Mensaje del Obispo de Tuxpan: Humildad es reconocer lo que somos

 

Las Lecturas del día de hoy buscan ayudarnos a reflexionar sobre la humildad, esa virtud que nos lleva a reconocer lo que realmente somos.  Por eso Santa Teresa de Jesús decía que la humildad es andar o vivir en verdad.  Es decir: la Humildad es vernos tal cual somos.  Es saber y reconocer lo que valemos ante Dios. 

Y ¿qué somos nosotros frente Dios? … ¿Cuánto valemos si nos comparamos con el Creador del universo? … ¿Somos capaces de ser algo sin aquel que nos creó y nos mantiene vivos y derrama todas las gracias que necesitamos para llegar a él y para gozar de é por toda la eternidad?

Responder estas preguntas de manera adecuada es comenzar a andar en la verdad.   Es apenas comenzar a darnos cuenta de lo que significa ser humildes y reconocer nuestra realidad de criaturas frente a la grandeza y la bondad de quien nos ha dado el ser.

Después de eso nos queda un larguísimo trecho para llegar a ser humildes, para andar ese camino de la humildad.  Es muy importante saber que ese camino de la humildad equivale al camino de santidad, que nos lleva a Dios, que nos conduce al Cielo. 

La humildad nos conduce a la santidad

Todos tenemos que ser santos, esa es nuestra vocación.  Es lo que Dios nos pide … para eso nos ha creado:  para ser santos; es decir, para vivir de acuerdo a Su Voluntad.  San José de Calasanz decía: “Si quieres ser santo, sé humilde.  Si quieres ser muy santo, sé muy humilde”.

La humildad es el fundamento de todas las demás virtudes. Lo contrario de la humildad es precisamente el orgullo y la soberbia.  Así que, si la humildad es el fundamento de todas las demás virtudes, se deduce que el orgullo es la raíz de todos los pecados. Y es la raíz del pecado, porque -si aplicamos las palabras de Santa Teresa sobre la humildad al orgullo- resulta ser que el orgullo y la soberbia es caminar fuera de la verdad.

El orgullo es básicamente creernos auto-suficientes frente a Dios y frente a los demás. Esta actitud nos lleva al pecado… Y lo que es peor: nos puede llevar a justificar el pecado.  Eclesiástico (Sir. 3, 19-21 y 30-31) nos dice así: “No hay remedio para el hombre orgulloso, porque ya está arraigado en la maldad”. Es decir: está arraigado en el pecado.

Cuidado con el orgullo y la soberbia

Y “no hay remedio” se refiere a nuestro camino hacia Dios. No podremos llegar a Dios y a la felicidad eterna, si no reconocemos lo que realmente somos y valemos ante Dios. También nos recomienda el Libro del Eclesiástico que debemos hacernos pequeños, y que sólo Dios es poderoso. Sin embargo, el problema está en que la humildad es una virtud despreciada por el mundo, mientras que a al orgullo se le da un gran valor.

Y esto no debe sorprendernos, ya que la mentalidad del mundo nos propone y hasta nos impone precisamente lo contrario a lo que Dios desea. El mundo, en muchos aspectos, es regido por “el príncipe del mal” -que es uno de los nombres que da la Sagrada Escritura al Demonio. Este nos engaña, y nos hace creer todo lo contrario a lo que Dios quiere para nosotros.

El mundo nos vende la idea de que los primeros puestos son los mejores; nos impone la idea de que la gloria de este mundo y los reconocimientos humanos son lo más importantes. El mundo nos hace creer que los privilegios y el poder son muy necesarios. Nos hace pensar que ser grandes a los ojos de los demás es lo máximo, y es estar casi en la gloria.

 

Todo bien nos viene de Dios

Como podemos ver todo lo contrario a lo que significa la humildad, ya que frente a Dios somos simplemente creaturas suyas, que sin él nada podemos, pero precisamente por ser creaturas suyas, somos sus hijos y ahí está nuestra dignidad, y esa es la grandeza del ser humano, ser hijos de Dios. A veces creemos que somos capaces de alcanzar éxitos y honores, por nosotros mismos, sin Dios y sin los demás. Esa no es nuestra naturaleza, nuestra realidad. Podemos pensar si, pero no podemos siquiera hacer palpitar nuestro corazón por nosotros mismos.

Dice San Alfonso María de Ligorio: “Cualquier bien que hagamos viene de Dios. Cualquier cosa buena que tengamos pertenece a Dios”. San Ignacio de Loyola define la humildad como la renuncia a la propia voluntad, renuncia al propio interés, y renuncia al amor propio, que es justamente la auto-estima que tanto se pregona hoy para que -supuestamente- podamos ser felices.

Nuestra grandeza está en Dios

El Evangelio de hoy nos habla de los cargos y honores.  Y los primeros puestos se refieren a esas cosas que nos vende el mundo: Glorias, alabanzas, reconocimientos, poder, mando, honores, privilegios, creerse grande, querer ser grande y poderoso, alardear de lo mucho que sabemos, creer que lo podemos todo sin Dios, buscar ante todo los reconocimientos, hacer las cosas para que nos crean muy buenos y capaces, creernos mejores que los demás.

Es muy fácil en el mundo actual, creer que somos una gran cosa y que merecemos lo que tenemos y muchas cosas más; confiar en las propias fuerzas y no en Dios, buscar hacer nuestra propia voluntad y no la de Dios, etc., etc.  Esta manera de ver la vida nos la va imponiendo la mentalidad del mundo. Por supuesto que choca con la visión de Dios, con el espíritu de las bienaventuranzas, por ejemplo, y con el estilo de vida que nos enseñó Jesús en su paso por el mundo.

Pero la humildad es todo lo contrario: es hacer las cosas porque nos damos cuenta de la verdad y de la voluntad de Dios; es buscar ante todo el bien y la gloria de Dios y no la propia; es no buscar, ni reclamar honores ni reconocimientos; es no hablar de uno mismo, ni alardear lo mucho que somos y tenemos; es saber que nada podemos sin Dios.

Humildad es saber y reconocer que dependemos de Dios; es hacer las cosas como Dios quiere, sin buscar honores y reconocimientos; es dar gracias a Dios por lo que somos, por lo que hacemos y por lo que tenemos; es saber que nada podemos sin Dios y que nuestra fuerza está en él; es creer, de verdad, que nada somos ante Dios.  Jesús nos dice: “Sin mi nada pueden hacer”. Jn 15, 5

La humildad no es humillarse, ni desconocer lo que somos

Ahora bien, debemos tener en cuenta que la humildad no consiste en negar las cualidades que Dios nos ha dado, sino en saber y en reconocer que todo nos es dado por él. Todo lo que tenemos nos viene de Dios. Pero el orgullo nos hace creer que esas cosas las logramos nosotros mismos. Es así, entonces, como reconociendo nuestra verdad, “andando en la misma verdad”, se cumple lo que el Señor dice en el Evangelio: “el que se humilla será engrandecido”. De no ser así, nos sucederá lo contrario: “el que se engrandece será humillado”.

Así, podremos llegar a ser de esos “espíritus justos que alcanzaron la perfección” de los cuales nos habla San Pablo en la Segunda Lectura (Hb. 12, 18-19 y 22-24) . Son los santos. Y todos ellos han sido humildes. El Salmo 67 nos recuerda la grandeza de Dios y la pequeñez humana, las cosas que Dios hizo por su pueblo y que siempre hace por nosotros.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

 

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