El estrés, la iluminación artificial… la vida moderna dispara los casos de trastorno bipolar

El doctor Diego Urgelés, junto a Virginia, su paciente, en la Clínica Nuestra Señora de la Paz, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, en Madrid
El 2% de la población convive con una enfermedad de salud mental mal identificada y peor juzgada. La psiquiatría reclama unidades de atención especial para esta dolencia
Por Érika Montañés/Abc

Vivir con trastorno bipolar tipo 2 es hacerlo con la versión más tapada de la enfermedad. Un retraso medio en el diagnóstico inicial de 10 a 12 años y un promedio de tres a cuatro diagnósticos hasta que se atina con esta dolencia de salud mental que padece nada menos que un 2% de la población provocan su incorrecta identificación y su confuso juicio en la calle. En España, son más de 700.000 personas las que, como Virginia (nombre ficticio que escoge la paciente) conviven con esta dolencia crónica, a menudo en silencio. El estrés y las interminables jornadas de trabajo, la iluminación artificial y el consumo de drogas están disparando su incidencia.

En su caso, lo que realmente tiene solo lo sabe un puñado de amigos y familiares muy cercanos. No se lo ha contado a casi nadie. Es decisión propia. Y es un peso en la mochila que pocas básculas apreciarían con exactitud.

La dolencia les hace muy vulnerables. Los afectados suelen caer en adicciones como el alcohol, las compras y el cannabis

El estigma y la confusión que envuelven esta dolencia no son distintos a otras, especialmente las que aquejan a la salud de la psique, pero en el caso del trastorno bipolar va acompañado casi siempre de un halo de incomprensión. Esta mujer, de 53 años, responde a la primera, sin titubeos: «En mi trabajo tendría graves problemas si contase lo que tengo. Se desconfía de la persona que tiene este trastorno, piensan que no eres válida para trabajar, no se fían, achacan todo lo que hagas o en aquello en lo que te equivocas a la enfermedad; es un riesgo decirlo públicamente».

Virginia trabaja en el siempre exigente sector de la comunicación. No es diferente en otros gremios. Diego Urgelés, psiquiatra y responsable de la unidad de Trastorno Bipolar de la Clínica Nuestra Señora de la Paz, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios de Madrid, escucha con sosiego a su paciente. Admira de ella su gran disciplina para aceptar modificaciones en el tratamiento. En plena caída libre, él la aconseja y ella se marca con rigor cumplir lo acordado. Cambios de horarios, de rutinas, de hábitos… El psiquiatra aprende con cada uno de sus pacientes venidos de todo el país a esta unidad casi única, aunque lamenta la estadística, que él ha sufrido demasiado cerca. Entre el 5 el 10% de los enfermos de trastorno bipolar que no se tratan acaban suicidándose. «Se estima que en el mundo una cuarta parte de los suicidios tiene que ver con esta dolencia. Es una barbaridad, y pese a este elevado porcentaje y a que afecte a tantas personas, no hay unidades específicas de tratamiento en los hospitales de referencia de cada provincia. En España solo está la del Clínic de Barcelona y ésta en Madrid». Es hora de pedir. Nuestro país, como la mayoría, carece de un plan específico para el abordaje correcto de esta patología, como sí lo tiene para otras enfermedades, como el sida, reclama Urgelés.

«Estoy al 50 o 60%»

El psiquiatra aguarda a que Virginia desperece sus sensaciones para la entrevista con ABC. La paciente viste de negro, pero tiene una mirada de diáfana lucidez. Le ha costado llegar a este punto, que ambos sitúan en un 50-60% de su recuperación. «Cuando me puse en manos del doctor Urgelés llevaba mucho tiempo muy inestable, como si me hubiese pasado un tren por encima y se hubiese llevado todo. Estoy en un proceso lento de sanación, pero muy contenta porque he conseguido encaminarme».

Pero queda ese tramo por recorrer. Lo harán juntos, facultativo y paciente, como en los últimos tres años. «Benditos» para ella, que había saltado de mano en mano de otros galenos que siempre la consintieron con un orfidal como receta. «Me recuerdo deprimida desde muy jovencita. En la adolescencia ya tenía un carácter decaído y pensaba que era cuestión de personalidad. Como lo creen tu familia y la gente alrededor. El médico consideró que era una depresión normal y durante 20 años me dio antidepresivos».

Esto es demoledor para la recuperación del paciente. «Al principio experimentan una mejoría engañosa, pero a la larga, las crisis son más agudas e intensas y el paciente empeora». El doctor Urgelés explica la diferencia con el trastorno de tipo 1, que es el más «clásico», el que coloquialmente se identifica con una «montaña rusa de emociones». «El concepto que se maneja no es el adecuado. En el tipo 1 hay periodos de mucho descontrol, excesiva energía, irritabilidad intensa y euforia y otras épocas de depresión muy intensa. El tipo 2 es una depresión crónica pero con ocasionales momentos de inquietud, irritabilidad y aumento de la actividad». Es el disfraz perfecto para la depresión.

Urgelés contrasta: «Se pueden hacer muchas cosas con esta enfermedad y, cuando tienes el diagnóstico adecuado, llevar una vida estupenda. Cuando les apoyan las familias y se dan cuenta de lo que tienen, empieza otra etapa sin problemas para ellos».

Las adicciones convergen en el peor momento del trastorno. A las compras, al cannabis, al alcohol por encima de todo, a las relaciones interpersonales y al tabaco. La enfermedad les coloca en el extremo de la vulnerabilidad, remata el doctor.

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