabemos que la salvación es obra de Dios, por los méritos de Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo en nosotros, pero a cada uno de nosotros nos toca una pequeña parte: nuestra respuesta a las gracias que el Señor nos da en cada momento y a lo largo de toda nuestra vida.

“La salvación es obra de Dios… Sólo por gracia, mediante la fe en Cristo y su obra salvífica, y no por algún mérito, nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a realizar buenas obras”. Dios nos santifica, sin ningún mérito de nuestra parte, pues el Espíritu Santo, actuando en nosotros, nos capacita para que, respondiendo a la gracia, realicemos buenas obras.

Libres y responsables

La parábola de los talentos es un homenaje a la responsabilidad activa y a la libertad humana.  Una llamada al trabajo, a la creatividad, al riesgo, a la valentía… en la vida de cada día, con sus buenos y malos momentos, con sus alegrías y tristezas. El texto no trata de conseguir triunfos ni de ganar méritos. Lo que se exige es siempre poco en comparación con lo que se recibe. ¿Por qué me han dado mis talentos? ¿Para qué me los han dado? ¿Para quién?

Esta parábola nos enseña que la vida cristiana no está cimentada en la formalidad, la auto-protección y el temor, sino en la gratuidad, en el coraje y en el sentido del otro.  Y que esto constituye la alegría del Señor. Pero también es lo que da sentido y valor a nuestra propia existencia. Esto nos lleva a crecer y a proyectarnos hacia los demás. Es por ello que debemos preguntarnos:

¿Hacemos rendir los talentos que hemos recibido?

Cada cual ha recibido sus talentos. Descubrirlos, ilumina nuestra existencia y dinamiza nuestro diario actuar. Unos, andan un camino largo y difícil, que al final genera resultados. Otros se sientan en cada recodo del camino, siguiendo la ley del menor esfuerzo. Pensemos, sin embargo, que lo que Dios nos ha dado, tiene fuerza para multiplicarse cada día. Además, tendremos que dar cuentas de lo que hemos recibido; Algo que, por cierto, es mucho más de lo que nosotros percibimos.

Lo que cuenta es que cada cual ponga lo que es y lo que tiene al servicio del Reino, al servicio del bien. Sabemos que los hijos no actúan por miedo ni por la paga, ni por castigos y/o recompensas, sino con alegría e ilusión porque trabajan por el proyecto del Padre, que es también el suyo.

Al regresar el amo, los dos primeros servidores son felicitados, se les promete que se le confiarán cosas de mucho valor y se les invita tomar parte en la alegría de su Señor”. Esto significa que quienes hicieron fructificar sus talentos llegaron al Reino de los Cielos. Una actitud positiva, creativa y alegre, y una respuesta generosa, en todos los ámbitos de la vida lanza hacia la felicidad y la plenitud, hacia una vida significativa.

Señor, sé que eres hombre duro. Tuve miedo y escondí tu talento. Pero al servidor perezoso e irresponsable que no hizo crecer su talento, le fue quitado y, además, es echado “fuera, a las tinieblas. Es decir, el servidor que no hizo frutos, será condenado igual que un pecador. ¿Por qué? Porque también es un pecador. Se trata del “pecado de omisión” que se refiere, no a lo que se ha hecho, sino a lo que se ha dejado de hacer. Y todo aquél que no responde a las gracias recibidas de Dios, peca por omisión.

Lo peor de este tercer personaje es que no conoce a su señor. Tiene la idea de un Dios exigente y autoritario. Esta pobre visión de Dios lo conduce a actuar con miedo, cobardía y desconfianza. La confianza depositada en él de parte de Dios, en lugar de ser para él un regalo, un estímulo y una alegría, la percibe como una carga insoportable. Para Jesús tener miedo equivale a no tener fe. La fe no es algo que se encierra y se guarda; es luz que se enciende para ponerla encima de la mesa, es vida que se expresa en amor y entrega y que día a día se va acrecentando.

Generosos y activos. Jesús hace una clara denuncia de la irresponsabilidad, la pereza y la pasividad. No censura a este hombre por haber cometido algo malo, sino por haberse limitado a conservar lo recibido sin hacerlo crecer y fructificar. Conservar lo que hay, acomodándose en la rutina y la apatía, el miedo, la comodidad y la pereza, cruzándose de brazos y dejando todo como está… no son actitudes sanas, ni son evangélicas.  Quien se limita a no hacer el mal, se pierde la inmensa alegría que supone hacer el bien.

Un Dios misericordioso y justo. Dios distribuye sus gracias a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y cuánto quiere. Lo importante no es recibir mucho o poco, más o menos que otro. Dios reparte sus dones en diferentes medidas. Lo importante es saber que Dios da a cada uno lo que necesita para su salvación, y lo da en la forma y en el momento adecuado: “Mi gracia te basta” (2 Cor. 12. 9). “Tú les das la comida a su tiempo. Abres la mano y sacias de favores a todo viviente” (Sal. 145, 15).

Dios exige en proporción de lo que nos ha dado. “A quien mucho se le da, mucho se le exigirá” (Lc. 12, 48). Y lo que nos ha dado es para hacerlo fructificar. Tenemos la suerte y la alegría de saber que ante quien somos responsables es ante un Dios que es Padre/Madre, quien nos comprende, nos acoge, nos acompaña y nos quiere más que nadie. La gratuidad y la inmensidad de su amor lo desborda todo. Por ello, esconder los talentos es encerrar la vida, evadirse de la realidad, limitar la propia existencia y hasta morir, siendo todavía un ser vivo.

Despiertos y atentos como hijos de la luz. Proverbios nos habla de la esposa virtuosa. Puede referirse a la mujer casada, pero puede referirse también a la Iglesia como esposa de Cristo o a cualquier cristiano. La Iglesia, cada uno de nosotros, hemos ser como esa esposa fiel, que sabe trabajar respondiendo a las capacidades que Dios le da, que sabe ayudar al desvalido, que respeta a Dios y que termina siendo “digna de gozar del fruto de sus trabajos”.

Si somos como la esposa virtuosa, podremos llegar a gozar el premio prometido, la salvación eterna. Nos dice San Pablo en la 2ª. lectura: “A ustedes, hermanos, ese día no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz del día, no de la noche y las tinieblas. Por tanto, no vivamos dormidos, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”.

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