Framboyanes y aromas inolvidables

Por Lucas Montiel Patiño/Vamos a platicar

Recuerdo con la nostalgia de mi ya lejana infancia el paisaje ribereño de mi querido Tuxpan.

Resulta imposible separar el encendido color bermellón de los framboyanes del vespertino calor de mediados de año en el bello puerto. En la segunda mitad del siglo pasado se podía admirar un paisaje único, a la orilla del río, era sencillamente indescriptible la belleza y el colorido de los framboyanes en flor. Desde el puente o desde Santiago de la Peña, la naturaleza nos regalaba la mejor estampa de nuestra ciudad. También en el parque Reforma hubo frondosos framboyanes y almendros cuya sombra mitigaba los inclementes rayos del sol. De niños nos gustaba jugar gallitos con los pistilos de las flores del también llamado tabachín. Los que se encontraban en los bulbos verdes de las flores que aún no abrían eran los preferidos. Con el paso de los años, aduciendo los daños que causaba el paquete radicular en el pavimento, los framboyanes fueron retirados y sustituidos por ficus, menos problemáticos, pero también menos vistosos, privándonos así del espectacular paisaje. A la fecha, solo algunos ejemplares de este hermoso árbol se pueden ver en Tuxpan, pero sin duda, quienes alguna vez admiramos la explosión de color en la orilla del río, no olvidaremos el más bello paisaje tuxpeño.

Por las tardes, con la puesta del sol, el aroma inconfundible de los antojitos regionales inundaba el ambiente. En la esquina noreste del parque Reforma hubo una lonchería llamada “Mérida”, donde se podía degustar lo más rico de la gastronomía local. Tacos, tostadas, blanditas, tamales y los especialmente sabrosos panuchos, provocaban que la espera por un lugar disponible valiera la pena al disfrutar esos platillos. También “El Caperuzo” y “El Colegio del Amor” tuvieron una amplia clientela que reconocía el buen sazón de sus cocinas.

El parque Reforma, en los sesentas, era el lugar obligatorio para ir a “dar la vuelta” y disfrutar un rico refresco de frutas naturales. “El Estudiante”, “La Yoli” y “La Lima” eran las tres refresquerías en el cuadrilátero central. Lo completaba la dulcería Las Palomitas de don Aurelio Romero, donde se podía comprar las calientes y aromáticas palomitas de maíz y toda clase de dulces y chocolates. Entre la dulcería de Don Aurelio y la refresquería La Yoli, hubo un estanquillo donde se vendía el periódico y unos dulces panecillos que lograban el reconocimiento de los paladares más exigentes. Los merengues, las puchas y las yemitas, mis favoritas, eran una auténtica delicia.

Recordar las tardes sentados en los basamentos de los monumentos a Benito Juárez y Álvaro Obregón; en las bancas del parque o en los escalones de la Junta de Caridad y Pavimentación, oyendo las melodías de la época en las sinfonolas de las refresquerías, hace que el tiempo retroceda y miremos rostros, imágenes y aromas que el tiempo se llevó.

A la fecha se pueden disfrutar antojitos, refrescos de frutas naturales y dulces frutos de horno, excepto las yemitas, pero dice la sabiduría popular que… nunca segundas partes fueron mejores.

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