Don Andrés, vendedor de papayas, relata esplendor y ocaso del oro verde de la huasteca.

 

Por Inés García Nieto

 

Se llama Andrés y su esposa Andrea. Los dos nacieron el último día de noviembre, pero él hace 77 años y ella hace 63. Por las mañanas vende papayas que compra en los ranchos y cultiva en su patio, las que están jugosas y dulcísimas. Las da en 20 y 25 pesos, pero si una persona es su cliente y reconoce la calidad del fruto, Don Andrés permite que se le pague en la siguiente compra.


Cubriéndose del candente sol del mediodía del jueves 18 de abril de 2013 con una gorra beisbolera y buscando la bendita sombra, Don Andrés coloca la carretilla con las dos últimas papayas en la banqueta para que los automovilistas puedan pasar en la angosta calle bautizada con el nombre del general Gutiérrez Zamora.


Están riquísimas sus papayas-. ¡Qué bueno que le gustaron! Yo las compro y las cuido para que no se magullen o se vean sanitas y por dentro ya estén mal.


Pensé que usted las cultivaba…No seño, la enfermedad y el sol ya no me lo permiten. Si tenía un rancho muy grande, pero lo vendí hace años para curarme.


Ya colocados en la sombra, compradora y vendedora inician una rica plática acompañada de tres papayas y una cachorra labrador de nombre Atena que torea a los automovilistas de la angosta calle.


Yo elijo a los campesinos y los frutos, porque si la fruta viene mal yo salgo perdiendo. Veo que la planta se vea sanita, fresca y con su color, y ya entonces la pido y la pongo con cuidado en la camioneta, que todavía manejo.


¿Usted sabe de plantas y frutos? Y cómo no señito si a los 7 años ya trabajaba en la bodega del plátano rotán que estaba en Cobos. A mí me tocó ver las pencas de más de un metro de altura. Con decirle que cuando las acomodaban en el tren que llegaba a Cobos, sólo un solo racimo cabía en la plancha del tren. Las planchas eran como plataformas chicas, y eran tan grandes que sólo una colocaban los hombres.


El oro verde de la huasteca.


Oiga don Andrés, dicen que los gringos echaron la plaga para afectar los platanales. ¿Usted qué sabe?


Pues eso dicen, pero yo no lo creo porque el plátano que se producía en los ranchos cercanos a Tuxpan se exportaba a Estados Unidos. ¿Usted cree que ellos sólo se iban a hacer la maldad? ¿Ir a comprarla más lejos?


-¿Entonces qué pasó? Responde Don Andrés-.Pues calló una plaga, el chamusco, que era una palomita como la papalotilla, que al tocar las ramas y las hojas dejaba un líquido como la sábila y entonces la planta se empezaba a secar. De verde, sus hojas se ponían cafés y empezaban a secarse. Así llegó el fracaso de los platanales que daban grandísimos racimos de frutas. En este momento levanta la mano derecha a la altura de su mentón y sonríe admirado de lo que su mente le pone en hermosa imagen.


Recuerdo, no tengo bien claro si lo oí o me lo contaron, que antes de que llegara la plaga, los troncos donde antes estaba la fruta, se llenaron de pequeños racimos, pegados unos con otros y al verlo un anciano dijo que muy pronto terminaría la abundancia de plátanos, y así fue.


¿Usted cuánto ganaba en la bodega de plátano?


Yo que trabajaba como mocito, haciendo diferentes cosas, ganaba de diez a 15 pesos por día. Entonces el plátano se vendía a cien pesos una tonelada, y por el tren salía cantidad de plátano. Los cortadores y los cargadores debían haber ganado más, pero yo sólo eso. Le estoy hablando de 1955, en ese año azotó la plaga del chamusco.


Don Andrés se llama Andrés N Luis Hernández. Platica que nació el último día de noviembre de 1946, y que su  esposa Andrea nació el mismo día que él, pero ella tiene 63 años de edad.


No sabe por qué le pusieron N sus padres ni que signifique, pero dice que este calor le provocó herpes en los ojos hace unos 15 años y por eso vendió su rancho, para pagar los medicamentos que eran muy costosos. Don Andrés que era tal la picazón y el dolor en los ojos, que un día que se sentía muy desesperado se echó jugo de naranja Mónica en los ojos. Y le dolieron tanto que no los pudo abrir por una hora, pero más o menos la hora empezó a ver y a calmársele el dolor. Santo remedio!


Del calor dice: mis abuelos, ya ancianos dijeron una vez que el calor aumentaría siete veces más de cuando ellos vivían, y yo no sé en qué momento estamos de esas siete veces, pero sí que el sol está muy fuerte. El sol provocó mi enfermedad, eso me dijo el doctor, pero me gusta trabajar y aquí ando vendiendo papayas.


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