Civilidad política en el país

 

Por Dra. Zaida A. Lladó Castillo


Civilidad, sabia palabra que significa: “sociabilidad, en la urbanidad y el orden”. Igualmente se conoce como: “poner las cosas en el lugar que corresponden” o “concierto, buena disposición de las cosas entre sí” o “urbanidad, comedimiento, atención y buen modo” o también: “demostración o acto con que se manifiesta en la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona”.


Bueno, pues eso es lo que vimos el 1º de diciembre pasado en la transmisión del poder nacional, que marcó el momento de la toma de posesión y protesta ante el Congreso General, del Lic. Enrique Peña Nieto, como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.


Al respecto, hubo opiniones diferentes. Los que critican el evento y piensan que se regresa a las clásicas loas al Presidente entrante, sellando así el inicio de las viejas prácticas que hicieron que en el pasado, se deidificara su figura hasta llegar a colocarlo a un nivel casi inmortal; y quienes, como su servidora, consideramos que, eso no debe ni puede volver a suceder y,  que los cambios a partir de hoy se tienen que sustentar en los principios elementales del orden, la cortesía y la aplicación de Ley sin distinción, como valores que deben prevalecer en toda convivencia entre seres humanos civilizados y educados, en todos los espacios sean: familiares, laborales y más, en la relación entre el Estado y la sociedad.


Y creo que el PRI, por el hecho de siempre haber demostrado civilidad frente a sus adversarios, lo menos que podía recibir de éstos era el respeto a ese momento. Porque esta ceremonia solemne de cambio de poderes, no era un acto de partidos políticos, sino un evento que obliga la Constitución Política de nuestro país y en ese tenor, tan se le dio su lugar a un Presidente saliente (que debió sentirse muy bien al atestiguar un evento distinto al que le toco vivir hace 6 años cuando recibió la banda presidencial) y por otra parte, el que el Lic. Enrique Peña Nieto, pudiera hacerlo como lo hacen todos los Presidentes cuando toman posesión: con dignidad y la venia de su Congreso y del pueblo al que en adelante servirá.


Y hay algo, que es bueno distinguirlo, porque se empiezan a sentir sus efectos. Cómo se ve la diferencia en el trato y reacción de los grupos del poco a poco depurado PRD, después de la salida de López; y, seguramente se seguirá notando, porque ni ellos ni el país, aguantan ya vaciladas, caprichos y reacciones de amargura y frustración de quienes sólo saben alentar al rencor y la rebeldía, apostándole siempre a que nos vaya mal y a la parálisis en los acuerdos y negociaciones nacionales.


Y, cómo hacer que entiendan, estos señores, que los mexicanos ya no queremos ver escenas violentas ni mucho menos escuchar sus discursos llenos de saña  y de coraje. Como ejemplo menciono, la intervención del Diputado Ricardo Monreal, en el momento de decir el posicionamiento de su partido el día ya mencionado, que se dio el lujo de insultar a todos los mexicanos y en particular, la labor de los Ministros como si tuviera él tanta calidad moral y política para convencer al pueblo de México. Y un dato curioso de ese momento, que pocos se percataron, es que el Sr. Monreal, en el minuto 11 con 36 segundos del discurso, la sangre empezó a fluir a través del lado izquierdo de su boca. Literalmente,  “se mordió la lengua”.


Y en el marco de la civilidad, tendremos que seguir viviendo y conviviendo los mexicanos en adelante. Porque tan respetable puede ser una manifestación ciudadana demandante de una necesidad o en busca de la solución a un conflicto o incluso en la “crítica-antigobierno” a través de los medios de comunicación y de gestión,  como también la opinión de millones de mexicanos que hemos llegado al hartazgo de que insulten nuestra inteligencia, que queremos respeto a nuestra existencia, que no aceptamos que nos sigan desquiciando a capricho los centros históricos, avenidas, carreteras o tomando instalaciones educativas en forma agresiva, que queremos frenar el clima de inseguridad y recuperar la tranquilidad y, que deseamos que la autoridad actúe en consecuencia para evitar la destrucción de las ciudades y atentados a sus habitantes.  


Porque  dentro de la civilidad, como antes decía, va implícito también el orden. Y eso es lo que debe reinar ahora en la vida política de México.


  • ·         Orden, en las estructuras gubernamentales, que se tendrán que simplificar para hacerlas austeras y adaptadas a las nuevas condiciones económicas, armonizadas en las entidades y municipios, sin detrimento del avance y desarrollo.


  • ·         Orden, en las cuentas y finanzas de la administración pública en todos los órdenes y niveles, que obliga a transparentar ejercicios y rescatar la confianza.


  • ·         Orden, en el manejo de las organizaciones sindicales con el gobierno, para que rescaten su esencia defensora de los derechos de los trabajadores y dejen de ser los botines de los líderes.


  • ·         Orden, en la aplicación de los recursos, para que lleguen a los grupos que más lo necesitan, eliminando la corrupción y la desviación de recursos, para que pronto los resultados se vean reflejados en el mejoramiento de la calidad de vida de los que se encuentran en pobreza o desempleados.


  • ·         Orden, en el sector privado, para que los empresarios de todos los niveles, cumplan con sus obligaciones y ello permite la recaudación de ingresos equitativa y el equilibrio de las finanzas nacionales, estatales y municipales, etc.


  • ·         Orden desde las familias para que los niños y jóvenes aprendan de sus hogares a vivir con responsabilidad, armonía y en paz.


Y también decía antes, que la civilidad obligaba a la urbanidad y la cortesía. Y la urbanidad se relaciona con los principios elementales de la educación en valores familiares, profesionales y nacionalistas tan olvidados hoy en la mente de las nuevas generaciones; así como a la cortesía, como la demostración de un cambio de actitud,  de todos aquellos que están para servir a la ciudadanía en los cargos públicos y en el ejercicio privado de sus empresas o profesiones.


En suma, los mexicanos tenemos que cambiar desde adentro, para dar lo mejor hacia fuera. Y en ello debemos depositar todas las baterías en los siguientes años y décadas.


Debemos evitar vivir experiencias como las de los países del Medio Oriente y Europeos, que están con la vida en un hilo o que tienen ahora que  acostumbrarse a otro ritmo de vida, austera y limitada, porque sus gobiernos no tienen ni para pagar sueldos de la burocracia ni jubilaciones; lo que sucede, cuando los gobiernos y ciudadanos se resisten a aceptar que “se acabaron la gallina de los huevos de oro” y lamentan muy tarde, el  no haber tomado las  medidas precautorias a tiempo.


Porque está demostrado que en un país donde predominan los resentidos, los flojos, y los abusos de una autoridad inconsciente, no sirve más que para producir dependencia, desequilibrio y anarquía. Y ese no debe ser nuestro futuro.


Estoy segura, que este país va a cambiar, porque lo vamos a mover los que realmente lo queremos y deseamos que nos vaya mejor. Que somos los más. Y los cambios habrán de ser drásticos y contundentes pues el tiempo está sobre nosotros y el futuro no espera.


Sólo es cuestión de llegar a acuerdos entre las fuerzas sociales, económicas y políticas, actuar con responsabilidad y consciencia en el servicio, recuperar el sentido de los valores en la función gubernamental y en el desempeño ciudadano, de trabajar todos los días con optimismo, eficiencia y constancia y de lograr nuevas identidades, pertenencia y orgullo hacia nuestra mexicanidad.


Gracias y hasta la próxima.

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