Por Alejandro Basáñez
María Magdalena Ebergenyi Belgodere de Basáñez se nos fue un soleado domingo 1 de marzo, cuando estaba tranquila y risueña. Recién había dejado la Ciudad de Tuxpan, cruzando por última vez el puente un 26 de noviembre del 2019, con destino a Cancún, donde vivió felizmente sus últimos días en compañía de su hija Magda, nietos y bisnietos, que la festejaban constantemente.
Doña Maruca, como le decían, fue una mujer adelantada a su época. La penúltima de nueve hermanos, de los que sólo cinco llegaron la mayoría de edad: Andrés, Zita, Ana Dora, ella y Norma, llegó a Tuxpan un 29 de diciembre de 1942 procedente de Pánuco, a la edad de 12 años. Desde pequeña se distinguió por su gran inteligencia y seguridad, así como por su amor a su padre, el Ing. Andrés Ebergenyi Emanuel, subjefe de la zona norte de Petróleos Mexicanos, de ascendencia húngara-egipcia.
Magdalena fue muy activa en el ámbito de la seguridad social y el desarrollo infantil. Puso los cimientos de lo que hoy es el DIF (antes INPI) e impulsó los desayunos escolares, llevando a Tuxpan al octavo lugar a nivel nacional y ganándose ella el reconocimiento de la Sra. Eva Sámano de López Mateos, la Primera Dama de México.
Al lado de su esposo, Miguel Basáñez Sorcini, con quien al fin se ha reunido, participó en la promoción y gestión de importantes avances como el Puente del Río Tuxpan; el Boulevard Reyes Heroles, antes cubierto de cerros, que nos permite ahora disfrutar del malecón y de sus framboyanes de ramas extendidas sobre el río. Así también el parque industrial portuario, que atrajo a importantes empresas a establecerse en la orilla sur, desde el Estero de Tumilco hasta la bocana, y que en los últimos años ha transformado a Tuxpan en un punto estratégico del comercio internacional.
Doña Maruca sembró también una familia con valores y personas educadas en el bien común, pilar fundamental sobre el que descansa cualquier sociedad. Gracias a ella y muchas otras personas que luchan por ideales éticos, podemos mantener el sueño común de buscar el bien colectivo para procurarnos una vida feliz.
En sus últimos días mi abuela desayunaba y comía a sus horas, escuchaba música, se reunía con su familia, iba a misa los domingos, participaba en diversas actividades recreativas, iba al cine y disfrutaba de comida regional y de su tradicional capuchino. «Sean felices porque la vida es corta» era su frase. Sus hijos Miguel, Magda, Carlos y Paty, así como sus 13 nietos la vamos a extrañar, pero su recuerdo vivirá en nosotros para siempre.