Mensaje Obispo de Tuxpan: La resurrección de Lázaro

Ez 37,12-14: Les infundiré mi espíritu y vivirán.
Rom 8,8-11: Tenemos el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús.
Jn 11,1-45 (breve: 3-7.17.20-27.33b-45): Resurrección de Lázaro.

1. Un milagro signo y una condición de fe.

Desde antiguo la tradición litúrgica vio una referencia bautismal en la lectura evangélica de hoy, que acompañaba al tercero de los escrutinios de los catecúmenos. Seguimos, pues, con el acento bautismal. En el evangelio de hoy, por medio de un milagro signo: la resurrección de Lázaro, Jesús se autodefine como vida del hombre.

Esta resurrección que realiza Cristo es signo de la vida que nos da el Espíritu por la fe y el bautismo, como anticipo y garantía de nuestra resurrección final con Jesús, según afirma san Pablo en la segunda lectura, que es el mejor comentario al evangelio de hoy. Así se verifica la profecía de Ezequiel sobre los sepulcros donde yacía muerta la esperanza del pueblo desterrado (1ª lect.).

Antes de la reanimación de Lázaro y mediante la solemne fórmula divina de auto-manifestación que es el «yo soy», Cristo se proclama resurrección y vida para todo el que cree en él. Luego añade el signo milagroso que avala tal afirmación.

Leemos hoy como evangelio uno de los capítulos cumbre de la revelación del evangelio de Juan, donde Cristo hace patente, cada vez más abiertamente, su filiación divina. Pero si por una parte Cristo proclama su divinidad: «Yo soy la resurrección y la vida», y lo demuestra con el signo de mayor relieve que es dar la vida a un muerto, por otra nos descubre su humanidad por la que se conmueve, solloza y rompe en llanto por la muerte de un amigo entrañable.

La conciencia de su filiación divina no aminora su solidaridad con los hombres sus hermanos, con la humanidad sumida en la muerte, fruto del pecado. Por eso la resurrección de Lázaro es signo también de la restauración del hombre, del ser humano que está sujeto a la muerte.

No podemos quedarnos en la escenificación del suceso sin preguntarnos por qué móvil actúa Jesús, pues la clave de interpretación de un hecho está en su finalidad. El relato habla sobre todo de vida y resurrección, identificándolas con la persona de Jesús, pero no de manera automática, extrínseca y sin referencia a cada uno de nosotros. Resurrección y vida solamente para el que cree en Cristo como Mesías e Hijo de Dios.

Así lo confiesa Marta, a requerimiento de Jesús, cuya insistencia en la fe es llamativa en todo el relato. Es evidente que este milagro signo está en función de la fe, como objetivo final, al igual que el evangelio entero de Juan, «escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre» (20,31). Objetivo y condición, porque sin fe en Jesús no hay Vida con mayúscula.

2. Sentido de la vida y de la muerte.

Por una parte, la muerte es un dato constante, que vemos y experimentamos; aunque nadie, mientras vive, tiene esa vivencia personalmente. No obstante, sí tenemos conciencia experimental de la muerte de los demás: familiares, amigos y compañeros.

En cada adiós definitivo algo nuestro muere con ellos. La muerte biológica, su anuncio paulatino en las múltiples enfermedades, su presencia brutal en los accidentes, y su manifestación en todo lo que es negación de la vida, a causa de la violación de la dignidad y derechos de la persona, constituye el más punzante de los problemas humanos.

Por otra parte, aspiramos a una vida sin límites y para siempre, se trata de la más profunda aspiración que llevamos en el alma. Como resulta que al final la muerte acabará con todo, nos sentiríamos radicalmente frustrados si no tenemos una explicación satisfactoria a esta paradoja y enigma que es la muerte de un ser creado para la vida.

Desde siempre, las ciencias del hombre, la filosofía y la historia de las religiones han dado respuestas más o menos convincentes al interrogante y dilema de la muerte, que básicamente se formula así: ¿Es la muerte un final o un comienzo? ¿Nos espera la nada u otra vida distinta? ¿Somos aniquilados o transformados? ¿Al final del camino está Dios o el vacío?

Según las creencias, así son las respuestas y las actitudes vitales: miedo visceral, silencio hermético sobre un tema tabú, fatalismo estoico ante un hecho natural e inevitable, hedonismo a tope ante la fugacidad de la vida (¡comamos y bebamos que mañana moriremos!), pesimismo, rebeldía, náusea existencial ante el mayor de los absurdos…, o bien la serena esperanza de una creencia en la inmortalidad. En el fondo de la cuestión está presente también la pregunta sobre el sentido mismo de la vida humana.

3. Cristo Jesús, vencedor de la muerte,

Es la única respuesta válida al enigma de la muerte del hombre. La comunión con Cristo por la fe del bautismo y por los sacramentos de la vida cristiana alcanza al hombre entero, cuerpo y espíritu, en esta vida y en la futura. Por eso el cristiano ya no entiende la vida ni la muerte como los hombres sin fe; para el creyente tienen sentido nuevo. La muerte no será sino el paso a la plenitud de una vida iniciada ya ahora.

El que cree en Cristo, vida y resurrección nuestra, se siente salvado, liberado del pecado y de su consecuencia, la muerte. Esta liberación no es de la muerte biológica, pues todos vamos a morir y también Cristo murió, sino de la esclavitud opresora de la muerte, del miedo a la misma, del sinsentido y del absurdo de una vida entendida como pasión inútil que acaba en la nada.

A la luz de la resurrección del Señor el creyente entiende, ya desde ahora, que la muerte física, inevitable a pesar de todos los adelantos de la medicina y de la apasionada y torturante aspiración del hombre a la inmortalidad, no es el final del camino sino la puerta que se nos abre a la liberación definitiva con Cristo resucitado. Gracias a él, que es resurrección y vida por ser Hijo de Dios, la última palabra no la tiene la muerte sino la vida.

Te damos gracias, Padre santo, por Cristo Señor nuestro.

El cual, hombre mortal como nosotros que lloró a su amigo Lázaro,

y Dios y Señor de la vida que lo levantó del sepulcro.

Extiende hoy su compasión a todos los hombres

y por medio de los sacramentos los restaura a una vida nueva».

Mediante la fe y el bautismo en tu Espíritu

nos llamaste a una esperanza segura de vida y resurrección con Cristo.

¡Bendito seas, Señor! Así entendemos que somos seres para la vida

que brota incontenible de tu corazón de padre que nos ama.

La muerte no es el final del camino ni tiene la última palabra,

porque Jesús es resurrección y vida para el que cree en él. Amén.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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