Por Andrés Timoteo/Texto Irreverente
CORREGIR EL RUMBO
Aun con las descalificaciones recibidas a priori, el sistema de recompensas para obtener información de la ciudadanía que ayude a localizar a criminales está dando resultados. Al menos así lo parece tras la captura de los perpetradores del homicidio de Camilo Castagné, el comisionado para Veracruz de la Policía Federal, la detención del autor intelectual del asesinato de una familia en Coatzacoalcos y el abatimiento del cabecilla de una organización criminal que operaba en la entidad.
Los dos “golpes” al hampa –usando el argot policíaco- fueron posibles por la información proporcionada por los ciudadanos que atendieron el llamado a colaborar anónimamente. Eso significa que la convocatoria realizada por el gobernador Miguel Ángel Yunes para que la ciudadanía apoye en la lucha contra la delincuencia es exitoso y que en lo inmediato podría conducir a la ubicación y aprehensión de otros criminales.
La celeridad para ubicar y actuar en contra de los delincuentes ha causado estupor en Veracruz pues en los últimos doce años el aparato policíaco del estado estuvo detenido y nunca perpetró “golpes” contra las organizaciones criminales. Los motivos son conocidos por todos –la complicidad del innombrable y de Javier Duarte con los mafiosos- y obviamente, una respuesta estatal rápida contra las bandas delictivas causa extrañeza en una sociedad que estaba acostumbrada a la inacción oficial y el discurso del “aquí no pasa nada”.
Pero en Veracruz pasaba -y pasa- de todo. Antes se tenía una parte de la prensa que no veía los sucesos –la criminalidad y la complicidad de las autoridades- y si lo hacía, los minimizaba. Hoy, no es así. Se tienen medios de comunicación y periodistas que escudriñan los hechos delictivos, los cuentan y recuentan, los analizan y los publican con toda libertad. Hoy también hay un gobernante que no los oculta.
Sin embargo, la situación no está superada. El contexto de violencia no se acaba con las detenciones en Puebla y Tabasco ya que en Veracruz –como en todo el país- el crimen organizado está arraigado por circunstancias que competen a todos. Es cierto que hubo gobernantes cómplices y pactistas con la mafia, pero la ciudadanía también cooperó a eso, no solo eligiendo a tipos corruptos en el servicio público sino por no reaccionar a tiempo ni actuar en consecuencia.
Los ciudadanos comenzaron a alarmarse cuando el problema ya estaba muy avanzado, cuando los muertos y desaparecidos sumaban decenas o centenas, cuando, acosados, pedían ayuda a las autoridades les respondían que se compraran un perro, y cuando los ríos, carreteras, calles y hasta plaza públicas ya eran tiraderos de cadáveres. Los veracruzanos tienen parte de la responsabilidad por no reaccionar a tiempo. Peor aún, mucho encontraron en la criminalidad un camino para progresar económicamente y así hubo una tolerancia malsana de la ola de muerte.
Esto lleva a una reflexión que es casi tabú por su agudeza, pero que no debe soslayarse: ¿qué tanto contribuyó la sociedad al éxito de la criminalidad?, ¿por qué las familias permitieron que sus integrantes se volviera narcomenudistas o “halcónes” –informantes- de la mafia o secuestradores?, ¿por qué un padre de familia alimentó a sus hijos a costa de envenenar a los hijos de otros?, ¿por qué se calló tanto tiempo cuando la gente desaparecía a montones? ¿Por qué no sonó la alarma popular a tiempo?
Tales preguntas son para los veracruzanos y no son nuevas en la historia. Las mismas se plantearon en Colombia con la crisis de violencia y criminalidad durante los años ochenta y noventa, cuando su gobierno estaba empapado de colaboradores del narcotráfico y los paramilitares, la gente lo sabía y lo permitía. Se hicieron también a los alemanes que toleraron y sostuvieron al régimen nazista. A los españoles que callaron ante los crímenes del dictador Francisco Franco, a la sociedad chilena que no se alzó en armas contra Augusto Pinochet y a los argentinos que padecieron con un silencio cómplice las sangrientas Juntas Militares.
La colaboración o al menos la indiferencia de los ciudadanos en los regímenes de muerte es un debate histórico y vigente, que tiene que ver con lo expuesto líneas arriba: la crisis de valores civiles, éticos y morales. Esa crisis es un abono para que prospere la mafia y los gobiernos mafiosos como los que se tuvieron en Veracruz en el último docenio. Hoy es tiempo de revertirlo.
El camino ya se planteó: ayudar a las autoridades con información anónima. Es la opción para revertir esa crisis de valores y de silencio. Ahora, los veracruzanos tienen la oportunidad de corregir el rumbo. De parte del gobierno estatal, es tiempo de mantener la convicción para reivindicar la cosa pública, no pactar con el mal y proteger a los ciudadanos que proporcionen información para combatirlo. No habrá éxito si no hay esa cohesión de pueblo y gobierno.
EL PATOLOGICO
Es un caso no solo hilarante sino psiquiátrico el del senador priísta y candidato perdedor de las elecciones del 2016, Héctor Yunes Landa, quien nombró a Stalin Sánchez Macías como el coordinador de la Comisión Anticorrupción que preside. El tipo, como ya se ha publicado en la prensa, es primo de Karime Macías, la esposa del exgobernador Javier Duarte. El matrimonio es corruptísimo y los parientes Macías fueron participantes y beneficiados del saqueo de las finanzas estatales.
A pesar de esa carga genética para el latrocinio, Yunes Landa lleva al pariente Macías hasta la comisión que, paradójicamente, es la encargada de tratar asuntos de corrupción. Héctor Yunes se burla de todos, sí, pero también confirma que su problema es patológico: siempre ha estado al lado de los corruptos, aunque intente engañar a la opinión pública. Y es para tronar de risa: los zorros están a cargo de cuidar el gallinero. Imagínense que hubiera hecho como gobernador de Veracruz. De la que se libraron los veracruzanos.
Envoyé depuis Paris, France.
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