Mensaje del Obispo de Tuxpan: Dichosos los que creen sin haber visto

A solo siete días de haber celebrado la Resurrección del Señor, en la fiesta que alcanza la cumbre de nuestra fe de cristianos, las tres lecturas de la misa de hoy nos presentan hechos y acontecimientos vividos por la primera comunidad cristiana, inmediatamente después de la Resurrección de Jesús de entre los muertos.

Y esto es así, porque la celebración pascual no se limita a las ceremonias del domingo pasado, sino que se extiende a lo largo de 50 días del tiempo pascual, que comienzan el domingo de Pascua, y se extienden hasta la solemnidad de Pentecostés en que celebramos la venida del Espíritu Santo. Este es el tiempo más fuerte del año litúrgico. Es un tiempo de alegría, de gozo, de regocijo. Proclamamos que Jesús ha resucitado, que Cristo vive, y necesitamos estos 50 días para hacerlo.

Proceso pascual

Durante todos los domingos del tiempo Pascual, las lecturas de las misas corresponden al nuevo testamento. Por un tiempo, la alegría de la Resurrección deja atrás al Antiguo Testamento, y la Iglesia nos propone concentrarnos en el misterio de un Dios que vence a la muerte y nos redime del pecado y del mal en general.

En la primera lectura, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles se nos muestra la forma en que vivieron los primeros cristianos, y ella debe ser una enseñanza para nosotros, cristianos de principios del siglo 21 que nos hemos olvidado de la solidaridad y el amor que debe existir entre nosotros.

La forma de orar comunitariamente y alabar a Dios, el trato fraternal que se vivía entre los miembros de las primeras comunidades cristianas, era lo que permitía que los discípulos ganaran la simpatía de todo el pueblo. En nuestra vida familiar, en la vida comunitaria, en las mismas tareas de apostolado que realizamos los distintos agentes pastorales, cuenta mucho nuestra oración y nuestro trato a los demás, así como nuestro testimonio; esto genera una vida y una cultura comunitaria.

La alegría de la Resurrección supera las contrariedades y vence todas las pruebas, porque el Señor nos dio una vida nueva y una esperanza viva. Y esta vida nueva y esta esperanza viva es la que tenemos que transmitir a nuestros hermanos especialmente durante este tiempo pascual.

Al anochecer del día de la resurrección Jesús se hizo presente. Los relatos insisten en que es Jesús el que toma la iniciativa, es él quien se aparece lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad. Y el Señor les dirige un saludo muy especial: “La paz esté con ustedes”.

El resucitado les regala la paz y la bendición de Dios. Esa era la paz que infundía cuando caminaba por Galilea. Este es también ahora el gran regalo que Dios nos ofrece a todos, por medio de Cristo muerto y resucitado: el perdón, la paz y la resurrección.

Al anochecer del primer día

Quienes nos consideramos discípulos de Jesús, podemos vivir con frecuencia, “anocheceres” “con las puertas cerradas”, “con miedo”, “con temor a la situación violenta”. En ese caso necesitamos reencontrarnos con Jesús resucitado.

Él está en el centro de nuestra vida, en el centro de nuestros dolores y alegrías, de nuestros deseos, inquietudes y esperanzas, dando sentido a todo.  Las palabras de Jesús son siempre una invitación a superar la tentación de encerrarse. Él abre las puertas y ventanas que cierra el miedo, la inercia, la cobardía y las muchas situaciones complicadas que van apareciendo en nuestras vidas.

La paz sea con ustedes

Paz, Espíritu, Perdón, Misión, Fe, Vida. Son palabras que Jesús pronuncia y que resumen de modo genial las características de sus seguidores y seguidoras para los nuevos tiempos, para este tiempo de salvación. La experiencia pascual es el encuentro con Jesús, quien nos libera del miedo y del desencanto y nos muestra el camino que conduce a la auténtica paz: la armonía con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y con Dios.

Como el Padre me envía así los envío yo

La invitación no es sólo para los discípulos. Todos somos enviados a hacer lo que hemos visto hacer a Jesús, a continuar y actualizar su vida y su mensaje. A comunicar vida, a dar paz, a desatar, a liberar, a continuar su obra. Quien tiene un encuentro con Jesús resucitado, se llena de alegría y siente la necesidad de contagiar y comunicar su experiencia a los demás.

Soplo sobre ellos: reciban el E. Santo

El Espíritu de Jesús transforma el miedo en paz, el pesimismo en alegría. El Espíritu es el gran don de la Pascua. Jesús nos envía su Espíritu, su Aliento, su Ánimo, su Vida para que nos empapemos de Él, y lo contagiemos y comuniquemos a los demás. De forma que el mundo identifique fe en Jesús con personas sensibles y luchadoras por una vida mejor, más libre y feliz para todos.
“El Espíritu no quiere ser visto, sino ser en nuestros ojos esa gran luz”.

Es perdón es fruto de la paz, distintivo de la persona nueva y resucitada. Ofrece y regala perdón quien se siente y se sabe perdonado. El perdón es parte de la misión encomendada por Jesús a toda la comunidad: Perdónense unos a otros”. Todos necesitamos el perdón y todos estamos llamados a ser, de muchas maneras, signos y fuente del perdón-compañía-acogida… que es Dios.

Las dudas de Tomás

Y el Evangelio de San Juan nos presenta la Fe de Tomás que tantas enseñanzas nos deja, porque nuestra fe a veces se parece a la de Tomás.  Jesús resucitado se reúne con sus apóstoles cuando estaban todavía reunidos. Pero Tomás no estaba con ellos y no creyó. Tomás pensaba que el Señor estaba muerto. Los demás le aseguraban que vive, que ellos mismo lo han visto y oído, que han estado con El.

Jesús vuelve las veces que haga falta, para aclarar nuestras dudas y para demostrarnos su presencia y su cercanía. Del “incrédulo” Tomás surge una confesión de fe generosa y confiada: Señor mío y Dios mío”. Jesús sigue mostrándonos sus llagas, para que le reconozcamos en ellas y, como a Tomás, sigue invitándonos a tocarlas y a aliviarlas en tantas personas heridas en el alma y en el cuerpo.

Señor mío y Dios mío

Las primeras dudas de Tomás desaparecen cuando el Señor lo invita a «Poner su dedo y meter su mano en el costado del Señor. La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites, cuando exclama: ¡Señor mío y Dios mío!. Estas dudas originales de Tomás sirvieron para confirmar en la fe a muchos que creyeron en el Señor. San Gregorio se pregunta si es que acaso puede considerarse una casualidad de que Tomas estuviese ausente, y que al volver oyera el relato de la aparición, y al oir … dudara, y dudando …. palpara, y palpando …. creyera.

Si nuestra fe es firme servirá para que la fe de muchos se apoye en ella. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo día a día. Pero, en ocasiones nos encontramos faltos de fe, como el apóstol Tomás.  La virtud de la fe nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y nos permite juzgar rectamente todas las cosas. Pongamos de nuevo los ojos en Jesús que tiene la necesidad de decirnos como a Tomás, mete aquí tu dedo y pon tu mano en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Y como el apóstol, saldrá de nosotros la misma oración: Señor mío y Dios mío. Este es el domingo de la misericordia.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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