La operación secreta en la que dos espías aniquilaron al sanguinario «Carnicero de Praga» nazi

Narramos el atentado que dos paracaidistas checoslovacos perpetraron contra Reinhard Heydrich

Por: Manuel P. Villatoro/ABC historia

 

Le llamaban el «Carnicero de Praga» por las barbaridades que había perpetrado en la ciudad (asesinó a medio millar de personas reconocidas, y se cree que el número real asciende a unas 5.000). Reinhard Heydrich, segundo de Himmler, fue un auténtico demonio que destacaba por su frialdad a la hora de aniquilar a los judíos de Checoslovaquia. Fue por ello por lo que, en la década de los 40 y en plena Segunda Guerra Mundial, el gobierno del país en el exilio envió un comando de dos paracaidistas para acabar con él, cosa que lograron en un atentado perpetrado el 27 de mayo de 1942 durante una misión secreta conocida como «Operación Antropoide».

Checoslovaquia alemana

Para hallar el origen de esta operación secreta -o este atentado, según se vea- es necesario retroceder en el tiempo hasta el año 1938. Más concretamente hasta marzo. Fue entonces cuando un Adolf Hitler ávido de territorios decidió -por obra y gracia de su santo naso- anexionarse Austria y convertirla en una provincia más del III Reich.

Semanas después, además de hacer todo tipo de discursos solicitando a Europa territorios que consideraba germanos, el Führer envió a sus ejércitos a hacer maniobras cerca de Checoslovaquia. Una decisión que, como es lógico, no gustó ni un pelo al gobierno del país. Los políticos, que tontos no eran, debieron pensar algo así como «cuando las barbas de tu vecino veas cortar…».

Unidades para arriba, fronteras para abajo, Checoslovaquia terminó poniendo en alerta a sus ejércitos. Sin embargo, en septiembre recibieron la orden de envainársela (la espada) y dejar paso a las tropas de Hitler. Todo ello, por culpa de las políticas de pacificación de líderes como el británico Chamberlain o del galo Daladier. Estos, junto a otros tantos otros, habían firmado lo que consideraban el pacto definitivo para evitar la guerra: un documento en el que cedían a los nazis nada menos que 40.000 kilómetros cuadrados de territorio checoslovaco a cambio de que detuvieran su escalada de violencia. Todo ello, por descontado, sin contar con el territorio afectado.

Dicho y hecho. En octubre, Hitler entró exultante en su nueva región y, el 15 de marzo de 1939, completó de forma definitiva gracias a sus ejércitos la conquista del resto del país. El resultado fue la fundación del denominado «Protectorado de Bohemia y Moravia». A su mando, se puso a Konstantin Von Neurath. Como bien explica Jesús Hernández en su libro « Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial», comenzó entonces una época más que negra para el país: «Los habitantes del protectorado perdieron sus libertades democráticas y la economía del país quedó encuadrada dentro del esfuerzo bélico alemán».

Mientras se formaba un gobierno checo en el exilio, los nazis enviaron a miles de sus compatriotas a la zona para hacerla, si cabe, más germana. Todo ventajas para el Führer.

La llegada del carnicero

Esta sumisión, con todo, no marchaba lo suficientemente rápido para Hitler. Algo que el del bigote achacaba a lo «blando» que era Von Neurath. Por ello, en 1941 mandó a este al infierno y le sustituyó por Reinhard Heydrich, más conocido por ser el segundo hombre de Heinrich Himmler en las temidas SS y por su barbarie.

De hecho, apenas un año después sería el artífice y el ideólogo de la denominada « Solución final» (el asesinato masivo de millones de judíos -y personas consideradas «inferiores»-). Este gigantesco oficial de 1,92 metros de altura (llamado el «Carnicero de Praga») había atesorado un gran poder en Alemania, por lo que se sospecha que sus superiores decidieron quitárselo de encima enviándole a Checoslovaquia.

Según explica Russell Phillips en su obra «Un Rayo De Luz. Reinhard Heydrich, Lidice, Y Los Mineros De North Staffordshire», Heydrich arribó a Checoslovaquia el 27 de septiembre y se puso «manos a la obra inmediatamente deteniendo al primer ministro y al ministro de tráfico». Instauró también la ley marcial (cuyo incumplimiento solía acabar en la muerte); asesinó aproximadamente a medio millar de personas en los tres primeros meses en el país y envió a miles más a campos de concentración.

«También presidió una conferencia sobre la solución final al problema judío en el protectorado el 10 de octubre. Afirmó que había alrededor de 88.000 judíos en el protectorado, 48.000 de ellos en Praga. Se tomó la decisión de construir un campo temporal en Terezín al que se enviaron dos o tres trenes al día con unas mil personas», completa el experto en su obra. Por si todo esto fuera poco, también cerró los lugares de culto judíos y sumó casi 100.00 deportaciones al final de la contienda.

Heydrich, con todo, no solía anunciar las ejecuciones masivas que llevaba a cabo, pues quería aparecer como un líder justo (aunque severo) y dadivoso. De hecho, en un intento de fomentar las buenas relaciones con aquellos trabajadores que colaboran con la economía alemana, aumentó las raciones de comida que eran repartidas y fue moderadamente generoso con los que trabajan más.

Lo hizo con el objetivo de producir materias primas para su querida Alemania. Así lo afirma el historiador Manuel J. Prieto en su obra «Operaciones especiales de la Segunda Guerra Mundial», donde señala que el nazi «puso en marcha el empleo de miles de obreros checos en las fábricas y construcciones que prestaban servicios al Reich».

Objetivo: matar al jefe

Mientras las cosas andaban crudas por Checoslovaquia, el gobierno del país en el exilio decidió -favorecido por el servicio secreto británico- que debían acabar más pronto que tarde con Heydrich. De esta forma, se empezó a planear su asesinato bajo el nombre en clave de Operación Anthropoid u Operación Antropoide. Así lo afirma el divulgador histórico Pere Cardona (coautor de « El diario de Peter Brill») en su página web « HistoriasSegundaGuerraMundial». «La operación Antropoide parte de una idea del primer ministro británico Winston Churchill, el cual convence al primer ministro Checo en el exilio Edvard Benes de la necesidad de eliminar a Heydrich para subir la moral del pueblo Checo y de paso quitar de enmedio al posible sucesor de Adolf Hitler», determina el experto español.

En las semanas siguientes, el gobierno checoslovaco buscó a dos hombres que pudieran perpetrar el atentado, y no tardaron mucho en hallarlos. Los seleccionados fueron los militares Josef Gabcik y Karel Svoboda. Al menos en principio pues, a los pocos días de empezar el entrenamiento (debían ser instruidos en técnicas paracaidistas para ser lanzados en Checoslovaquia desde el exilio) el segundo fue sustituido por darse un severo golpe en la cabeza durante un salto. El nuevo comando elegido fue Jan Kubis. «El nuevo margen de tiempo permitió que la formación por parte del SOE fuera más exhaustiva para los elegidos, incluyendo el uso de varios tipos de armas, el manejo de explosivos y la creación de dispositivos detonadores», añade Prieto.

Tras ser entrenados en Escocia, los dos paracaidistas fueron lanzados a 20 kilómetros de Praga aproximadamente a las dos de la mañana del 29 de diciembre de ese mismo año. En « Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial», Hernández explica de forma extensa las peripecias que tuvieron que vivir hasta llegar a la capital. No obstante, basta decir que entraron en contacto con la resistencia local a través de un miembro de uno de los grupos (el Sokol) y que, una vez en su destino, fueron protegidos en varias casas mientras comenzaban a cumplir su misión: la de asesinar al hombre más poderoso de Checoslovaquia.

«Estuvieron estudiando las costumbres de Heydrich durante un tiempo para encontrar el sitio más adecuado para realizar el atentado, y observaron que siempre viajaba en un Mercedes Benz descapotable y sin escolta, lo cual les allanaba una parte del camino» explica, en este caso, Pere Cardona en « HistoriasSegundaGuerraMundial».

En la primavera de 1942, pensaron atacar al líder nazi cuando su vehículo pasara por una carretera bordeada por castaños. El plan sería tan sencillo como tender un cable a ambos lados de la vía, esperar a que el chófer de Heydrich impactara contra él y -cuando el automóvil estuviese parado- ametrallar a los dos hombres. Sin embargo, desecharon la idea cuando se percataron de que, si fallaban, aquel tramo de autovía se encontraba en campo abierto y no tardarían en ser capturados. Por ello, establecieron que lo mejor sería atentar contra él en las mismas calles de Praga.

El plan final

Al final, con el paso de los días los dos agentes -a los que se unió un tercero llamado Valcik, entrenado también en Gran Bretaña- establecieron que lo idóneo sería atacar al «Carnicero» cuando este saliera de su residencia (ubicada a las afueras de Praga) y pasara con su vehículo por una curva cerrada antes de acceder a la ciudad. El plan no era malo. Y es que, en aquella zona, el chófer de Heydrich se veía obligado a aminorar severamente la velocidad del Mercedes Benz. ¿Qué mejor lugar para perpetrar el magnicidio? Ya solo les quedaba establecer un plan de ataque.

Según narra Hernández en « Operaciones de la Segunda Guerra Mundial», el trío determinó que -a las nueve de la mañana del día seleccionado- se ubicarían en una parada de tranvía próxima a la curva. Llegado el momento, Valcik avanzaría unos metros y haría una señal a sus dos compañeros cuando viera aparecer el Mercedes Benz. Entonces, Gabcik pondría a punto su subfusil Sten y ametrallaría el vehículo cuando este pasase frente a él.

Por su parte, Kubis sacaría de su cartera una granada anti vehículo de 40 centímetros de longitud y la arrojaría contra los nazis. Todo ello, para asegurarse de su fallecimiento. «Cerca de ellos tendrían preparadas unas bicicletas para desaparecer por las callejuelas de la zona», completa el periodista e historiador español (autor también del blog « ¡Es la guerra!»).

El atentado

El atentado se produciría el 27 de mayo. Aquel día, la primera parte del plan salió a pedir de boca. Valcik avisó a sus dos compañeros cuando se percató de que el vehículo se acercaba. Impecable. A los pocos minutos, Gabcik y Kubis ya estaban en la curva. Todo estaba preparado para ametrallar el Mercedes cuando este disminuyese la velocidad.

Sin embargo, cuando llegó el momento más importante de su vida, el paracaidista apretó el gatillo…. Pero no sucedió nada. Lo intentó una serie de veces más… nada. En palabras de Hernández, su compañero le miró entonces con pesadumbre y le gritó «¡Josef!». El interfecto no supo qué diantres hacer y, pocos segundos después, se limitó a arrojar el arma y salir por piernas.

Parecía que Heydrich iba a salvarse. El chófer (Klein) solo tenía que acelerar y salir a toda pastilla de allí para que su superior no muriese. Pero a ambos les pudo el odio hacia sus nuevos enemigos. El conductor detuvo el Mercedes y sacó su pistola Luger de la funda, dispuesto a acabar con los asaltantes. Otro tanto hizo el «Carnicero de Praga» que, en lugar de mirar por su vida, azuzó a su camarada mientras se disponía a salir del vehículo también con su arma en ristre. Las cosas iban a ponerse duras.

Kubis, entonces, recordó que llevaba en su cartera la gigantesca granada y decidió hacer uso de ella. Instantáneamente, la arrojó contra la puerta que se disponía a abrir el jerarca nazi. «Se produjo una fuerte explosión. Piezas de metal y jirones del tapizado salieron despedidos por el aire. La onda expansiva rompió las ventanillas de dos tranvías próximos», añade Hernández. El impacto fue brutal pero, a pesar de ello, todavía pudo bajar del Mercedes y dar unos pasos. Finalmente, el atentado se había perpetrado. Y todo, por culpa de la tradicional prepotencia de los nazis.

Asumiendo que la explosión había matado al nazi, Kubis huyó hacia la ciudad en bicicleta. No obstante, con lo que no contaba era con que sería perseguido por el chófer, que había resultado ileso. «El enfurecido Oberscharfuhrer siguió corriendo detrás de él. Gabcik buscó refugio en la puerta de una tienda y desde allí abatió a Klein de un tiro certero», completa Hernández. Una vez a salvo, se subió a un tranvía cercano con la extraña sensación del deber cumplido a pesar del fallo inicial. Para su desgracia, pronto recordó que tanto él como su compañero habían dejado cerca de la curva varios objetos personales que, en un futuro, podrían delatarles.

Hacia el hospital

Para su suerte, el que la bomba no cayera en el interior del coche hizo que Heydrich se salvase. Aunque acabó malherido. Momentos después de que la curva quedase desierta, un camión conducido por una mujer llegó a la zona. Esta llevó al jerarca nazi -todavía con vida- hasta el hospital. Una vez en el centro, se cerró una planta expresamente para él. Además, el «Carnicero de Praga» se negó a ser atendido por médicos locales y exigió que solo le intervinieran germanos. Según parece, no se fiaba de aquellos a los que había tratado con tanto odio.

Pronto se supo que su estado era más que grave. «A las 15.26 horas se envió un primer mensaje a Berlín comunicando la situación de Heydrich y el resultado de la primera operación a la que había sido sometido. En el mismo se podía leer que tenía una herida lacerante en la parte izquierda de la columna vertebral, sin daño en la espina dorsal; el proyectil, una pieza de metal, había destrozado la decimoprimera costilla y perforado el estómago, alojándose finalmente en el bazo. La herida contenía cierta cantidad de pelo de caballo, probablemente procedente del relleno de la tapicería del coche. Los daños también incluían problemas extirpado», añade Prieto.

Finalmente, Heydrich falleció de sus heridas en la mañana del 4 de junio. Fue enterrado con los máximo honores del nazismo. Paralelamente, comenzó una operación de búsqueda por parte de las autoridades alemanas. Estas intentaron hacer todo lo posible por atraparles. Lo primero fue colocar tras una cristalera los objetos encontrados en el lugar del atentado solicitando información sobre sus propietarios. También se ofrecieron 10 millones de coronas a quien aportase datos de los dos atacantes y, como no, se amenazó a la población afirmando que todo aquel que ocultase información sería ejecutado con su familia.

Las brutales represalias

Al final, las pesquisas de las SS (que investigaron día y noche el suceso haciendo todo tipo de registros) fueron exitosas y descubrieron que los comandos (así como varios miembros de la resistencia) se escondían en las iglesias de San Cirilo y San Metodio.

«Un ejército de 600 soldados rodeó la iglesia donde se encontraban Jozef Gabcík, Jan Kubis, Jan Hruby, Adolf Opalka, Jaroslav Svarc y Josef Valcík e iniciaron un ataque que al final terminó con el suicidio de todos ellos, excepto Jan Kubis que murió unas horas después en un hospital a causa de las heridas causadas por una granada», añade Cardona en « HistoriasSegundaGuerraMundial».

Las represalias no acabaron en ese punto, sino que Adolf Hitler, en represalia por lo sucedido, ordenó que se arrasase hasta los cimientos el pequeño pueblo de Lídice. «Allí se fusiló a todos los hombres mayores de 15 años. Las mujeres fueron enviadas al campo de concentración de Ravensbrück y los niños fueron seleccionados: Los que podían ser arianizados fueron llevados a Alemania, donde se entregaron a familias de oficiales de las SS. Los que no pudieron serlo fueron llevados al campo de concentración de Chelmno», añade el divulgador histórico.

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