El proceso de Jesús

 

 

 Por Christian Makarian


Es el proceso más largo de la Historia, y ¡está lejos de terminar! Si Jesús fue arrestado, juzgado, condenado y ejecutado en menos de 24 horas, el archivo todavía permanece abierto, al cabo de dos milenios de «instrucción». Periódicamente, tesis o hipótesis originales traen nuevas piezas al «asunto», sin que ninguna certitud aparezca. A falta de luz celeste sin embargo, la parte de sombra se borre poco a poco frente a la obstinación de los exegetas, paleógrafos, historiadores o juristas. En esta investigación incansable, nada está descuidado, y los menores fragmentos de textos son revueltos en todos los sentidos.

 

¡Los textos! Son, por cierto, las mejores y, de todas formas, las únicas pruebas que tenemos. Pero, como ocurre seguido en materia judicial, son evidentemente contradictorias. En este caso, existen cuatro relatos de la comparecencia de Jesús-los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan- poco compatibles entre ellos. Todos escritos por lo menos una generación después de los eventos; basándose en ningún momento en testimonios oculares. La aportación del análisis crítico permite sin embargo contornear cada vez mejor este obstáculo y proceder a una reconstitución plausible. Es cierto, el desarrollo de los hechos del proceso de Jesús permanece sujeto a caución, por los jefes de inculpación y la actitud de los diferentes protagonistas se iluminan ahora en una verdad nueva.

 

¿Un criminal político?

¿De qué crimen el hombre de Nazaret se hizo culpable? Estamos en el año 30. Desde los principios de su ministerio, cuya duración es de sólo 3 años, Jesús no deja de denunciar sin miramientos los actos y el oscurantismo de la casta sacerdotal judía, sacerdotes o escribes. Como tales, estos ataques repetidos no son un hecho específicamente nuevo en la tradición judía. Mucho antes de Jesús, numerosos personajes, profetas o falsos Mesías, se levantaron para exhortar a Israel a que volviera a descubrir su fe original y se levantara en contra de las autoridades establecidas. Pero las imprecaciones de Jesús intervienen en un contexto histórico muy particular. Desde el año 63 antes de Cristo, en efecto, vencidos por Pompeyo, los judíos viven bajo el protectorado romano. A partir del año 6 después de Cristo, la ocupación extranjera se endurece, y el territorio judío se vuelve puramente y sencillamente una provincia romana administrada por un procurador de plenos poderes. En este clima de hostilidad, el judaísmo conoce una gran efervescencia, ya que el único dominio donde Roma se encuentra relativamente indiferente es precisamente la religión: el emperador, en efecto, dispensó a los judíos de asistir al culto imperial y los deja practicar su fe… a la estricta condición que ésta no haga ningún ruido. Esto no hace callar a un pueblo tan religioso. Un gran número de sectas y partidos nacen, predicando la resistencia al invasor por medio de diferentes formas de intransigencia religiosa.

 

Tres principales tendencias se disputan entonces el poder sobre el Templo de Jerusalén y las sinagogas que cubren el país.

 

Tres corrientes que van a sellar el destino de Jesús.

 

Primero los saduceos, feroces conservadores de la Ley antigua, en general muy ricos, que representan a los sacerdotes de rango más alto: Jesús les califica de «raza de víboras» (Mateo m, 7).

 

Luego vienen los fariseos, en general laicos, muy quisquillosos, que se caracterizan por una visión extremadamente observante de la Fe (Sabbat, pureza ritual, pago de las dimas) en detrimento del pueblo: Jesús los compara con «sepulcros blanqueados», lirnpios por el exterior y podridos por el interior (Mateo, XXIII, 27).

 

Adversos de los saduceos, los Fariseos no dejan de ganar terreno sobre estos y terminaron por adquirir posiciones importantes en el seno del Templo de Jerusalén.

 

Por fin, están los zelotas, nacidos de la corriente farisea, que son fanáticos, ultranacionalistas y ultrarreligiosos. En el año 6 de nuestra era, durante la infancia misma de Jesús, uno de ellos, un tal Judas de Gaulanite, anima un levantamiento en contra de Roma, tentativa cruelmente reprimida. Pero los zelotas subsisten, en particular a través de un ramo armado, los sicarios (del latín sica, puñal), y van a desempeñar un papel determinante en la gran rebelión antiromana del año 66, que acabará con la destrucción del Templo y la dispersión del pueblo de Israel. Terribles zelotas, a veces bandidos, que disgustan tanto a romanos como a saduceos o fariseos, cuya posición amenazan.

 

Ahora bien, entre los 12 apóstoles que Jesús escoge figura a lo menos un zelota en la persona de Simón, apodado el Zelota (Lucas, VI, 15). ¿Debemos añadir también a Judas Iscariote, el futuro traidor, el también miembro de los Doce y tesorero del grupo? No es seguro, a pesar de la tesis del historiador Claude Aziza, para quien «lscariote» significa «sicario» en griego…

 

 

El poder religioso enloquece

 

Lo cierto es que los motivos en contra de Jesús no faltan. Tanto para los romanos, encargados de mantener el orden por encima de los rajados religiosos, como para el gran sacerdote del Templo de Jerusalén. ¿Satisface esto, la necesidad de destronar a Jesús? No, aunque lo creímos durante mucho tiempo. Se va a necesitar mucho más para decidir de su pérdida.

 

Los hechos se precipitan a partir del episodio que la tradición cristiana reporta bajo el nombre de Domingo de Ramos. Seis días antes del inicio de la Pascua judía, que empieza el siguiente viernes en la noche para durar 7 días después. Jesús inaugura el ciclo de su Pasión con su entrada triunfante en Jerusalén, sentado sobre un burrito en medio de una multitud en alegría.  Históricamente, este movimiento de multitud no se confirmó, ya que presupone a un líder demasiado popular para no haber dejado huellas entre los cronistas de la época. Pero poco importa, el hecho que va a seguir cuenta mucho más en el acta de acusación. En este mismo día de Ramos, Jesús va, en efecto, al Templo y, encontrando a los vendedores de animales (destinados a los sacrificios) y a los cambiadores de moneda frente al pórtico, entra en un violento coraje. Toma unas sogas de las cuales hace un látigo y caza a todo este bajo mundo, como la película de Pasolini lo retranscribe admirablemente. Este gesto toma una amplitud particular por causa de la  inminencia de la gran fiesta de Pascua, que celebra la salida de Egipto del pueblo hebreo. Para esta ocasión anual, la población de Jerusalén, estimada en tiempo ordinario a 30 000 habitantes, alcanza a las 100000 almas por causa de la afluencia de los peregrinos que pasan una semana en la capital. De aquí la gran nerviosidad de los religiosos.


 

Todo lo que Jesús pudo decir hasta aquí, no es nada en comparación con esta escena decisiva del Templo. Las consecuencias directas del arrebato del Nazareno son reportadas por Marcos (XI, 18): «Los grandes sacerdotes y los escribes lo supieron y buscaban cómo lo harían perecer.» El verdadero motivo de la preocupación de los sacerdotes no era tanto la popularidad de Jesús, (otra vez controvertible como las amenazas que hacía pesar sobre la institución suprema: i el Templo! Es sobre este punto preciso que el poder religioso enloquece. No se puede para nada dar a los romanos la impresión de que el Templo se volvió un lugar de agitación, si no querrán seguramente destruirlo.

 Los grandes sacerdotes no se equivocan en su razonamiento, ya que es exactamente lo que ocurrirá cuarenta años más tarde, en el 70.

 

Para entender esta crispación sobre el Templo, hay que imaginar todo lo que este edificio, destruido por Nabuchodonosor y varias veces reconstruido o embellecido, representa para Israel. Desde el punto de vista político tanto como religioso, es la señal visible de la presencia de Dios en el seno del pueblo electo, el corazón sagrado de la nación, el símbolo mismo de la sobrevivencia de los judíos a pesar de las opresiones sucesivas. Además, al ser la religión y la nación judías una sola entidad, quien toca al orden del Templo es considerado un terrorista y arriesgue la pena de muerte. Seis siglos más temprano, por haberse atrevido anunciar la destrucción del Templo, vuelto según él «una caverna de bandidos» (Jeremías VII, 11), incluso el gran profeta Jeremías casi era condenado a muerte. Ahora bien, las palabras de Jesús se revelan idénticas a las de Jeremías, ya que compara en su turno el Templo con «una caverna de bandidos» (Marcos XI, 17).

En estas condiciones, no es nada extraño que los sacerdotes y los fariseos concluyan: «Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, los Romanos intervendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación». (Juan XI, 48). Este es entonces el verdadero motivo de condenación: Jesús está considerado como criminal político. «No hay en mi sentido más motivo para condenar a Jesús», estima Jean-Pierre Lémonon, profesor de exégesis en la facultad de teología católica de Lyon, interrogado por «Arte». Comprometiendo la paz con los romanos, Jesús habría involucrado la responsabilidad de las autoridades judías frente al ocupante. Debe ser arrestado de urgencia. Al clímax de la jerarquía sacerdotal, el gran sacerdote, José Caifás, no tiene ninguna dificultad para convencer a los principales sabios del Templo: «Su ventaja radica en que un solo hombre muera para el pueblo y que no toda la nación perezca entera» (Juan XI, 50). La suerte está echada.

 

A partir de allí, la línea de reparto jurídico entre judíos y Romanos debe ser claramente definida. Las autoridades, que ya no son soberanas en su país, no tienen derecho a proceder con una ejecución pública oficial. Sólo pueden animar a la multitud a proceder con una lapidación en el margen de una justicia popular sobre la cual los Romanos cierran los ojos. Para lo esencial, como lo precisan el historiador judío’ de la antigüedad Flavius Josefa tanto como el Talmud de Jerusalén, «los juicios de vida y muerte fueron retirados a los judíos, más de cuarenta años antes de la destrucción del Templo». Esto se aplica expresamente a la época del proceso de Jesús. La condenación de Jesús no puede entonces ser más que romana en virtud de las gladii (derecho de espada, o sea derecho de vida y muerte), que es del poder del único prefecto de Judea, un tal Poncio Pilato. Es en nombre de éste que procederán los hechos.

 

Empezando con la arrestación. Según el Evangelio de Juan, considerado por diferentes exegetas como el relato más creíble, ésta se produce el jueves en la noche, justo después de la última comida tomada en común con los Doce -la Cena. Mientras se estaba retirando con sus discípulos, como cada noche, para dormir se van a el jardín de Gethsémani, al pie del monte de los Olivos, Jesús es arrestado por «una cohorte» y «un tribuno», según los términos de Juan. ¿Una cohorte romana? Una pequeña controversia aparece aquí. Para asegurar el mantenimiento del orden, los Romanos no disponen en Jerusalén más de una cohorte, o sea 600 hombres (cinco cohortes más eran estacionadas en otros lugares del país). Es evidente impensable que sea tal formación la que proceda al prendimiento de Jesús. Los Evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) evocan una tropa que se parece más bien a la pequeña guardia del Templo, compuesta de judíos, la cual era a la disposición de Caifás. Por causa del empleo ambiguo de la palabra «cohorte» por Juan, algunos exegetas modernos adoptan una escuadra dirigida por un oficial romano, reforzada por algunos suplementos judíos salidos de la guardia del Templo. 

 


Para apoyar esta tesis viene el famoso beso que Judas da a Jesús para designarlo a la tropa encargada de arrestarlo. Si Judas fue pagado con treinta siclos de plata, o sea el precio de rescate de un esclavo, la tropa debió haberlo realmente necesitado. Ahora bien, si Jesús está arrestado por judíos, los cuales no tienen ninguna dificultad para reconocer. ¿Cuál es la necesidad de Judas para denunciarlo? En revancha, si la tropa es romana, el beso de Judas es necesario…

 

Pilato sabe muy bien lo que hace.

 

Tan pronto fue llevado a Jesús, comparece frente a las autoridades judías. ¿Cuáles? Los sinópticos aún no se concuerdan con Juan. Por un lado, se ubica el arresto un día más tarde, el viernes en la noche, lo que le permite a Jesús comer la pascua con sus discípulos.

 

Se adivina la intención simbólica de esta versión de los hechos. La comida de la pascua judía se confunde así con la Cena, última comida de Jesús y, sobre todo, símbolo del cristianismo naciente. Todo eso para decir a los primeros cristianos, que todos son judíos, que se ubican por la eucaristía en la continuidad de la mejor tradición judía.

Por otro lado, los sinópticos hacen comparecer a Jesús en casa de Caifás donde se reúne el Sanedrín completamente, es decir, el tribunal religioso ‘supremo de Israel. ¡Compuesto de setenta dirigidos por el gran sacerdote, este tribunal pletórico se hubiera entonces reunido en plena noche de pascua en contra de todas las tradiciones! Es frente a esta alta instancia, en cualquier caso, que Jesús está acusado de «blasfemia», ya que no niega que pueda ser «hijo de Dios». Lo que permite a sus acusadores concluir. «Merece la muerte» (Mateo XXVI, 66). Después, se golpea al inocente, se le escupe en la cara y se le humilla, antes de entregarlo a Pilato. En realidad, esta acusación de blasfemia, no es válida. La expresión «hijo de Dios», no tiene nada de impío, al contrario, ya que está ofrecida a la gente pura por el salmo 82 y que el rey Salomón se la había oficialmente atribuido.»

Por el contrario, el relato de Juan narra solamente una entrevista, igualmente nocturna, con el suegro y predecesor de Caifás, el ex gran sacerdote Ana. La opinión general de los críticos bíblicos a es, francamente esta versión, que evoca una gran brevedad y, sobre todo, no pone en ‘momento el sanedrín en escena .El motivo de la condenación ya no es la blasfemia, sino la frase, mucho más realista y perfectamente cínica de Caifás: «Es ventajoso que un solo hombre muera por todo un pueblo» (Juan XVIII, 14). Marie-Emile Boismard, autoridad incontestada de la escuela bíblica de Jerusalén, especialista del Evangelio de Juan, considera que la verdad histórica está en este Evangelio. «Estoy convencido, tomando en cuenta el Evangelio de Juan que nunca hubo proceso frente al Sanedrín». Mientras que el apóstol Pedro reniega por tres veces a Jesús antes de que el sol nazca, la audiencia ya está en marcha. Las ideas de los sinópticos y Juan se juntan luego en lo que concierne la comparecencia frente a Poncio Pilato, en la mañana. Sobre el plan histórico, la confrontación deja abierta la posibilidad a todas las dudas. ¿Se imagina al gobernador imperial en persona, permitir a un desconocido afamado criminal el favor de una entrevista tan compatizante? Estamos en derecho de pensar que es más bien uno de los colegas de Pilato, quien ha debido actuar, y brutalmente. De cualquier modo, en la ausencia de alguna otra fuente que los Evangelios, hay que aceptar esta. Sobre todo que, a pesar de todo, el encuentro cara a cara no es históricamente imposible. Pero nada obliga a aceptar la escena como está reportada. Pilato está lejos de ser el juez imparcial que creemos adivinar leyendo los textos.


En los cuatro Evangelios, lo vemos intentar, con ‘una curiosa mansedumbre absolver a Jesús a cualquier precio. Por tres veces, rechaza los argumentos de la acusación y declara a Jesús inocente. Hasta su mujer, que la tradición apócrifa, va a nombrar Prócula, acaba por pedirle que solicite clemencia, ya que ella habría hecho un sueño premonitorio. Los Evangelios insisten: son los Judíos, los sacerdotes, pero también la multitud quienes reclaman la sangre. Pero Pilato sabe muy bien lo que hace, como lo demuestra el «crescendo» (aumento) de su diálogo con Jesús. Mientras que los acusadores del Nazareno, invoquen a la Ley de Israel, él estará juzgando estos argumentos como irrecibibles. Es, cuando argumentan, como último recurso, que Jesús «está sublevando al pueblo» (Lucas XXIII, 5) que el gobernador cambia de opinión.

 

¡Es por supuesto un proceso político! ¡Y es por supuesto Roma quien condena! De aquí la interpretación del historiador israelita Daniel Schwartz, profesor de la Universidad Hebraica de Jerusalén: Los Judíos tuvieron que decir a Pilato: «Este hombre es subversivo para la naci6n, les deja pensar que vamos a rebelamos. Queremos disociamos de él y, entonces, lo denunciamos». Explicación muy válida, pero que supone que Jesús había sido efectivamente un líder político. Durante mucho tiempo, se replicó esta argumentación con la frase de Jesús a Pilato. «Mi realeza no es de este mundo» (Juan XVIII, 36). Con estas palabras, Jesús «se exonera» de cierta manera, de toda acusación política. Pero Mane-Emite Boismard, seguido por muchos más de sus colegas, considera que esta palabra es una «inserción» de Juan. «Es un diálogo puramente teológico, considera Boismard; Juan bien quiere precisar que, si bien Pilato va a condenar a Jesús, motivo no es político».

Precaución en realidad inútil, ya que Pilato concluye la audiencia, diciendo soberanamente el motivo -totalmente político de la condenación. Redacta el letrero (el titulus en latín) que debe figurar sobre la cruz: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Manera de decir a los judíos: «Así es como les trato, a ustedes ya sus seudoreyes». Heridos, ofendidos, los grandes sacerdotes suplican a Pilato no escribir «el rey de los judíos», sino «Este individuo pretendió ser el rey de los judíos». La respuesta del Prefecto es áspera: «Lo que escribí, lo escribí (Juan XIX, 22). Es el acto de soberanía romana última…

 

Pilato se salió bien del asunto. Honorando a una costumbre de la cual no tenemos ninguna huella histórica, quizás liberó antes un preso para la Pascua. La multitud excitada escogió de todas formas liberar un tal Jesús Barrabás (probablemente un zelota bastante bandido) en lugar de Jesús de Nazaret. Un Jesús ladrón en contra de Jesús inocente, o sea la ley vieja del talión, «Ojo por ojo, diente por diente». El que se vuelve aquí el Cristo está entonces flagelado, coronado de espinas, vestido de un abrigo de púrpura irrisorio, recriminado y listo para el suplicio final.


 

Según la-cronología del Evangelio de Juan, estamos al 15 del mes judío de Nisan, o sea el viernes 1 de abril del año 30, y son aproximadamente las doce del día. Es la hora altamente simbólica cuando se empieza a degollar innumerables corderos que servirán de comida de Pascua, en la misma noche. Jesús está cargando su cruz y camina hacia el «Lugar de la calavera», Gólgota en arameo, ubicado en la orilla de la ciudad.


 

Contrariamente a una larga creencia, la crucifixión no es un suplicio específicamente romano. Inventado por los Persas, hizo horriblemente el recorrido de la cuenca mediterránea. Flavius Josefa reporta que incluso los judíos lo usaron, ya que su rey Alejandro Janeo (103-76 antes de Cristo) hizo crucificar a ochenta oponentes judíos. Pero los Romanos lo usan de manera más «intensiva» en comparación con los otros pueblos.  

 

Conocemos los detalles de la crucifixión gracias al descubrimiento, en 1968, de una tumba conteniendo los restos de un crucificado desconocido, llamado Yohanan. En estos callejones de Jerusalén, Jesús no carga toda su cruz, al contrario de las representaciones cristológicas a las cuales nos acostumbramos. Ningún hombre, además después de haber sido azotado, podría soportar tal peso. Jesús verosímilmente carga sólo el patibulum, es decir el larguero de madera que debe fijarse de manera perpendicular a un poste plantado en la tierra. Llegado sin fuerzas al Gólgota, acostado en el piso, sus antebrazos son clavados al patibulum. Luego. Lo alzan al poste, y, después del colgamiento del patibulum, unos soldados romanos le clavan cada pie de un lado del poste, atravesando de parte a parte a los calcáneos de los talones. De la misma manera, se clava a un bandido de cada lado de la cruz de Jesús.

 

La agonía, de una indescriptible atrocidad, se hace por asfixia, ya que el suplicado puede inspirar pero no expirar. Es una alternancia de tracciones sobre los brazos o las piernas, lo que obliga a la víctima arbitrar entre dos dolores igualmente insoportables. Tan insoportables que los Romanos precipitan, en general, el fin de los desafortunados rompiéndoles las piernas de un golpe de lanza.

 

El suplicado entonces ya no puede sostenerse en sus miembros inferiores para inspirar, y se extingue rápidamente. Después de haber procedido así con los dos bandidos, los verdugos de Jesús descubren que ya ha muerto. Le dan entonces el golpe final al costado, con una lanza.


 

¿Error judicial? De toda la Historia, ninguna  fue cargada de consecuencias. Porque la fama del pueblo “decidió” dada a los judíos, viene de los relatos evangélicos. ¿Por qué a los redactores de los textos de Marcos, Mateo Lucas y Juan cargaron tanto a los judíos e inocentaron a los Romanos? Aquí también todo es político. Los evangelios, escritos entre los años 70 y 100, son el fruto de una realidad histórica flagrante. Los primeros cristianos son los judíos expulsados de las sinagogas, que a partir de los años 30, fueron rechazados por el pueblo electo, perseguidos, y que tienen que conciliar las buenas gracias a los romanos.

 

Los evangelios son el producto de esta necesidad. Llevan la huella de la fe, no la marca de la preocupación histórica. Es por eso que la verdadera historia del nombre de Jesús, permanece en secreto. Excepto sobre un punto, que permite justamente concluir su proceso, Jesús nunca hubiera querido que alguien fuera acusado de su muerte. Sobre la cruz, absolvió la historia “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas XXIII, 34).


 

Entrevista de  Jean-Marc Varaut

 

Abogado d la Corte, autor del “Proceso de Jesús crucificado bajo Poncio Pilato” (Plon).

 

“Es un proceso puramente romano” 

 

Jean-Marc Varaut: La predicación pública de Jesús, si es la de un judío creyente, es también la de un oponente a la Ley. Diciendo “El sabbat está hecho para el hombre y no el hombre para el sabbat”, Jesús autoriza trabajar en este día y turba al orden social. Tiene trato con pescadores, encuentra republicanos, acoge a prostitutas…Y luego ataca al templo. La jerarquía sacerdotal decide entonces condenarlo a muerte. Pero contrariamente a lo que numerosos autores escribieron, el sanedrín no condena expresamente a Jesús a muerte. Lo declara merecedor de la pena de muerte por blasfemia: es más o menos lo que, frente a la corte de la Audiencia, llamaríamos a un arresto de la Cámara de Acusación.

 

Le Point: ¿Cómo el asunto esta llevado frente a la autoridad romana?

J-M Varaut: Los grandes Sacerdotes tienen el jus gladiii, que pertenece solo al poder romano. El proceso tiene entonces que desarrollarse según el procedimiento romano.

Jesús es interrogado por un juez romano que tiene los poderes del Pretor, y ejecutando según un suplicio romano. Es entonces un proceso puramente romano decidió en nombre de la lex majestatis, o crimen de lesa majestad imperial. Yo diría que, según el derecho romano, Jesús estuvo bien juzgado. En efecto, que cuando Pilato le pregunta si es bien el rey de los Judíos, Jesús contesta “Lo que dijiste” y cae  bajo de al lex majestatis. El texto que figura sobre el titulus, “rey de los judíos”, termina de demostrar el motivo de la condenación.

 

Le Point: ¿Jesús tuvo un abogado?

J-M Varaut: Si, en la persona de Prócula, la esposa de Pilato. Es de hecho por lo que los ortodoxos, al igual que los coptos etíopes, la canonizaron.

Le Point: ¿Cómo explicar la existencia de los evangelios sobre la responsabilidad de los judíos?

J-M Varaut: Como lo dice Julio Isaac, “Los judíos fueron primeramente perseguidores”, pero de perseguidores se convierten en perseguidos. La rivalidad entre judíos y cristianos se orienta en efecto al benéfico de los segundos por la conversión masiva de los buenos; todo alrededor de la Cuenca Mediterránea. La noción del pueblo “decidió” aparece y se derrama luego en el transcurso de los siglos. A pesar del Concilio de  los Treinta, que dirá “Son nuestros pecados los que crucificaron a Cristo”, y no los judíos. A pesar igualmente de toda tradición Cristiana, que León Bloy Resume mejor que nadie: “El antisemitismo (…) es el bofetón más horrible que Nuestro Señor haya recibido en su Pasión que dura todavía, es el más sangrante y el más imperdonable porque los recibe sobre la cara de su madre y de la mano de los cristianos.

 

*Palabras recogidas por Christian mientras el libro de los Actos de los Makarian.

 

 

Proceso: ¿Cuál fecha? 

 

¿El ciclo de la Pasión empezó con el acercamiento de la Pascua judía? Nada esparcidas». Es menos seguro, según Hyam Maccoby, profesor la Leo Baeck College, en Londres, y antiguo redactor jefe de The Jewish Quaterly. Para este universitario aislado, dos índices en los Evangelios dejan entender que Jesús estuvo más bien arrestado mucho antes de la Pascua. Por un lado, la multitud agita ramas de palmera durante la entrada en Jerusalén de Jesús: la Pascua no es el período de las palmeras. Por otro lado, después de los Ramos, Jesús desagua de un gesto a una higuera estéril: cada quien sabe que no hay higos en el mes de abril. Conclusión, Jesús hubiera estado arrestado a finales del verano del 29, hubiera pasado seis meses en la prisión antes de ser juzgado un poco antes de la Pascua. El razonamiento es seriamente contestado. Pero otros exegetas, como Emilio Puech, epigrafista, director de investigaciones en el CNRS, admiten que hay demasiados eventos en el desarrollo del proceso de Jesús para que todo haya podido caber en menos de un dia.

 

El juez, el débil, el traidor y el donador. Poncio Pilato


 

A la cabeza de Judea del 26 al 36 después de Cristo, lo conocemos gracias a Tácito, Filon de Alejandría y Flavius Josefa. Pero el título que le dan los  Evangelios, procurador, no es exacto. Gracias al descubrimiento arqueológico precisamente que fue perfecto, rango más alto. Cruel y torpe, no corresponden para nada al relato que hacen las escrituras. Poco después de la toma de funciones, manda a colgar frente al Templo la esfinge del emperador, sacrilegio que provoca un escándalo. Más tarde, sirviéndose en el tesoro del Templo para financiar un acueducto, provoca un levantamiento que reprime con una espantosa matanza. Un reporte muy favorable sobre él llega a Roma Por fin, ordena una masacre de sediciosos galileos en el seno mismo del Templo, eventos reportados por Jesús mismo (Lucas XIII, 1). Tantas razones para que los judíos lo teman.

 

 

 

Pedro


 

Su primer nombre es en realidad Simón, y es Jesús mismo quien lo nombra Pedro. A veces inocente, pero a menudo intrépido, tomando la palabra en nombre de los Doce, es muy cercano del maestro. Juan narra que en la noche del prendimiento, a Getsemaní, Pedro blande una espada para defender a Jesús, y  corta la oreja de uno de los guardias (llamado Malchus) venidos para arrestar a Cristo. Lo que no le impedirá negar  por tres veces pertenecer al grupo de los discípulos de Jesús, cuando este interrogado por Caifás, Sin embargo, Jesús le confío antes “Eres Pedro (Petrus en griego) y sobre esta piedra (petras en griego) edificaré mi iglesia”. El significado de esta frase, interpretada por la tradición católica como el hecho de que la iglesia romana, fundada por Pedro, debe tomar la cabeza de la cristiandad, esta contestada por los ortodoxos  y protestantes. Para estos últimos, la palabra petra designa a la fe de Petros, y no Petros mismo. Polémica sin fin… En todo caso, Pedro morirá en martirio en Roma, crucificado de los segundos por la conversión masiva cabeza abajo, según una tradición de los buenos; todo alrededor de la inaveriguable.

 

Judas Iscariote


Uno de los Doce, tesorero o luego en el transcurso de los siglos. A ecónomo del grupo, probablemente galileo al igual que Jesús. Es difícil hacer su retrato histórico tanto los evangelios lo cubren de pecados y turpitudes. Era afamado robar en el pequeño pueblo el presupuesto colectivo. Se supone que su tradición, demasiado amplificada, esconde una decepción o una incomprensión en cuanto a la misión de Jesús. ¿Era un zelota esperando de Jesús más imperdonable porque lo recibe sobre un papel puramente político? Es posible… la cara de su madre y de la mano de los Incluso su muerte está sujeta a caución: cristianos.» se cuelga a un árbol según los Evangelios, mientras el libro de los Actos de los Apóstolos lo hacen morir en condiciones. Inverosímiles, “cabeza abajo”, “Reventando por el medio”, “sus entraña esparcidas”

 

José Caifás


 

Gran sacerdote del año 18 hasta el año 36, no es más que el yerno y el cuarto sucesor del gran sacerdote Ana, con el cual se lleva muy bien. Fueron ellos dos, según que nos interesamos al relato de los o sinópticos o a el de Juan, que lanzaron el procedimiento en contra de Jesús. Es verosímil, a pesar de su cesación de funciones en el año 15, que Ana haya podido seguir influyendo en el Templo, conservando un aura particular. En cuanto a Caifás, seguirá su carrera después de la muerte de Jesús, ya que hará comparecer delante de él a los apóstoles Pedro y Juan, y tal vez incluso a Esteban, el primer mártir cristiano, lapidado por los judíos a los alrededores del año 36.

 

 

 

Tomado de la revista francesa Le Point, Sábado 22 de Marzo de 1997.

Traducción especial para PRAXIS,

por Alix Fortier Beaulieu’

 

 

 

 

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