La Rebelión de Asturias que soñó Albert Camus… y la que reprimió Franco con dureza

ABC Historia

España estuvo muy presente en la obra de Albert Camus. Mucho más de lo que la gente imagina. De hecho, el premio Nobel de Literatura de 1957 la definió como su «segunda patria», quizá en referencia a su abuela materna, Catalina Cardona Fedelich, que había nacido en el pueblecito mallorquín de San Luis en 1857. Son diversos los autores que se han ocupado de mostrar esa mirada personal del autor de ‘La peste’ sobre el país que le provocó tanta admiración como frustración.

Hay mucho de España en la obra de Camus, aunque sea una España más imaginada que real a la que planeó mudarse. En 1935 viajó a las Islas Baleares con la esperanza de reencontrarse con

 su mujer, de la que se había alejado. De ese viaje dejó constancia en ‘El revés y el derecho’ (1937), pero como él soñaba con una patria liberada de Franco, el escritor jamás llegó a vivir en estas tierras. Durante la dictadura publicó también ‘¿Por qué España?’ (1948) y, dos años antes, ‘L’Espagne libre’, cuya introducción es considerada por Jacqueline Lévi-Valensi «uno de los más hermosos textos que escribió sobre su segunda patria».

La militancia de Camus en favor de la cultura española no se limitó a su apoyo a la Segunda República en el exilio, también se centró en otras épocas y ámbitos, como la Revolución de Asturias de 1934. A esta lucha del movimiento obrero contra ese mismo régimen del que él era defensor, el escritor le dedicó nada menos que su primera obra de teatro, la cual reedita en España la editorial Altamarea tras décadas desaparecida de las librerías. Hablamos de la huelga más sangrienta que ha conocido España a lo largo del siglo XX, impulsada por el PSOE y UGT, con Largo Caballero e Indalecio Prieto como cabecillas, y apoyada por el PCE.

Muertos y juzgados

En Asturias contó, además, con la participación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI), en una revuelta que acabó con la vida de entre 1.500 y 2.000 personas en 15 días. Algunos autores han llegado a elevar la cifra hasta 4.000, aunque los datos nunca fueron concretados del todo debido a la censura. De lo que no hay duda es de que la ciudad de Oviedo quedó prácticamente destruída. A esto hay que sumar los más de 20.000 manifestantes que fueron detenidos y sometidos a juicio.’Rebelición en Asturias’ (Altamarea, 2022)

En realidad, se trata de una obra colectiva que Camus escribió entre 1935 y 1936, cuando tenía 22 años, junto a otros tres jóvenes, dos de ellos profesores del Liceo de Argel. Querían conmemorar la insurrección obrera española, colocando al público en el centro de la lucha como si fuera un revolucionario más. El actor principal era el mismo pueblo asturiano y la acción se desarrollaba en Oviedo: «El decorado envuelve y presiona al espectador, le obliga a formar parte de una acción que los prejuicios tradicionales le llevarían a ver desde el exterior. Está dentro de Oviedo y todo gira en torno a él», explicó el Nobel.

Como comunista que era en esos momentos –se había afiliado al partido el mismo año de la insurrección y lo abandonó en 1937–, se cree que la obra partía no solo de la necesidad de utilizar el teatro para aclarar unos hechos históricos y mover al espectador a solidarizarse con los rebeldes, sino de oponer una nueva versión de los a la defendida por las autoridades. Sin embargo, ‘Rebelión en Asturias’ presenta lo ocurrido de una forma un tanto idealizada, mostrando a una sociedad unida en la que el grupo importaba más que el individuo.

‘Uníos Hermanos Proletarios’

La insurrección no empezó mal para los rebeldes. Entre el 5 y el 6 de octubre de 1934, bajo el lema de ‘Uníos Hermanos Proletarios’, los comunistas, socialistas y anarquistas se lanzaron a la conquista del poder político por la fuerza. En apenas dos días habían sometido, muchas veces con dinamita, la gran mayoría de los 95 cuarteles de la Guardia Civil de Asturias.

Se impusieron a la Policía y Ejército en La Manzaneda, lo que les permitió entrar en Oviedo hasta la plaza del Ayuntamiento. En la misma ciudad dominaron las fábricas de armas de Trubia y de La Vega y consiguieron ampliar su arsenal y contar con cañones. Estaban tan entusiasmados con los primeros embates que se prepararon para hacer frente en Campomanes a la llegada de batallones regulares llegados desde la meseta. Sin embargo, la revolución no había triunfado en el resto de España y los asturianos fueron doblegados por las tropas enviadas al mando de Franco.

Tal y como Camus hubiera deseado en aquel momento, la insurrección obrera de Asturias demostró por un momento que era posible repetir en España las dos fases de la revolución rusa de 1917. Esa misma visión la tenían protagonistas como Santiago Carrillo, cuya visión del socialismo en aquel momento era tan extrema que acabó siendo encarcelado tras los sucesos de octubre junto a su padre. Pero la realidad fue muy distinta tras la llegada del general Franco en nombre del Gobierno central para reprimir el levantamiento. Tal es así que un sector de la prensa lo bautizó como «el salvador de la República». Quién lo iba a decir…

Hijos adoptivos

Durante dos semanas, tanto Franco como el general Eduardo López Ochoa comandaron las tropas que se enfrentaron a los mineros en defensa del Gobierno formado por Alejandro Lerroux y tres ministros de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) presidida por José María Gil Robles. La revuelta terminó con más de 300 guardias civiles, soldados, guardias de asalto y carabineros muertos, a los que se sumaron otros 35 sacerdotes. El resto de las víctimas corrió a cargo de los movimientos obreros y sus simpatizantes. A pesar de aquella escandalosa cifra, el Ayuntamiento de Oviedo declaró hijos adoptivos a López Ochoa y Franco por su labor, según contó ABC a finales de mes.

El pueblo, sin embargo, no estaba tan unido como Albert Camus creía o deseaba. A comienzos de los años 30, España estaba ya sumida en una importante polarización política. Largo Caballero repitió hasta la saciedad que si el PSOE era derrotado, «no dudaría en provocar una revolución que devolviera a la República a la senda del socialismo». Cuando el Partido Radical de Lerroux y la CEDA de Gil Robles se impuso a la coalición entre republicanos y socialistas en las elecciones generales de 1933, los segundos comenzaron a azuzar a las clases trabajadoras con la idea de que sus derechos estaban en peligro con la derecha en el poder.

A este ala más ultra del PSOE se sumaron otros tantos políticos desencantados con el devenir que había tomado la Segunda República. No ayudó que Lerroux, en el otro bando, decidiera formar Gobierno con un Gil Robles que había hecho pública su simpatía por Hitler y Mussolini. Ni que la UGT y la CNT, por el otro, empezaran a forjar la llamada Alianza Obrera, cuyo objetivo era alzarse en armas contra la CEDA. La mecha de toda esta tensión se encendió a principios de octubre, en cuanto se publicó la lista que configuraba el nuevo gobierno republicano de derechas.

Carta blanca para Franco

La prueba de que el movimiento obrero no fue una piña es que la reacción de este fue contundente en Asturias y tibia en León, Palencia y Madrid. En la capital todos los líderes fueron apresados tres días después del inicio de los enfrentamientos. Ninguna región más secundó la huelga, aunque la violencia en Oviedo, Gijón, Avilés y alrededores fue tan sobrecogedora que el 6 de octubre, en un Consejo de Ministros extraordinario, el Gobierno tomó la decisión de que había que aplastarla cuanto antes. López Ochoa y Franco recibieron carta blanca para emplear los medios que creyeran necesarios.

En el plano teórico, el episodio ha suscitado desde entonces agrias polémicas. Mientras la izquierda veía una sublevación comparable a la Comuna de París, en una visión parecida a la que tenía el Camus comunista, la derecha hablaba del primer episodio de la Guerra Civil. En la práctica, Franco quedó al mando de las operaciones y acabó rápidamente con «los revoltosos», como los calificaba la prensa, provocando una represión extrema. Tal es así que el futuro dictador destituyó al teniente coronel López Bravo y a Ricardo de la Puente Bahamonte después de que ambos mostraran sus reticencias a disparar sobre los mineros y la población civil que se había unido a estos.

«En España fue donde los hombres aprendieron que es posible tener razón y, aun así, sufrir la derrota, que la fuerza puede vencer al espíritu y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa», escribiría el premio Nobel tiempo después.

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