Duarte, en el final de la última etapa

Por Arturo Reyes Isidoro/Prosa Aprisa

Agradable la mañana dominical en Xalapa, a mi paso hacia la iglesia de La Piedad para hacer mi oración matutina semanal advierto, una vez más, la tranquilidad que priva alrededor de la Casa Veracruz, la casa del gobierno del estado, Los Pinos veracruzano.

Acostumbrado como estaba a ver a diario –incluyendo los fines de semana– en los días normales de gobierno las camionetotas de los escoltas estacionadas en las calles Guillermo Prieto y Mariano Matamoros por donde hay puertas de acceso a la residencia, así como en muchas calles a los alrededores, además de camionetas con policías de Seguridad Pública, coches comunes pero de la policía camuflados, motocicletas de alto cilindraje, ambulancias, policías de civil y uniformados, muchos de ellos con armas de alto poder, ahora ya no hay nada ni nadie de ellos.

Al lado y enfrente sobre la calle Guillermo Prieto donde la administración duartista compró varias casas de los vecinos para convertirlos en minicuarteles (minicuarteles, no minicarteles) para todo su equipo de seguridad y sus patios en estacionamientos (Duarte y su familia disponían de 71 vehículos para su cuerpo de seguridad) ahora lucen vacías. Ayer no se veía ni un alma por ahí.

Por ahora, los vecinos vivimos tranquilos, respiramos tranquilidad. En “Prosa aprisa” denuncié al inicio del actual Gobierno cómo la llegada de escoltas y policías alteraron el entorno y cómo las calles Guillermo Prieto y Mariano Matamoros por donde hemos transitado de siempre, se volvieron hasta peligrosas para nuestros jóvenes porque al principio a todos los veían como sospechosos de ser halcones de la delincuencia organizada y a varios por el solo hecho de pasar por ahí los sometieron con violencia.

Cuando debimos habernos sentido más tranquilos por la presencia de tantos policías, en realidad fue al contrario: teníamos temor, además de que hubo robos a los vecinos pese a su presencia y varios coches fueron desvalijados.

Por mi relación con varios allegados suyos con quienes me he reunido en las últimas semanas sé que Javier Duarte sólo acude a la Casa Veracruz para algunas reuniones de trabajo, pero ya muy pocas, y alterna entre sus casas de Córdoba, el puerto de Veracruz y alguna de Xalapa el lugar para dormir, así como también ya desde hace varias semanas despacha en el aeropuerto de El Lencero, en el municipio de Emiliano Zapata, donde se mantiene una parte de su equipo de seguridad, un equipo de la Coordinación de Comunicación Social y acuden los funcionarios de las áreas sobre los temas a tratar.

Algo que dejó de hacer desde hace un buen tiempo es leer la prensa escrita y digital, así como ver noticieros de televisión o escuchar los de la radio, y solamente cuando hay algo que algún equipo que tiene considera que debe enterarse le pasan un reporte o un resumen y entonces se dispone alguna respuesta por Twitter, que él no la hace porque en su teléfono celular ya eliminó sus cuentas tanto de Facebook como de Twitter o de alguna otra red social. Sólo contesta algunas llamadas telefónicas de contadas personas.

Lo que no se sabe es qué piensa sobre el hecho de que casi todos los que fueron de su círculo más cercano y a los que benefició o permitió que se beneficiaran lo han dejado solo, con contadas excepciones como la de Flavino Ríos Alvarado, el Secretario de Gobierno, quien no era su amigo ni su allegado ni de su círculo pero se mantiene cerca y pendiente de él; o la de Gabriel Deantes Ramos, ese sí de su círculo y quien permanece a su lado, o la de Genaro Mejía de la Merced, el Subsecretario de Gobierno, que tampoco se le aleja. Muchos que se dijeron hasta sus brothers, o de plano ya lo abandonaron o cada vez más se le alejan, como es el caso de Erick Lagos Hernández, quien aparece sólo de vez en cuando y un día seguramente ya no va a llegar.

Así transcurre el final de la última etapa de su gobierno, casi ya aislado porque además no habla prácticamente con nadie ni le toma la llamada a sus colaboradores que lo buscan para consultarle sobre algún asunto, y alguien que alguna vez lo ha podido contactar y le ha preguntado si va a responder a denuncias en su contra, le ha contestado que no va a desmentir lo que no es cierto.

Algunos de sus allegados me comentan que está tranquilo (los escucho aunque yo veo difícil que lo esté), que piensa que va a salir bien librado de todas las imputaciones que se le hacen, aunque, eso sí, no ven cómo y en qué tiempo va a lograr reposicionar su imagen ante la opinión pública por lo tan dañada que está. Creen que ahí es donde ha recibido el mayor daño.

Javier Duarte habrá de entregar el gobierno en 93 días, a los 43 años de edad (los cumple dentro de 21 días, el 19 de septiembre), con muchos kilos de menos en comparación a cuando asumió el cargo el 1 de diciembre de 2010 cuando tenía 37 años. Aunque sus allegados lo niegan, las versiones insistentes incluso por parte de quienes trabajaron en la Casa Veracruz, es que enfrenta algunos problemas de salud.

En realidad, a partir del próximo jueves, efectivos le quedarán sólo dos meses en el poder, septiembre y octubre, porque noviembre será ya de transición. Y le queda una fecha pública por enfrentar: la de la noche de El Grito, el 15 de septiembre, cuando de acuerdo a la tradición deberá encabezar por última vez la ceremonia, ante el riesgo de que lo abucheen o le chiflen en señal de reprobación. Incluso sus operadores seguramente van a pasar verdaderos apuros para que asistan los invitados al tradicional brindis en Palacio de Gobierno.

Qué duda cabe, Javier Duarte de Ochoa es el reflejo de su obra.

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