Jesús cura nuestra ceguera

Hoy comienza la cuarta semana de Cuaresma y la palabra de Dios nos muestra que se llega a ser cristiano gracias a una iluminación espiritual, como las que experimentó el ciego de nacimiento, y que esta gracia se recibe por medio del agua que es signo y vehículo del Espíritu Santo.

El Evangelio nos trae el relato de la curación del ciego, en donde se contrapone la historia de un hombre ciego que llega a la luz física y espiritual de la fe, mientras que los que se creían videntes y dueños de la luz, se hundieron en las tinieblas más profundas.

En los fariseos se nota un proceso de ceguera, pues se niegan a aceptar a Jesús como enviado, ante la evidencia del milagro, porque esto los desacreditaría ante el pueblo y les haría perder sus privilegios. Por eso se encierran y se enceguecen.

Jesús pone en evidencia la verdadera ceguera de los fariseos, pues niegan obstinadamente la realidad con tal de no perder sus privilegios. Al no querer reconocer su pecado de insinceridad ante la evidencia, rechazan la luz y se convierten en ciegos para siempre, esclavos de una ley cuyo espíritu desconocen.

Por su parte, el ciego se convierte en un vidente para siempre, pues desde la sinceridad de su corazón acepta la luz de la verdad. Este es el efecto de la venida de Jesús: quienes lo aceptan ven la luz y se salvan. Quienes rechazan la verdad y se obstinan en la mentira y en el orgullo, se enceguecen y mueren.

El proceso del ciego de nacimiento es una progresiva iluminación que fue recibiendo en lo relativo a la fe: pasó de ser un hombre común a ser un creyente, y en este sentido el signo que hizo Jesús con él de abrirle los ojos, no es más que la exteriorización de un proceso mucho más hondo que se dio en el interior de hombre.

Llamados a pasar de la oscuridad a la luz

Y en la Segunda Lectura (Ef. 5, 8-14), tomada de la Carta de San Pablo a los Efesios, podemos ver el significado espiritual de la ceguera y de la recuperación de la vista. Nos dice San Pablo: En otro tiempo estaban en la oscuridad -en las tinieblas-, pero ahora, unidos al Señor, son luz. En efecto, la oscuridad en que vivía el ciego representa las tinieblas del pecado, la oscuridad causada por la ausencia de la gracia de Dios. Y la luz que entra en la vista del ciego recién sanado por el Señor es la vida de Dios en nosotros; es decir, la gracia. (Cf. Ef 5, 8).

Para nosotros, el bautismo es una iluminación interior con la cual podemos, en nuestra medida, comprender y conocer a Dios y las cosas de Dios. La fe recibida en el bautismo es luz para conocer lo que no se ve. Por eso, en la Cuaresma, tiempo de conversión, recordamos nuestro bautismo que es donde comenzó nuestra fe.

El Señor es mi pastor

La Primera Lectura (1 Sam. 16, 1.6-7.10-13) nos narra la vocación y elección de David para ser ungido por el Profeta Samuel como Rey. David, antepasado de Cristo, es también figura del Mesías. David es ungido en Belén, que pasa entonces a ser, la ciudad de David. Y también la ciudad donde habría de nacer Jesús, el Mesías.

David era un humilde pastor. De hecho, estaba pastoreando cuando Samuel, instruido por Dios, va en busca del futuro Rey que va a ser ungido. Y David, que antes pastoreaba ovejas, ahora comenzara pastorear al pueblo de Israel (cf. 2 Sam. 5, 2), prefiguración también de Jesús, el Buen Pastor.  Pastor de ese rebaño que es la Iglesia, el nuevo pueblo de Israel. Por ello el Salmo 22 es tan conocido y favorito entre los Salmos: El Señor es mi Pastor, nada me falta.

Los pasos para el encuentro con Jesús

En el texto del evangelio de San Juan, se señalan los pasos que dio aquel ciego convertirse en un creyente.  Jesús primero lo cura de su ceguera física, y el ciego comienza a ver otras cosas en su interior. San Agustín decía que todos somos ciegos desde nuestro nacimiento de Adán, y tenemos necesidad de que Dios nos ilumine.

¿Cuándo comienza su curación interior?.  Cuando les revela a los vecinos, que no creían que él era el mismo ciego que pedía limosna, que quien le había curado era ese hombre que se llama Jesús. Hasta ahí, para el que había sido ciego, Jesús era todavía un hombre, alguien que lo curó, pero un hombre al fin.

La segunda parte de esa iluminación interior la tiene cuando lo llevan ante los fariseos. Delante de ellos, el que había sido ciego, escucha que los fariseos hablan de Jesús como un pecador por haber curado en sábado. Y cuando finalmente le preguntan al hombre quién es Jesús, el responde: es un profeta.

El proceso de curación del ciego

Ya en ese momento, el ciego interior ve un poco más, y percibe en Jesús la fuerza sobrenatural de un profeta.  Después los fariseos llaman a sus padres, que por temor a ser expulsados de la sinagoga, no responden y le dicen que le pregunten a su hijo cómo había sido curado.

Y cuando los fariseos le dicen que Jesús es un pecador, el que había sido ciego, que ya ve más, se atreve inclusive a ser irónico, diciendo que si así fuera, no podría haberlo curado. Y entonces los fariseos lo echan de la sinagoga.

El tercer paso es el encuentro con Jesús, después de haber sido expulsado de la sinagoga a causa de su fe. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Hijo del Hombre, el ciego pregunta ¿quién es?  Y cuando Jesús le responde que es el que está hablando con él, le contestó: Creo Señor, y se postró ante Él.

Dejemos que Jesús nos abra los ojos

En este diálogo el hombre encuentra la luz de la fe, porque Jesús, después de haberle abierto los ojos exteriores a este hombre se le manifiesta como Mesías y el hombre cree y lo acepta con sinceridad y buena voluntad, condiciones indispensables para recibir la salvación.

Para este hombre, Jesús primero era sólo el hombre que lo había curado, después el profeta, y finalmente, el Hijo del Hombre.  La iluminación de este hombre es progresiva, como progresiva es la iluminación de la humanidad y de cada uno de nosotros en las cosas de la fe. Somos bautizados, allí fuimos iluminados, pero a lo largo de nuestra vida crece la fe, crece la iluminación interior.

Es mejor mostrarnos ciegos delante de Dios para que Él nos ilumine, no sea que nos pase como a los fariseos y que el Señor nos tenga que decir a nosotros también: si fueran ciegos, no tendrían pecados, pero como dicen que ven, su pecado permanece.  En este tiempo de Cuaresma, vamos a pedirle muy especialmente al Señor que vaya iluminando nuestro entendimiento para VER y postrarnos ante Él, reconociéndolo como nuestro Dios y Señor.

Necesitamos apertura y humildad

Y concluye el Evangelio con una advertencia del Jesús para todos aquéllos que, como los Fariseos, creemos que vemos y que no necesitamos que Jesús cure nuestra ceguera: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Preguntaron entonces si estaban ciegos. Y Jesús les dice: “Si estuvieran ciegos no tendrían pecado. Pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.

¡Cuidado que así podríamos estar nosotros: diciendo que vemos, creyendo que vemos, y no dejamos que el Señor nos sane, pues creemos que sabemos todo, y preferimos quedarnos en una luz que no es luz, sino que es oscuridad!

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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