Mensaje del Obispo de Tuxpan: Hemos visto al Señor

A solo siete días de haber celebrado la Resurrección del Señor, en la fiesta que alcanza la cumbre de nuestra fe de cristianos, las tres lecturas de la misa de hoy nos presentan hechos y acontecimientos vividos por la primera comunidad de la Iglesia, inmediatamente después de la Resurrección de Jesús de entre los muertos.

La celebración pascual no se limita a las ceremonias del domingo pasado, sino que se extiende a estos 50 días del tiempo pascual, desde el Domingo de Pascua hasta Pentecostés cuando celebraremos la venida del Espíritu Santo. Este es el tiempo más fuerte del año litúrgico. Es un tiempo de alegría, de gozo, de regocijo y de exultación. Proclamamos que Jesús ha resucitado, que Cristo vive, y necesitamos estos 50 días para hacerlo.

En los domingos del tiempo pascual, las lecturas bíblicas de la misa corresponden al nuevo testamento. Por un tiempo, la alegría de la Resurrección deja atrás a la Antigua Alianza, y la Iglesia nos propone concentrarnos en el misterio de un Dios que vence a la muerte y nos redime del pecado y del mal. El Evangelio de San Juan nos presenta la fe de Tomás que tantas enseñanzas nos deja, porque nuestra fe a veces se parece a la de Tomás.

Jesús resucitado se reúne con sus apóstoles. Pero Tomás no estaba con ellos y no creyó. Tomás pensaba que el Señor estaba muerto. Los demás le aseguraban que vive, que ellos mismos lo han visto y le han oído, que han estado con él. La actitud de los apóstoles, como testigos del Señor, es una enseñanza para nosotros.

Nuestra fe en Cristo resucitado nos impulsa a pregonar nosotros que el Señor hoy vive. Para mucha gente es como si Cristo estuviera muerto, porque apenas significa algo para ellos. Casi no cuenta en sus vidas. Y esta gente necesita recibir la buena noticia de la resurrección del Señor. Nos toca a nosotros dar el mismo testimonio que le dieron los apóstoles a Tomás.

Cumpliendo con la exigencia de la fe, que es darla a conocer con el ejemplo y con la palabra, estaremos edificando la Iglesia, como lo hicieron aquellos cristianos a los que se refiere la primera lectura, que Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo.

Las primeras dudas de Tomás desaparecen cuando el Señor lo invita a «Poner su dedo y meter su mano en el costado del Señor. La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y entrega sin límites, cuando exclama: ¡Señor mío y Dios mío! Si nuestra fe es firme servirá para que la fe de muchos otros se apoye en ella. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo día tras día.

 

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

 

HEMOS VISTO AL SEÑOR

A solo siete días de haber celebrado la Resurrección del Señor, en la fiesta que alcanza la cumbre de nuestra fe de cristianos, las tres lecturas de la misa nos presentan hechos y acontecimientos vividos por la primera comunidad de la Iglesia, después de la Resurrección de Jesús de entre los muertos.

Y esto es así, porque la celebración pascual no se limita a las ceremonias del domingo pasado, sino que se extiende a 50 días del tiempo pascual, que inicia el Domingo de Pascua, y van hasta Pentecostés en que celebramos la venida del Espíritu Santo. Este es el tiempo más fuerte o más importante del año litúrgico. Es un tiempo de alegría, de gozo, de esperanza y de exultación. Proclamamos que Jesús ha resucitado, que Cristo vive, y necesitamos estos 50 días para hacerlo

Durante todos los domingos del tiempo Pascual, las lecturas de las misas corresponden al nuevo testamento. Por un tiempo, la alegría de la Resurrección deja atrás a la Antigua Alianza, y la Iglesia nos propone concentrarnos en el misterio de un Dios que vence la muerte y nos redime del pecado.

En la primera lectura, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles se nos muestra la forma en que vivieron los primeros cristianos, una realidad que ha de ser enseñanza para nosotros, cristianos de principios del siglo 21, que hemos olvidado la solidaridad y el amor que deben existir entre nosotros.

Dice San Lucas en este pasaje, que era la forma de alabar a Dios y de tratar a sus hermanos, lo que permitía a los primeros discípulos ganarse la simpatía de todo el pueblo. En nuestras tareas de apostolado, lo primero que cuenta siempre es nuestra oración y nuestro comportamiento, el testimonio de vida que hace eficaces las acciones pastorales.

Y en la segunda lectura, en la Carta del Apóstol San Pedro el apóstol nos dice que la alegría de la Resurrección supera las contrariedades y vence todas las pruebas, porque el Señor nos dio una vida nueva y una esperanza viva.

Y esta vida nueva y esta esperanza viva es lo que tenemos que transmitir a nuestros hermanos especialmente durante este tiempo pascual. Por su parte, el evangelio de San Juan nos presenta la fe de Tomás que tantas enseñanzas nos deja, porque nuestra fe, en ocasiones, se parece a la de este santo.

Jesús resucitado se reúne con sus apóstoles cuando todavía estaban juntos. Pero Tomás no estaba con ellos y cuando le hablaron de la visita del Señor no creyó. Tomás pensaba que el Señor estaba muerto. Los demás le aseguraron que vive, que ellos mismo lo han visto y oído, que han estado con El. La actitud de los apóstoles, como testigos del Señor, es una enseñanza para nosotros.

Nuestra fe en Cristo resucitado nos impulsa a pregonar que el Señor vive. Para mucha gente es como si Cristo estuviera muerto, porque apenas significa algo, casi no cuenta en sus vidas. Necesitan recibir la buena noticia de la resurrección del Señor. Nos toca a nosotros dar el mismo testimonio que le dieron los apóstoles a Tomás.

Cumpliendo con la exigencia de la fe, que es darla a conocer con el ejemplo y la palabra, estamos edificando la Iglesia, como lo hicieron aquellos cristianos a los que se refiere la primera lectura, que Alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo.

Las primeras dudas de Tomás desaparecen cuando el Señor lo invita a «Poner su dedo y meter su mano en su costado. La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: ¡Señor mío y Dios mío! Estas dudas originales de Tomás sirvieron para confirmar en la fe a muchos que creyeron en el Señor.

San Gregorio se pregunta si acaso puede considerarse una casualidad el que Tomas estuviera ausente, y que al volver oyera el relato de la aparición, y al oír … dudara, y dudando …. palpara, y palpando …. creyera. Si nuestra fe es firme, también, esta fe servirá para que la fe de muchos otros se apoye en ella. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo día tras día.

Pero, a veces, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades y ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde la fe, en momentos de oscuridad y de dudas, de sufrimiento y dolor, como el Covid-19, que estamos padeciendo, y que afecta nuestra vida en prácticamente todos los aspectos.

La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente todas las cosas. Si reaccionamos de manera primaria, impulsiva, sin reflexionar y discernir ante lo que vemos o vivimos, casi siempre nos equivocamos.

Es fundamental, pensar un poco y si además dejamos que la luz de la fe nos ilumine y discernimos desde ella lo que vemos y vivimos, nuestras reacciones y nuestros juicios serán más acertados.

Reflexionemos sobre el evangelio que hemos escuchado hoy. Concentremos nuestra mirada en Jesús, que tal vez en algunos momentos tiene que decirnos como al apóstol Tomás: mete aquí tu dedo y pon tu mano en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Y como al apóstol, también a nosotros nos impulsa a expresar aquella misma plegaria: Señor mío y Dios mío.

La Pascua nos convoca a hacer memoria de esa otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora capaz de hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir: ¡Presente! (aquí estoy) ante la enorme tarea que nos espera.

Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia.

“Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad” (3). Lección que romperá todo el fatalismo en el que nos habíamos inmerso y permitirá volver a sentirnos artífices y protagonistas de una historia común y, así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a millones de hermanos en el mundo.

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