MAGALLANES SOLAR


Cerca de la franja sur de la Vía Láctea, la Gran Nube y la Pequeña Nube de Magallanes parecen partes separadas de nuestra galaxia. Los astrónomos alguna vez asumieron que siempre habían orbitado la Vía Láctea más o menos a la misma distancia a la que se encuentran hoy, igual que otras galaxias satélite menores dentro del yugo gravitacional de la Vía Láctea.

 

Sin embargo, evidencias nuevas sugieren que las nubes de Magallanes actualmente experimentan un extraño encuentro cercano con nuestra galaxia. De ser así, quizá seamos testigos de un pas de trois intergaláctico que podría sacudir la composición de las galaxias, daría nacimiento a miles de millones de estrellas y planetas nuevos y arrojaría a otros a las profundidades del espacio.

 

Los astrónomos pueden entender las notorias pistas que sugieren que las nubes tienen un estatus más mayestático. Las nubes son mucho más brillantes que las otras galaxias satélites de nuestra galaxia, bastante brillantes como para llamar la atención a simple vista.

 

Son brillantes porque están cerca y contienen muchas estrellas. Las galaxias satélites conocidas de la Vía Láctea albergan hasta 10 millones de estrellas cada una. La Pequeña Nube de Magallanes incluye cerca de 3 000 millones y la Gran Nube quizá unos 30 000 millones.

 

Las nubes no se parecen a las desaliñadas galaxias enanas esferoidales que orbitan de cerca la Vía Láctea y otras espirales mayores. Lo más probable es que previamente hayan sido galaxias distantes que solo recientemente se aventuraron a acercarse a nuestra galaxia lo suficiente como para verse perturbadas por su campo gravitacional.

 

Antes de su encuentro con la Vía Láctea, quizá la Gran Nube de Magallanes haya sido una espiral clásica como la Galaxia del Triángulo, M33, que luce imponente, pero en realidad no es mucho más grande que la Gran Nube. En 2006 un equipo de astrónomos, con ayuda del Telescopio Espacial Hubble, midió el movimiento de las nubes de Magallanes cronometrándolas contra quásares que yacen a miles de millones de años luz y se convierten así en una especie de telón de fondo estático en un universo en el que realmente nada está quieto.

 

Estas mediciones sugieren que las nubes buscan órbitas más largas y alejadas del centro que pudieron haberlas acercado a nuestra galaxia en una sola ocasión desde que empezó el universo. La noción de que las nubes hayan pasado por nuestro camino una sola vez está ganando apoyo por el hecho de que las dos todavía contienen grandes cantidades del gas del que están hechas las estrellas nuevas.

 

Las galaxias satélite que orbitan cerca de galaxias mayores pierden su gas interestelar con el paso del tiempo cuando la galaxia más grande lo absorbe. Estas galaxias satélite se convierten en comunidades de estrellas jubiladas, con unas cuantas estrellas sin gas.

 

Con el paso del tiempo, es probable que la Vía Láctea absorba muchas de las galaxias enanas esferoidales que la circundan, como ha sucedido con galaxias similares en el pasado. En contraste, los astrónomos descubrieron que la Pequeña Nube crea estrellas nuevas esporádicamente, algunas de ellas incluso en los últimos  cientos de millones de años.

 

La Gran Nube, por su parte, es una fábrica de estrellas, llena de grupos de estrellas recién acuñadas y los gases que las rodean, similares a burbujas de jabón, liberados por las estrellas jóvenes al explotar. Notoria en la Gran Nube es la Nebulosa de la Tarántula con su resplandor rojo, región generadora de estrellas ubicada a 160 000 años luz de la Tierra, pero que brilla muchísimo.

 

El brillo rojizo de la Tarántula proviene de lo que los astrónomos llaman gas de hidrógeno excitado. El gas se excita con la luz potente de las estrellas gigantes que arden con furia suficiente como para agotar su combustible nuclear en solo unos cuantos millones de años, en lugar de los miles de millones de años que requieren estrellas más modestas como nuestro Sol.

 

Después explotan en calidad de supernovas. Cuando una estrella azul gigante en la región de la Tarántula se convirtió en supernova, lo que pudo verse la noche del 23 de febrero de 1987, llamó la atención de los astrónomos de todo el mundo, que desde entonces observan sus restos.

 

Parece que la Vía Láctea y las Nubes de Magallanes están destinadas a interactuar en los eones por venir. ¿Acaso su danza dinámica se convertirá con el tiempo en una fusión? ¿O acaso las nubes irán y vendrán para engendrar estrellas cada 2 000 millones de años? Nadie vivirá lo suficiente para ser testigo del destino de estas galaxias, pero tarde o temprano los científicos serán capaces de aprender sus pasos de baile y escuchar los suaves ecos de la música.

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