Mensaje del Obispo de Tuxpan: Honrar a Dios con los labios y el corazón

En este domingo, la Iglesia nos propone continuar con lecturas del evangelio de San Marcos. Los cinco domingos anteriores hemos leído y meditado textos muy profundos, en torno a la Eucaristía, que nos invitaron a mejorar nuestra vida cristiana, tomados del capítulo sexto del evangelio de San Juan: fueron pasajes de la multiplicación de los panes y el discurso del Pan de Vida.

En cuanto a este domingo, los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús como un profeta que denunciaba con audacia los peligros y trampas que vivían los Fariseos y en los que todos podemos caer al vivir la religión. Jesús no insistía tanto en la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.

Jesús cita a Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.

Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: “Dejan a un lado el mandamiento de Dios
para aferrarse a la tradición de los hombres”.

Superficialidad farisaica

Los fariseos representan el culto aparente e hipócrita que se preocupa de lo externo, lo de “fuera”, perdiendo de vista lo profundo, lo de “dentro”. La convivencia cotidiana con Jesús hace relativizar costumbres y normas. Sabemos que Jesús se saltaba en muchas ocasiones ciertos preceptos de la ley, porque en lugar de liberar a las personas las esclavizaban y excluían de la vida social y religiosa. La auténtica limpieza consiste en vivir como vivió Jesús.

Los fariseos eran cumplidores escrupulosos de la ley y se sentían demasiado satisfechos de su cumplimiento externo. Daban más importancia a la norma humana que a lo que Dios quiere. La relación de Jesús con este tipo de personas fue muy conflictiva. Tal vez nosotros, como los fariseos, nos conformamos con vivir las apariencias y cumplir exteriormente la ley.

Un leproso era impuro hasta que sanara. Si caía un bicho muerto en el aceite, éste se hacía impuro y se debía tirar, etc. Todo el que se hubiera manchado con esas cosas, aunque no fuera por culpa suya, tenía que purificarse, habitualmente con agua, y otras veces pagando sacrificios.

Estas leyes habían sido muy útiles en un tiempo para acostumbrar al pueblo judío a vivir en forma higiénica. Servían, además, para proteger la fe de los judíos que vivían en medio de pueblos que no conocían a Dios.

Vivir al estilo de Jesús

Jesús proclama la libertad ante las ataduras de la ley que esclavizan a las personas. Demuestra que no es tan complicado ni hay que purificarse tanto para encontrar a Dios, que está en las relaciones humanas, en todo lo que contribuye a hacer más libre, digna y feliz la vida de las personas.
La Palabra de Dios siempre es portadora de vida y de liberación para el ser humano.

Jesús nos señala claramente la verdadera fuente del amor o de la ignorancia: el corazón humano. Vivir como Jesús es tener un corazón generoso que piensa bien, que sabe respetar,  sabe ser solidario y austero, alegre, coherente, compasivo… Aunque no lo sepa ni le conozca.

En la actualidad

La pureza del corazón y la santidad es una meta para todos los bautizados. En este tema es clara la visión que nos ofrece el Concilio Vaticano II: «Todos los bautizados, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena.». De hecho Jesús pidió a todos sus discípulos: «sean perfectos como el Padre celestial es perfecto».

Hoy también podemos caer en la tentación de darle más valor a los criterios, costumbres y tradiciones humanas que al precepto con mayúscula de Dios, que es el mandamiento del amor. Pero también podemos caer fácilmente en la autosuficiencia e ignorar a Dios, centrando nuestra vida en el dinero y los bienes materiales, en buscar nuestra satisfacción y hasta en utilizar a los demás en una actitud de soberbia y egoísmo.

El pueblo judío, con el tiempo, se había cargado de normas, en cuyo origen había estado el cumplimiento de obligaciones para con Dios. Pero en la época de Jesús, muchas de esas normas, eran solo signos exteriores, que perdían de vista lo verdaderamente importante. También hoy, nuestra religiosidad puede desviarse y perder el rumbo, quedarse en aspectos superficiales, dejando de lado lo esencial que es ante todo el cumplir la voluntad de Dios

En espíritu y verdad

Jesús les repite las palabras del profeta Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. A Dios no se le puede honrar sólo con manifestaciones exteriores, se le debe honrar en espíritu y en verdad.

Pero el Señor no se pronuncia «contra la ley» ni contra los aspectos externos de la ley. Jesús, fue respetuoso de las leyes de su pueblo, como lo fueron José y María, pero siempre antepuso «el hombre» a la «ley». Siempre puso en primer lugar el amor.

A la luz de este evangelio, tenemos que analizar ¿qué ve en nosotros Jesús hoy? ¿Cómo actuamos?. ¿Cumplimos con los ritos sólo exteriormente, o verdaderamente lo que nos mueve es el amor?.

Hemos de esforzarnos por cumplir nuestros deberes y compromisos sociales y humanos, pero estos han de ser expresión verdadera y auténtica de lo que tenemos en nuestro corazón, para que esas actitudes sean realmente positivas y agradables a Dios. El Señor, nos pide coherencia, nos pide ajustar la vida a la fe y a las convicciones que profesamos.

sucede con frecuencia que le damos importancia a fórmulas, ritos y costumbres, pero separamos la religión de la vida. Hace falta profundidad y sobre todo voluntad para vivir los valores básicos que sustentan y dan soporte a nuestras creencias.

Dichosos los limpios de corazón

Esto es lo que Jesús criticó a los fariseos y nos critica también a las generaciones actuales. El Señor quiere y espera de nosotros que pongamos empeño en ser limpios de corazón. Los ritos de purificación, de limpieza del pueblo judío, eran simples manifestaciones exteriores, y Jesús les muestra que lo que verdaderamente es importante no es tener «limpias» las manos, sino el corazón. Centrarse sólo en los ritos es vivir una religión exterior vacía, una religión que reemplaza a la auténtica fe.

El Señor nos quiere libres, dispuestos a cambiar aquello que haya que cambiar, para no perder lo verdaderamente importante. Lo que debe gobernar nuestros actos es el amor al prójimo y la rectitud de intención en toda circunstancia.

Cumplan los mandamientos –escuchamos en la lectura de Deuteronomio-. Guárdenlos y cúmplanlos porque ellos son sabiduría y prudencia. Santiago en la segunda lectura pide que aceptemos lo que es la esencia de la vida cristiana: encarnar en la propia vida la palabra de Dios que es salvación y vida, pero hay que practicarla, hay que expresarla efectivamente en valores y actitudes concretas, como la solidaridad con los demás, de manera que impulsemos efectivamente la vida comunitaria.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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