Estado Mayor Presidencial

Muchas personas hablan de él sin saber qué es y cuáles son sus funciones. Se le asocia —y no gratuitamente— con empellones, vallas, cierre de calles, actos molestos para la ciudadanía. Pero no se habla de la complejidad de sus funciones y de lo mucho que le debemos. Instalados en el simplismo, ronda la idea de desintegrarlo, de desaparecerlo. Sería un gravísimo error.

Por Federico Reyes Heroles/Excélsior

El presidente aparece en los televisores en Tizimín, Yucatán. Trepado en un templete y acompañado del gobernador y varios secretarios de Estado manda —a través de las cámaras— un mensaje nacional sobre finanzas públicas. Dos días después, en una cañada formidable en Nayarit, en la que se construirá una gran presa, habla de los retos energéticos. Los reporteros que cubren “la fuente” de Presidencia envían imágenes, notas y saben que tendrán que acompañar al mandatario, esa misma noche, a una cena de Estado para los reyes de España. Todo ocurre con una gran normalidad, se cumplen los horarios de salida y regreso, la coordinación de los transportes —avión y helicópteros, camionetas, las visitas a fábricas, hospitales, escuelas, lo que sea— se logrará sin mayores contratiempos.

Pero para lograr seriedad en las actividades presidenciales se necesita una planeación muy cuidadosa y una ejecución muy precisa. Enviar los helicópteros con antelación, contemplar horarios y condiciones meteorológicas y riesgos inherentes al transporte, es asunto de todos los días. Para eso fue creado el Estado Mayor Presidencial —EMP. Hay antecedentes muy remotos. La mención obligada son las Guardias Pretorianas que cuidaban a los emperadores de los frecuentes ataques. La llamada Pax Romana se explica en parte por la presencia de esos guardias que siempre acompañaban al emperador. En nuestra historia también hay antecedentes desde el mandato de Iturbide y Guadalupe Victoria hasta las reformas al EMP emprendidas por Vicente Fox, pasando por cómo los Marianos, Paredes y Arista, Comonfort, Maximiliano, Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz, pero también Juárez, Carranza y el propio Lázaro Cárdenas.

Con distintos nombres, lo que hoy denominamos EMP ha acompañado a conservadores y liberales, Altezas Serenísimas y monarcas, dictadores y revolucionarios, presidentes del PRI, del PAN y ahora le tocará a AMLO. El EMP es un órgano militar técnico radicado como unidad administrativa en la Presidencia que lleva a cabo toda la planeación y administración de los recursos necesarios para las actividades presidenciales. Instancias similares las hay en muchos países, algunos con reputaciones internacionales como el Servicio Secreto de EU o las fuerzas de seguridad israelíes o las de Inglaterra, Francia, España o Japón.

Precisamente, una de las funciones del EMP es coordinarse con esos otros cuerpos durante las visitas de estado que implican una serie de protocolos muy estrictos. Imaginemos la enorme responsabilidad de cuidar al Papa, una persona vulnerable como todos los seres humanos, sujeto a una exposición que —sin exagerar— es millonaria. Ha habido atentados de triste memoria, a pesar del singular desempeño de la Guardia Suiza. El EMP lo ha cuidado en varias ocasiones sin mayores contratiempos. Pertenecer al EMP supone una especialización, estudios y el aprendizaje de asuntos delicadísimos relacionados con los jefes de Estado, de gobierno y de sus familias y es visto como honor. Imaginemos la complejidad de los protocolos de los viajes presidenciales a reuniones bilaterales o multilaterales. El EMP es, en muchos sentidos, el rostro de la Presidencia de México.

El EMP cuenta con los guardias presidenciales que, en su origen, nos remontan al acto heroico de los capitanes Gustavo Garmendia y Federico Montes, que salvaron a Madero de morir a manos de traidores del 29 Batallón de Infantería. Los guardias presidenciales son el personal militar de las tres armas (Ejército, Fuerza Aérea y Marina Armada) encargado directamente de cuidar la seguridad del Presidente de la República y su familia y de todas las instalaciones y equipos requeridos para su trabajo. México cuenta hoy con un grupo de militares profesionales —que se ha llevado décadas formar— especializados en garantizar la seguridad y seriedad de las actividades presidenciales. Sólo desconociendo el quehacer del EMP se puede pensar en incorporarlo al Ejército, del cual es parte. Pero las funciones del general secretario son muy diferentes a las del jefe del EMP, que en muchas ocasiones comparte situaciones personales y familiares del jefe de Estado, que debe asumir con todo profesionalismo para su protección.

López Obrador será ese jefe de Estado y, como tal, debe asumir que su seguridad y la de su familia ya no son de interés exclusivo de ellos, son asuntos de Estado en tiempos muy difíciles. Seamos serios, no juguemos con esto, popularidades aparte, el EMP es una gran institución y debe preservarse.

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