«No hubo cordura en Chernobyl»

«Chernobyl» es en buena medida una historia sobre las fatales consecuencias de la mentira
Por Bernardo Álvarez-Villar /Abc

En cuestión de días, el panorama seriéfilo ha pasado de la histeria generada por el final de «Juego de Tronos» al asombro ante el estreno de «Chernobyl». Tras el atracón de delirios fantasiosos sobre batallas y dragones, la nueva serie de HBO propone una vuelta a la realidad a través de uno de los acontecimientos más catastróficos de la historia de la humanidad. La trama, escrita por el hasta ahora casi desconocido Craig Mazin, arranca con la explosión del reactor de la central nuclear de Chernobyl, en Ucrania, el 26 de abril de 1986 y cuenta todo lo que sucedió tras aquel fatídico acontecimiento. Ha pasado menos de un mes desde su estreno y «Chernobyl», una historia de terror realista y apocalíptico al mismo tiempo, se ha convertido en una de las series mejor valoradas por los usuarios de IMDB.

La serie no es una reconstrucción rigurosa del accidente ni pretende ser una mera crónica documental de lo que pasó los meses posteriores. Los guionistas, aun dejándole manga ancha a su imaginación, son capaces de crear una atmósfera oscura, tensa y angustiosa que contagia al espectador el dramatismo de la narración. Pese a las licencias poéticas que hayan podido tomarse, lo cierto que es los protagonistas de la serie son dos personajes históricos: el científico nuclear Valeri Legásov y el político Boris Shcherbina. Craig Mazin ha explicado en una entrevista que al escribir «Chernobyl» se esforzó por contar «la versión más exacta de lo que pasó porque la exactitud era la clave, especialmente en una historia en la que estás hablando de la importancia de la verdad».

No en vano, en la impactante primera escena de la serie el profesor Legásov se pregunta «¿cuál es el precio de la mentira? No es que la confundamos con la verdad. El verdadero peligro es que después de oír muchas mentiras dejamos de reconocer la realidad y entonces, ¿qué hacemos?». Efectivamente, «Chernobyl» es en buena medida una historia sobre las fatales consecuencias de la mentira. En el contexto de Guerra Fría en el que se produjo el accidente, el gobierno soviético no quería mostrar debilidad ni dejar en evidencia los fallos de la industria nuclear rusa. El Comité Central, con Gorbachov al frente, mintió y tergiversó los datos de la catástrofe deliberadamente y pese a las consecuencias que ello pudo tener en millones de personas.

Legásov, uno de los pocos personajes conscientes de la auténtica magnitud del desastre, se desvive luchando contra la implacable maquinaria del estado soviético para sacar la verdad a la luz y salvar así millones de vidas. Pero los propósitos del científico se estrellan una y otra vez en la inflexibilidad del Kremlin, y así Legásov va poco a poco descubriendo la iniquidad y el cinismo de su gobierno hasta convertirse en una persona incómoda para el régimen. «No hubo cordura en Chernobyl», lamenta el científico, «todo lo que hicimos allí, incluso todo lo bueno, fue demente».

Pero «Chernobyl» no se queda en un repaso histórico del accidente ni se agota su fuerza en un simple ejercicio de memoria, muy valioso por otra parte. Si «Chernobyl» es capaz de sacudirnos como lo hace es también porque nos coloca frente a una situación cuasiapocalíptica ocasionada por nuestra potencia autodestructiva. Y ese es un escenario que no nos resulta en absoluto ajeno en este tiempo de emergencia climática y devastación ecológica.

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