Muro en el Desierto del Sahara

Por Miguel López Azuara/Cambio de Luces

 

Massimo Gramellini   escribe en Il Corriere della Sera,  El Mensajero de la Tarde, de Milán, un columna con muy fino humor que se llama Il Caffé.

El café en Italia, explica   –como en México–  es un rito cotidiano, una pausa, un placer, y también un lugar de encuentro en el cual se discute, se bromea, se desahoga y se consuela.

Su columna, pues, aguanta todo. Y en ella  relata cómo, sinceramente preocupado por las multitudes de inmigrantes que se amotinan en las puertas de Europa, en busca de paz y pan, el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump, propuso al ministro de asuntos exteriores de España su remedio preferido para contener la avalancha humana que en su pesadilla amenaza con arrollarlo: construir un muro en el desierto del Sahara.

El ministro lo escuchó pacientemente, le agradeció el consejo y luego sugirió, con delicada seriedad, que podría resultar algo complicado levantar sobre las dunas del desierto un muro de 5,000 kilómetros.  “¿Más largo que nuestra frontera con México?” preguntó asombrado Trump, sin ganas de creer que fuera de los Estados Unidos, ni siquiera en Europa, las cosas no tuvieran dimensiones ridículas junto a las de su país.

La alarma de Trump fue mayor cuando con mucha cautela  le aclararon que el desierto del Sahara no estaba en Europa, sino en África, donde España apenas tenía ahora dos enclaves, Ceuta y Melilla. Por alguna razón, Trump entendió Night Club, cabaret,  en lugar de enclaves, y volvió a cambiar de tema.

Posteriormente el ministro español de Exteriores, Josep Borrell, disolvió la desfavorable impresión al aclarar, con corrección diplomática, en una entrevista con Javier Moreno, de El País, que “nunca fue una propuesta formal”, pero dejó bien claro que “en cualquier caso, no sería necesario” (sábado 22).

La  anécdota palidece ante las verdades relatadas en el libro Miedo: Trump en la Casa Blanca, en la que el periodista Bob Woodward expone, con testimonios de miembros, asistentes y consultores  del equipo presidencial la ignorancia, vulgaridad, prepotencia, irreflexión, mentiras, malos modos y peor gusto que ahora prevalecen, con gran peligro para el mundo,  en ese centro de inmenso poder,  y en las oficinas que antes ocuparon Lincoln, Kennedy y Obama.

¿Quién dice que los libros se están extinguiendo? Este de Woodward, que con Carl Berstein desnudó el escándalo Watergate que condujo a la renuncia del Presidente Richard Nixon, hace 45 años, en 1973, está haciendo su parte también en estos días.

Gramellini concluye afirmando que  los competentes no comprenden los problemas del hombre común,  y los incompetentes los entienden, pero no tienen  idea de cómo resolverlos.

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