Mensaje del Obispo de Tuxpan: Abrazar con amor nuestra cruz

 

Nos puede parecer que ser discípulo de Jesús es cosa fácil, si uno se lo propone. La figura de Jesús se nos presenta atrayente por su santidad, sus altos ideales y su bondad en general. Una imagen tan humana y tan divina, que genera en nosotros el deseo de seguirlo. Existe mucha gente que no es cristiana, pero que les seduce la personalidad de Jesús y se interesan por sus atractivos ideales.

Pero al verdadero discípulo de Jesús, tal como él lo exige en el Evangelio, se le pide mucho más que una simple admiración hacia su persona o un reconocimiento de sus cualidades y de sus virtudes. Jesús nos dice en el Evangelio: El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. No se trata de profesar por el Señor una admiración como la que tantas veces los jóvenes tienen por un cantante o un deportista. No basta tener un poster con la imagen de Cristo o llevar una cruz en el cuello.  Seguir a Cristo con seriedad y de cerca, supone mucho más.

Mucha gente seguía a Jesús y el les habló:

Las palabras de Jesús no son para gente especial, para gente selecta, o para un grupo reducido. El dirige su mensaje a todos, la invitación a seguirlo es para todos. Nos señala las condiciones indispensables para todo discípulo, esto es las características del compromiso cristiano: dedicar la vida a lo que él la dedicó: al bien (al Reino), a construir una humanidad de hijos y de hermanos.

Quien quiera seguir a Cristo tiene que renunciar a todo y a todos. Sin embargo, seguir a Cristo no significa dejar algo o a alguien, sino encontrar a alguien que da sentido a todo; y ese alguien es Dios. que no nos quita nada ni a nadie, sino que nos ubica frente a todo y a todos.

El encuentro con Cristo hace que todo pase a segundo plano y que ya nada sea lo primero, pero sigue siendo parte de nosotros bien ubicada, pero estando Dios en el centro de nuestra vida. Seguir a Jesús no es huir de las realidades sociales, familiares o personales. Más bien es cambiar el sentido de todo lo que nos rodea.

Lo fundamental es la opción radical por Jesús

Lo fundamental es la opción radical por Jesús, por su proyecto de amor, sus recomendaciones (que están en el evangelio), la nueva escala de valores que él nos propone con su Palabra y con su vida. Seguir a Jesús es vivir como él, los valores del Reino: justicia, austeridad, solidaridad, compasión, alegría, valentía, compromiso. Ese modo de vivir supone una gran satisfacción interior. Es la carga ligera, el yugo suave y liberador que Jesús propone y ofrece.

Hay quien piensa y hasta enseña que cargar la cruz y seguir a Jesús es buscar mortificaciones, privarse de muchas cosas, renunciar a alegrías, para llegar por el sufrimiento, a una unión mayor con Jesús. Sin embargo, Jesús y su Buena Noticia no mencionan nada de eso. Jesús habla de ir por el mundo con él, como él, detrás de él, impulsando su proyecto de amor, aliviando las cruces de las personas, sobre todo de las más desprotegidas, viviendo en actitud de solidaridad y servicio para los demás.

Las palabras de Jesús ayudan a reflexionar, sacuden nuestras vidas en todos los aspectos. Seguir a Jesús no depende de simples impulsos o corazonadas, ni de entusiasmos pasajeros y superficiales. Es una opción libre, un proceso diario y a la vez permanente, que supone decisiones valientes, en base a una profunda reflexión y a un serio discernimiento.

Jesús nos invita a renunciar a todo lo superfluo, a lo que deshumaniza: al afán desmedido de las cosas, del placer y los honores, al poder y a los privilegios; en fin, a todo lo que impide ser personas libres, solidarias y más felices. Si, Jesús nos enseña, nos ayuda e invita a elegir lo mejor. De esa manera toda renuncia, que parece siempre pérdida y gran sacrificio, se convierte en una ganancia que nos genera alegría profunda y libertad auténtica.

Seguir a Cristo es lo más valioso

San Juan de la Cruz decía que el conocimiento de uno mismo es el primer paso que tiene que dar el alma para llegar al conocimiento de Dios. Los buenos comerciantes hacen un balance cada día del estado de sus negocios. Ven las causas de sus pérdidas y buscan cómo pueden mejorar. Hasta el limosnero revisa dónde le conviene pedir, y a qué hora.

Nuestro gran negocio es seguir a Cristo o corresponder a su llamado. No existe nada que tenga tanto valor como el acercarnos cada día un poco más a él. Y el examen de conciencia que podemos hacer cada día es como ese balance que hacemos para conocer el estado de nuestra economía. En él se confronta nuestra vida con lo que Dios espera de nosotros y con la respuesta que damos a su llamada. El análisis nos permite descubrir nuestras fallas, pedir perdón y recomenzar. Porque no se trata de una simple reflexión sobre nuestro comportamiento; es el diálogo entre el alma y Dios.

Se trata de un sí sostenido

Por eso nos advierte Jesús para que al dar el primer “sí”, no volteemos para atrás: “Todo el que pone la mano en el arado y mira para atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc. 9, 62).   Nos pide que calculemos bien, pues no quiere que de pronto nos entusiasmemos y luego queramos volver a una vida superficial y aparentemente más fácil. Nos habla del constructor que comienza una torre sin calcular su costo y ve que no puede terminarla. 

Y del un rey que va a combatir a otro y al no haber calculado bien, tiene que rendirse antes de haber comenzado el combate. Necesitamos perseverancia en la vida espiritual, porque habrá obstáculos, vendrán dificultades, y ninguno de esos inconvenientes pueden ser excusa para interrumpir el camino hacia Dios.

Dios nos ayudará. Dios nos da su gracia para que perseveremos “No les han tocado pruebas superiores a las fuerzas humanas.  Dios no les puede fallar y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas.  El les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10, 13). El Espíritu Santo nos infunde la virtud de la perseverancia, para mantener nuestro “sí” inicial.  Las pruebas y las tentaciones no van a faltar, pero sirven para crecer en santidad y ejercitarnos en esas virtudes.  San Pablo dice: “Nos sentimos seguros hasta en las pruebas, sabiendo que de la prueba resulta la paciencia, de la paciencia el mérito, y el mérito es motivo de esperanza” (Rom. 5, 3-4).

Crecer día a día en perseverancia

De eso se trata.  De crecer en perseverancia, paciencia y esperanza.  Esperanza de alcanzar el Reino de Dios, de llegar a la meta, de levantarnos, si es que llegamos a desfallecer.  Se trata perseverar hasta el final; no importa lo que tengamos que pasar.  Se trata de mantenernos firmes hasta el momento de nuestra muerte, que es nuestro paso a la Vida Eterna. 

Jesús nos enseña a los seres humanos que hay alago en nosotros que nos sitúa por encima de esta vida de ajetreos, alegrías y temores. Quien llega a entender las enseñanzas de Cristo, se sentirá como un pájaro que no sabía que tenía alas y ahora, de pronto, se da cuenta que puede volar, puede ser libre y ya no tiene nada que temer. (L. Tolstoi)

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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