POR LA VERDAD Y LA CONFIANZA

 

 

 

PARTE UNO

Dra. Zaida Alicia Lladó Castillo

 

De la cultura mexicana se desprende lo qué somos, como mexicanidad o comunidad nacional. Y, quien pretenda realizar cambios en la forma de actuar y de trabajar en la clase laboral de este país, debe considerar obligadamente su idiosincrasia, costumbres y valores, para poder convencer y despertar en el mexicano el deseo de renovación, produciendo primeramente un cambio de fondo en su psique para vencer sus limitaciones y lograr su superación, pudiendo lograrse a través de una transición paulatina y efectiva, que se traduzca en mejora interna (actitud) y externa (calidad de vida).  

Pero vamos por partes. Primero, trataré de dar respuesta a la pregunta ¿qué es la mexicanidad?

La mexicanidad, encierra una serie de hechos históricos, culturales, sociales y de perfiles psicológicos que nos identifican en lo general como país, pero prevaleciendo particularidades dentro del todo; porque México contiene tantas y variadas formas de expresión de sus habitantes, como regiones geográficas se trate. No es lo mismo, la visión liberal de las mujeres que habitan en las grandes metrópolis, que las que radican en ciertas zonas de la provincia y que aún conservan muchas normas sociales y tabúes definiendo sus comportamientos, valores y forma de pensar. O la forma en que perciben el trabajo los paisanos del norte del país, que los del suroeste, etc., ya que en unos hay acontecimientos y condiciones limitantes propias de la naturaleza que hacen que el esfuerzo sea mayor para cubrir las necesidades básicas de sus habitantes, con respecto a otras en donde la naturaleza dota en demasía.

Pero para entender la bio-psio-socialización del mexicano, tenemos que remitirnos primero, a quienes han dedicado tiempo a su estudio en el pasado y presente.

Estudios sobre el tema lo hicieron en forma esplendida hasta la primera mitad del siglo XX, José Vasconcelos (1881-1959), Antonio Caso (1883-1946) y Samuel Ramos (1897-1959), que analizaron y describieron la personalidad y psiquismo del mexicano, y en ellos encontramos que en el caso de Vasconcelos, ponderó la inteligencia mexicana (“la raza cósmica”) frente a la anglosajona y pugnó por hacerle ver a los nuestros, la importancia de adentrarse a las raíces como base en la proyección futura. Caso, por su parte, estudió la dinámica de la ideología nacional y planteó lúcidamente la historia y cultura mexicanas como problema, es decir, como una red de enigmas y paradojas en busca de explicaciones.

Pero si alguien dibujó, hasta sus entrañas al nacido en México, fue Samuel Ramos (1897-1959) con su estudio capital El perfil del hombre y la cultura en México (1934), en el que describió características positivas y negativas de éste. Las positivas, que surgen cuando el mexicano se esmera en conservar visiones y actuaciones tradicionales, sí, pero ligadas a valores especiales de respeto a la familia y a sus semejantes; desde esa perspectiva el mexicano posee una sensibilidad y solidaridad especial que le permite ver la vida con optimismo, no siendo muy aprensivo de los problemas, incluso burlándose de la muerte la que satiriza; por eso disfruta la vida en la sencillez y la cordialidad. En el caso de las negativas, éstas son derivadas de sus inseguridades y complejos, rasgos que le impiden por lo general avanzar en sus potencialidades y en sus expectativas de vida; entre ellas, Ramos describía las siguientes:

La auto-denigración, que hace que el mexicano tienda a menospreciar lo que tiene, comparándolo con lo que no tiene. (Ramos, 1972). Por eso siente que “lo hecho en México, está MAL HECHO”, y tiende entonces a ponderar las cosas hechas en el extranjero. Por lo tanto, el mexicano es fácilmente influenciable de otros mexicanos o extranjeros que presumen de sus costumbres, culturas y modas. Esa auto-denigración, igualmente le impide reconocer en otros mexicanos, valores y potencialidades, lo que exhibe falta de confianza hacia sus propios paisanos. Pero eso es solo el reflejo de la falta de seguridad en sí mismo, porque en el fondo no puede ver en otro, lo que se carece en él.

La imitación, que viene a ser resultado de lo anterior, al apropiarse de formas de comportamiento ajenas, sin que esto signifique forzosamente una mejoría. De hecho, las imitaciones han ocasionado la desaparición de largas tradiciones culturales en muchas partes del país. En las clases medias y bajas, se imita en forma grotesca  y se demuestra en el uso y consumo de prendas o productos con marcas ficticias o también con comportamientos que no corresponden a su realidad.  Cuando el mexicano logra imitar adecuadamente le produce una sensación de satisfacción y  se va al extremo, buscando la algarabía en toda su intensidad.  Pero cuando no lo logra, se siente desfasado, rebasado e impotente y en casos extremos esos sentimientos de frustración en la mayoría de los casos lo desahoga en el alcohol y en las cosas que le autodestruyen (silenciosamente) o busca el desquite en la agresión contra el más débil (en una relación de poder) o contra las figuras de autoridad o que le imponen disciplina.  

El sentimiento de inferioridad, que causa el menosprecio de lo propio, etc. El mexicano oculta su sentimiento de inferioridad por medio del lenguaje y la valentía, principalmente. Su lenguaje es un dialecto propio, que cambia constantemente el significado de las  palabras, convirtiéndolas en “malas palabras” o en el uso del “albur” o cualquier tipo comunicación propia de la región donde habita (Ramos, 1934).  Tiende a burlarse de las cualidades o defectos de los demás, como una forma de encubrir sus defectos. Al pretender algo bueno, busca obtenerlo o adquirirlo sin que le implique mayor gasto o esfuerzo. O visto también de otra manera, la minusvalía inconsciente,  hace que tienda a buscar lo fácil aunque no sea legítimo o a realizar las cosas para “salir del paso”, con mínima consciencia de los resultados.

Adler (1870-1937), psicólogo austriaco, estudioso de la psicología individual, suponía la existencia de un complejo de inferioridad en todos los individuos que manifestaban una exacerbada preocupación por afirmar su personalidad, que se interesaban vivamente por todas las cosas o situaciones que significaban poder y que poseían un afán inmoderado por predominar (Adler, 1920). En el caso del mexicano, su afán es llamar la atención o el dominio hacia el más débil, por eso toma como propia la máxima: “joder al que se deja”. Y eso es toda una formación cultural desde la familia y que en muchas regiones aun prevalece, porque se transmite de generación e generación.

La valentía del varón, se muestra mediante el carácter altanero, pero también como una forma de encubrir su desconfianza en cuestiones afectivas. Octavio Paz decía que: el mexicano se encierra frente a situaciones de afectividad, ya que de no hacerlo se abriría ante el otro y se mostraría inferior (Paz, 1950); es decir “exhibiría sus debilidades” y esta es una de las razones por las que el hombre mexicano, se le enseñó por generaciones a “no llorar porque eso no es de hombres”.

Por eso el hombre mexicano (tradicional hasta las últimas décadas del siglo XX en que se empiezan a entender otras concepciones) consideró en su momento, a la mujer como un ser inferior, porque ella “abre sus emociones” constantemente, mostrando que no es tan “fuerte” como él.  Y la forma de pensar en el pasado fue, que aquellas mujeres que se cerraban a las emociones, terminaban siendo como los hombres: invulnerables, impasibles, desadaptadas o “machorras” (concepto también despectivo hacia las mujeres). Estos últimos rasgos son los que en la actualidad el hombre que conserva rasgos machistas, no tolera de las mujeres independientes y autosuficientes.

Pero, también existieron otros autores famosos en la segunda mitad del siglo XX que hablaron de la psicología del mexicano, entre ellos Alfonso Reyes (1889-1959) con su Homilía por la cultura, José Gaos (1900-1969) con Filosofía mexicana de nuestros días, Rodolfo Usigli, dramaturgo mexicano (1905 – 1979), Leopoldo Zea (1912-2004), con su Filosofía y cultura latinoamericanas, Octavio Paz (1914-1998) y El laberinto de la soledad, Santiago Ramírez (1921-1989) y la Psicología del Mexicano, el antropólogo y sociólogo Roger Bartra (1942) en La jaula de la melancolía y Pablo González Casanova (1922) con La democracia en México (1965) y el Imperialismo y liberación en América Latina (1983), entre otros. De todos ellos  surgen de sus análisis, rasgos que marcan diferencias en la forma en que han sido educados, el hombre y la mujer mexicanos.  

Otro personaje importante es sin duda Rogelio Díaz Guerrero (1918-2004) con La psicología del mexicano, en las últimas décadas del siglo XX, que defendía las tesis sobre las subculturas que se derivan del seno de la cultura madre. La cultura madre (mexicana) correspondía a las coincidencias en nuestras costumbres, símbolos y valores, pero en lo relativo a las subculturas, estas  se conformaban como un sistema de premisas interrelacionadas que gobiernan los sentimientos, las ideas, las relaciones interpersonales, los roles,  las reglas de convivencia y eso es válido dentro de la interacción en la familia nuclear y colateral, los grupos, la sociedad y las estructuras institucionales sean religiosas, familiares o gubernamentales o laborales…(Díaz Guerrero, 1972).

Pero también han existido diversas clasificaciones de perfiles en el mexicano, desde hace más de un siglo y hasta la fecha, que identifican su personalidad, en el contexto de ciertos grupos sociales y económicos, a saber:

a)   El “pelado”, aquel que, mediante expresiones de supuesta superioridad, muestra a los demás que es valiente, bravucón y que su fuerza masculina se concentra en su imagen viril o incluso en su sexualidad. De ahí nace el concepto de “macho”, que corresponde al perfil del varón altanero, exigente de los demás, incluso agresivo (misógino en el concepto actualizado), pero al mismo tiempo adulador de mujeres. El “pelado”, tiende a dominar  a través de caricias y de una sexualidad mal enfocada. Por años a las mexicanas, las llevó a aceptar esa bipolaridad afectiva, y era común condescender al: “porque te amo y te mantengo, me aguantas mi genio, incluso los golpes” y la aceptación se convirtió en sumisión y sobre todo dependencia afectiva y económica (y la mujer esperó su deidificación en el papel de madre de la prole, esperando la recompensa por su papel en la crianza y educación de ésta). Otros de los aspectos del machismo exacerbado, fue la permisibilidad de los varones de demostrar sus afectos en otras mujeres, lo que hizo que el mexicano por formación social, fuera infiel e irresponsable o más bien por deformación. 

En la actualidad, prevalecen estos casos en algunos ambientes de bajo nivel educativo o donde se manejan códigos morales deficientes, lo que demuestra que aun no se han superado estas limitaciones socioculturales.

 

b)   El “citadino”, el cual es inseguro, pero trata de aparentar lo contrario mediante la muestra de su impulsividad y vitalidad de sus actos. Porque el “citadino” para sobrevivir, tiene que sacar ventaja y se vale de incautos, de ignorantes y de ególatras para lograrlo. Si lo logra se vuelve petulante y busca “apantallar” con lo poco que tiene o es protagónico. En “el citadino”, se reflejan o proyectan muchas figuras que habitan en las ciudades grandes.

 

c)   El “burgués”, expresivo de una cortesía exagerada, que intenta ponerse del lado contrario del “pelado”, y por ello cree (o quiere hacer creer a otros) que es superior. Pero el “burgués”, se alimenta del culto al ego junto con la voluntad de poderío. Y para que este exista deben estar junto a éste otros individuos, que hacen que el círculo se mantenga en el espacio y el tiempo.

Agustín Basave, ya en este siglo, describe un nuevo perfil: el “lambiscón”, termino propio del idioma mexicano y que hace referencia a un perfil muy identificable dentro de la sociedad mexicana especialmente en el medio político-laboral y social. El “lambiscón”, es un poco el otro lado del burgués. Éste, sobrevive adulando al superior o a aquel, con quien quiere quedar bien.[1]

Continuará

Bibliografía

Adler, A., (1920). La práctica y la teoría de la psicología individual y Comprensión de la naturaleza humana (1928-1930), Barcelona: Editorial Paidós Ibérica 

Arias, G. F. (2000) Administración de Recursos Humanos, capitulo 8 “La Cultura”, Ed. Trillas.

Basave A., (2010), La corrupción ¿es parte de la identidad de los mexicanos?, entrevista a CNN/México.

Caso, A. (1971). Obras completas. I. Polémicas. UNAM. México.

Conaculta (2010), Samuel Ramos, filósofo que buscó comprender la forma de ser y actuar del mexicano, No. 843

Gaos, J., (1952-1953). En torno a la filosofía mexicana. Primera y segunda parte. Porrúa y Obregón. México.

Mauro Rodríguez Estrada y Patricia Ramírez Buendía, (1986) Psicología del Mexicano en el Trabajo, Ed. Mc Graw Hill. 

Muñoz Torres Adolfo (2006) la palabra.com

Paz, O. (1993) El Laberinto de la Soledad, Cátedra, Madrid.

Ramos, S.,  (1972). El perfil del hombre y la cultura en México. Espasa-Calpe Mexicana, Colección Austral. México.

 

 


[1] Basave Agustín, (2011) político y académico, Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana

 

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